Hay una exhibición grotesca de colonialismo en el Museo Pitt Rivers (PRM) en Oxford. No la vas a encontrar en los artefactos que luchan por espacio en la sección antropológica, está después de los baños de género neutro todos meados en la exposición Beyond the Binary, Más Allá de lo Binario.
La exhibición está financiada en parte por una subvención de la Lotería de 91,200 libras esterlinas, los curadores explican que «esta exposición es un paso positivo para abordar la opresión que las comunidades LGBTIAQ + a menudo sienten en espacios como este». Es una colaboración entre «creadores de la comunidad» y los investigadores del PRM.
El espacio seguro brillantemente iluminado y descolonizado es un verdadero crimen de odio contra los sentidos. En una esquina las paredes están embadurnadas con mensajes garabateados como «sé gay haz crimen», «que les den por culo a las terfas» y «A Amelia le gustan las tetas». Tiene el atractivo estético de una celda de prisión manchada de heces, aunque sin la profundidad intelectual.
A los visitantes se les recuerda que hay personas profundamente oprimidas que viven entre nosotros: un grupo aparentemente conocido como «los queers». A lo largo de las exhibiciones infantiles de color rosa bebé y azul pastel, hay una narrativa neurótica y fetichizada del victimismo. Como mujer bisexual, en teoría la exposición Beyond the Binary me habla por mí y, sin embargo, en aquella sala, rara vez me había sentido tan «otreada».
Una placa explica a los curiosos que un informe de 2018 de la campaña LGBTQ + de la Unión de Estudiantes encontró que «el 98 por ciento de los estudiantes trans de la Universidad de Oxford tienen problemas de salud mental». Mirando los garabatos desquiciados que cubren una parte considerable de la exposición, no me sorprende.
Uno de los «curadores de la comunidad», Lance Millar (que incluye amablemente los pronombres «Él / Ellos» para cualquiera que le interese) dio el paso inusual de agregar su propio peluche a la exhibición. Millar, que parece ser que es un adulto con un doctorado de Oxford, explica:
«Mi patito de peluche viene conmigo cuando me siento vulnerable y me mantiene a salvo de mis autocríticas. Cuando llegué a Oxford como una persona queer de clase trabajadora, noté un abismo de identidad que me separaba de los demás».
A la presunta escoria blanca-cis-heteronormativa que visita el museo se le regala alguna perla de sabiduría sobre la experiencia de las personas trans de color que «aún sufren un mayor escrutinio que sus hermanos blancos» y, por lo tanto, «pueden no recibir validación social de su género o estado trans». Por alguna razón que no alcanzo a entender, la pieza que acompaña este texto es una camiseta de la banda Beastie Boys que dice «Feliz cumpleaños». A los incultos se les informa además de que para los que se identifican como queer, «la mayor libertad de expresión» puede provenir de «artículos sin género» como «tinte para el pelo o tatuajes», lo que hace poco para calmar la sospecha de que identificarse como queer podría ser una moda para los sobre-privilegiados y sub-ocupados.
Bajo el liderazgo de la directora Laura N. K. van Broekhoven, el PRM se ha encaminado hacia la «descolonización». Como era de esperar, se han tomado libertades con culturas donde a los hombres (generalmente homosexuales) se les animaba a identificarse como «tercer género». El texto que lo acompaña lamenta el impacto de los europeos y los cristianos en la fa’afafine de Samoa. Convocar a los fa’afafine para apoyar una versión post-estructuralista y queer de la teoría de la identidad es una hazaña increíblemente arrogante: tergiversar las identidades indígenas para que se ajusten a una ideología occidental muy puntual.
El punto focal de la habitación es una cabina telefónica rosa y azul cubierta de pegatinas. Es difícil contener las lágrimas mientras escuchas a la narradora describir su incansable trabajo de despegar pegatinas desagradables para poder reemplazarlas con mensajes transpositivos. Olvídate de la generación de hombres homosexuales aniquilados por el SIDA, o de las lesbianas cuyos hijos fueron robados: a los valientes queers de Oxford, la guerra de pegatinas es real y violenta.
En general, la experiencia fue como vagar por una habitación después de una sesión de terapia de arte de niños perturbados.
A diferencia de los curadores cargados de calificaciones, no tengo mucha educación formal. Pero como alguien a la que le gusta aprender, a menudo he visitado el Museo Pitt Rivers. Hay pocos lugares donde me siento más en casa que cuando me abro camino entre los expositores, inspeccionando impermeables hechos de intestino de foca y fichas de damas hechas de marfil de mamut. Tengo un verdadero afecto por los objetos de exquisita belleza y habilidad, traídos por antropólogos pioneros como Beatrice Blackwood, Barbara Freire-Marreco y Marie Antoinette Czaplicka. Como un aparte, una se pregunta cuánto tiempo le llevará al equipo actual decidir que estas mujeres que contribuyeron a la colección eran trans, por no adherirse a las estrictas normas de género de la época.
Lamentablemente, la exposición Beyond the Binary ha salido de su sala para infectar expositores en el museo. Los curadores se han encargado de ensuciar piezas con su brilli brilli ideológico cargado de teoría queer. Por desgracia para los curadores, la historia de la opresión sexual es un fenómeno obstinadamente binario y poco fluido. Aquellos que fueron (y son) sometidos a prácticas de belleza extremas, desde la venda de pies china (a la que los cristianos se opusieron) hasta los anillos de cuello que aplastan la columna vertebral usados por algunos de los Kayan Lahwi en el norte de Tailandia, son abrumadoramente mujeres. Sin inmutarse en su proyecto, el equipo de Beyond the Binary promete gravemente:
«En un momento de política difícil, a nivel nacional y mundial, el museo se erige como un aliado de las comunidades LGBTIAQ + de todo el mundo. Somos un aliado de la comunidad trans y no toleraremos la transfobia. El museo continuará haciendo cambios en nuestras exhibiciones permanentes una vez que la exposición haya terminado».
A diferencia de aquellos que les gustaría ver demolidas las obras ofensivas del pasado, espero sinceramente que la exposición se conserve. Es importante que las generaciones futuras puedan aprender, y tal vez reírse de, las divagaciones de una autodenominada élite cultural, empeñada en infligir su extraña y privilegiada visión del mundo a un público desprevenido. Mientras tanto, no tenemos más remedio que someternos a los caprichos de moda de nuestros nuevos amos coloniales.