Como toda gran campaña publicitaria, el “transgenerismo” es una ilusión muy poderosa.

El “transgenerismo” es una campaña publicitaria que vende la disociación corporal con fines de lucro con el fervor de un culto tecnológico y religioso. No es una subcategoría de la humanidad. Algunas personas se somete a cirugías y toman medicamentos para pretender que son del sexo opuesto, o más recientemente, de ningún sexo. No son más que hombres y mujeres. Consolidamos una ilusión corporativa al referirnos a ellos como una categoría especial de seres humanos, una reverencia que no otorgamos a las personas que han tenido otros tipos de cirugías de modificación corporal. No hay títulos de categoría o reverencia especiales para las personas que se han operado la nariz o se han hecho una liposucción, por ejemplo.

“Transgénero” no funciona para definir eficazmente a individuos o un grupo de personas para poder comunicarse, y mucho menos legalmente. Es impreciso y en cambio constante. Lingüísticamente, las definiciones buscan clarificar para la comunicación. La palabra “transgénero” hace exactamente lo contrario. Solo sirve para ofuscar. Funciona bien como una campaña publicitaria porque usa las experiencias y sentimientos muy personales de las personas acerca de su sexo y sus expresiones sexuales. La gente está confundiendo el anuncio con la cosa en sí. La reverencia es por la ilusión creada por el anuncio.

La campaña publicitaria del “transgenerismo” nos está vendiendo el asexualismo de la humanidad, como real, vanguardista, cool y progresista. Se pone un vestido de derechos humanos, como el logotipo corporativo de Nike. Mezcla el dimorfismo sexual con sentimientos sobre ser sexualmente dismórfico, expresión sexual y roles sociales específicos del sexo. Es publicidad pagada por el complejo tecno-médico. Todos los hombres que lo impulsan y le sacan provecho están profundamente involucrados en el complejo tecno-médico.

Los sentimientos pueden notarse muy reales, pero no son materialmente reales de la misma manera que el sexo es materialmente real, o la forma en que la gravedad es materialmente real. Puedes declarar amor eterno por otra persona en función de cómo te sientes y odiarla tanto unos años más tarde, que harías cualquier cosa por arruinarla, pero todo lo que sube baja, sean cuales sean tus sentimientos sobre este hecho. Lo mismo ocurre con la forma en que los gametos masculinos y femeninos reproducen la especie. Los sentimientos se mueven y cambian, a veces muy rápidamente, incluso los sentimientos sobre nuestros cuerpos sexuados. Pippa Bunce, Director de Programas de Tecnología de Mercados Globales en Credit Suisse, cambia sus sentimientos sobre su cuerpo sexuado cada pocos días. La ilusión de que el dimorfismo sexual es el sentimiento, no el hecho, es propaganda corporativa que cultiva la disociación de la realidad para beneficio del complejo tecnomédico. He escrito un montón de material sobre por qué está sucediendo esto. En este artículo me preocupa más la ilusión en sí, lo cautivadora que es y cómo funciona para engañar a nuestras mentes racionales, justo igual que otros anuncios.

Un artículo reciente de Daily Mail nos muestra cómo la ideología de identidad de género, la autoidentidad sexual y la mezcla de sentimientos sobre ser sexuado con el hecho material de ser parte de una especie sexualmente dimórfica se convierte en una ensalada de incoherencias. Esta incoherencia apoya la campaña publicitaria del “transgenerismo”, precisamente porque oscurece la publicidad de la comercialización de una ideología de desencarnación, con una marca de derechos humanos. La corporación Mercedes Benz utiliza mujeres sexualmente cosificadas y la promesa de increíbles relaciones sexuales para convencer a los hombres de que compren sus costosos automóviles de la misma manera en que aquellos que venden disociación corporal con fines de lucro usan la ilusión de cambiar de sexo para vender hormonas, cirugías y futuros tratamientos de fertilidad a aquellos a quienes han esterilizado. Va incluso más allá, está vendiendo una promesa de humanidad que va más allá de nuestros cuerpos, en un futuro fusionado a una red de tecnología, donde podemos ser cualquier cosa con la que deseemos identificarnos.

Los periodistas del Daily Mail hablan de cómo los resultados de la autoidentidad sexual en el Reino Unido permiten a los hombres comprar y probarse ropa en los vestidores de mujeres en todas las tiendas conocidas. Su sensación de incredulidad es evidente. ¿Cómo se puede permitir esto?

Heather Binning, de la Red de Derechos Humanos de las Mujeres, y la Dra. Nicola Williams de Fair Play for Women, ambas citadas en el artículo, hacen campaña por la seguridad de los espacios íntimos de las mujeres y las niñas, contra el ataque de hombres que están consiguiendo que se aprueben las leyes de autoidentidad sexual. Benning cree, al igual que aquellos con los que hace campaña, que “todos pueden identificarse como deseen”, pero que las tiendas no deberían permitir que los hombres que dicen ser mujeres entren en los vestuarios femeninos. Este es una prueba del poder de la campaña publicitaria “transgénero” que vende la disociación corporal como derechos humanos. Identificarse como el sexo opuesto no es el problema para Benning, pero un hombre interpretando la feminidad en los espacios de mujeres, sí lo es. Ha borrado el hecho de que no estaría luchando en este frente si a los hombres no se les permitiera identificarse como cualquier cosa que deseen. ¿Qué es lo siguiente, luchar contra la instalación de mesas para cambiar pañales de tamaño adulto en los baños para los hombres que se identifican como bebés? Pues a lo mejor sí, si seguimos repitiendo esta idea ridícula de que cualquiera puede ser cualquier cosa con la que se identifique.

Nicola Williams nos dice: “este es el problema de permitir la autoidentificación de sexo: significa que no tienes que parecer transgénero o ser transgénero para que te permitan entrar en lo que debería ser el espacio solo para mujeres”. Williams está momentáneamente atrapada en una ilusión corporativa. Ella cree que la campaña de “transgenerismo” transforma mágicamente a los humanos de la manera en que otras personas creen que el logotipo de Nike transforma mágicamente las zapatillas. Williams, sin duda sabe que la transformación en ambas casos no es real, pero aún así está cautivada.

Miranda Yardley, un hombre de 54 años que se describe a sí mismo como un transexual postoperado (postoperade es la palabra clave) dice en el artículo: “la entrega de los vestuarios de mujeres a cualquiera que diga ser una mujer no es más que la consecuencia natural de decir que cualquiera puede ser una mujer”. Que esto lo diga un hombre que se pone imitaciones de la biología de las mujeres a través de medicamentos y cirugías, uno al que las mujeres que intentan parar las consecuencias de que los hombres interpreten la feminidad en sus espacios han dado una plataforma, podría darle vértigo a cualquiera. Es la prueba A de esa publicidad corporativa tan exitosa, que la gente lo compra sabiendo que no es real, lo mismo que Nike se siente como una mejor zapatilla deportiva, no hecha en fábricas donde se explota a los trabajadores, como otras zapatillas, a pesar de que sabemos que no es cierto. Yardley es un modelo en la campaña publicitaria dirigida por el complejo tecno-médico para la disociación corporal, por muy involuntario que ese papel pueda ser para él. Es “realmente” “transgénero”, porque existe como una “verdadera marca” de la ilusión del complejo tecno-médico, sus operaciones consolidan el anuncio. Sabemos que no es más que un hombre, pero aún así estamos cautivados por esta idea de transformación.

Nike no es una zapatilla de deportes. “Transgénero” no es un ser humano. Nike es una marca, una campaña publicitaria, que vende mejores zapatillas, un mejor rendimiento deportivo y una motivación atlética a un grupo demográfico económico distinto. “Transgenerismo” es una marca, una campaña publicitaria, que vende humanidad “mejorada” y “liberada”, sexo en un espectro de identidades médicas y tecnológicas cool, a un grupo demográfico económico distinto, de niños especialmente vulnerables.

Debbie Hayton, otro hombre que interpreta la feminidad, también existe como “la verdadera imagen” del complejo tecno-médico y parece no ser muy consciente de estar protagonizando una campaña publicitaria. Es la prueba B de esta ilusión corporativa. El artículo cita su reacción a las tiendas que aceptan a los hombres en los vestuarios de las mujeres: “Los trabajadores de las tiendas están en una posición imposible”, dice. Las tiendas tienen el deber de crear una política clara que se pueda consultar y que todo el mundo entienda”.

Las campañas publicitarias son para vender ilusiones. Si fueran claras, no serían campañas publicitarias.

Original aquí

2 respuestas

  1. Madre mía Nuria, si sigo leyendo me explota la cabeza ! Tengo una nieta adorable. Que miedo esta sociedad de locos misogenos. !!! Tenemos que seguir luchando. Gracias Nuria !!!

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