Desmantelando el concepto del «buen trans».

 

Las «mujeres trans» que reconocen la misoginia inherente al activismo transgénero y transexual deben enfrentarse a la cosificación de las mujeres en la que participan.

En los espacios críticos de género en las redes sociales, hay algunos hombres que se identifican como «trans» que destacan sobre la mayoría de las voces masculinas «trans» y a menudo critican los motivos de sus hermanos con faldas que dicen ser mujeres de verdad. Estos hombres que se dicen «trans» que entienden y declaran inequívocamente que son hombres, a menudo tienen una comprensión amplia de las mujeres que hablan en contra del «transgenerismo». Varios dan voz a nuestras preocupaciones en las plataformas de internet a menudo recibiendo la ira de otros activistas de derechos «trans». Debido a que estos hombres entienden por qué las mujeres no queremos hombres en nuestros espacios privados, expresan claramente los daños manifestados en los niños por la «mitología de género», así como la destrucción en la sociedad del lenguaje, la ley y los derechos de las mujeres, etc., son comúnmente aclamados por aquellos que luchan contra la «mitología de género» como el «buena clase de mujeres trans».

Kristina Jayne Harrison, una «mujer transexual» que vive en el Reino Unido, es uno de esos hombres. Ha «ido a manifestaciones por los derechos de las mujeres al aborto, sus derechos a controlar sus propios cuerpos, definiciones, espacios y a dirigir sus propias luchas contra el sexismo». No se hace ilusiones de ser una mujer real y lucha «contra el autoreconocimiento de la identidad de género». Harrison cree que su transición médica constituye su compromiso de interpretar el papel social de ser del sexo opuesto, y esto hace que sus elecciones sean diferentes (léase: menos sexistas) que las de aquellos que no se comprometen completamente. Él se cree que las mujeres aceptaban y aceptan mejor el tener hombres que han pasado por la adaptación de sus características sexuales secundarias en sus espacios privados, hasta que el paraguas «transgénero» se extendió para incluir a hombres que no se «comprometen». Parece no darse cuenta de su apropiación de nuestros cuerpos sexuados. Harrison se cree que su actuación «no es solo estereotipos de roles sexuales impuestos a las mujeres», sino que también «refleja el libre albedrío de las mujeres, porque las mujeres también son agentes activos que moldean su mundo». No ve una discontinuidad en el hecho de que no nació en un cuerpo femenino, que es el único descriptor universal de ser mujer, que no fue educado en el mundo como mujer, pero ahora está hablando como un hombre que se ha apropiado de las características sexuales secundarias de las mujeres, se las está poniendo como disfraz y habla de nuestra libre albedrío.

No hay un equivalente de mujeres que se identifiquen como hombres, que hablen sobre el libre albedrío de los hombres en plataformas públicas, que tengan espacio público para discutir qué son los hombres. Todo el mundo sabe lo que son los hombres. Solo el ser mujer es sujeto de debate, y generalmente por los hombres. Tan «buenos» como estos hombres son para desmantelar el sexismo inherente a las identidades transgénero y transexuales, siempre parecen pasar por alto la cosificación que es un ingrediente esencial del sexismo a la que se aferran, como la mayor parte del mundo, como si fuera una balsa salvavidas. El precio del transgenerismo es la continuación del sexismo y la opresión de las mujeres en todo el mundo.

Debbie Hayton es otro hombre que se identifica como «mujer trans» en el Reino Unido que ha hecho varias apariciones en los medios y que es una voz sólida en Twitter, apoyando a aquellos que se resisten a la mitología de género. Hayton, en una entrevista increíblemente reflexiva con Benjamin Boyce, productor casero de medios de agenda fluida, dice que ha evolucionado hasta un punto en el que no necesariamente se identifica como mujer, pero que tiene el deseo de «indicar el sexo» de la misma manera en que «las mujeres indica el sexo» en la sociedad. Su «ser trans», dice, es «lo que hace y no lo que es». El deseo de verse a sí mismo como una mujer, agrega, es para sí mismo, no para atraer la atención de un pretendiente en particular. Se acepta como autoginéfilo.

La autoginefilia es un fetiche sexual masculino que consiste precisamente en desear verse a uno mismo como una mujer. Lo que lo convierte en un fetiche, además de por estar al margen del ámbito del deseo sexual «normal» o «medio» hacia otro, es su cualidad obsesiva, que Hayton reconoce, y su enfoque en la cosificación. Un fetiche implica una fijación en un objeto particular para la gratificación sexual. Los hombres que desarrollan un fetiche de «indicar el sexo como mujeres» primero tienen que cosificar a las mujeres y la feminidad. Para personificar, como fetiche, al sexo opuesto, uno primero debe disociarse de su propio cuerpo. Esto es lo que hace el sexismo y esto es lo que hace el transgenerismo. Disociar. Despersonifica y cosifica a las mujeres.

En su entrevista, Boyce y Hayton discuten la vergüenza social en esta tendencia sexual en particular y cómo contrasta con las marchas y eventos del orgullo LGBT. Ambos, distraídamente, mezclan el transgenerismo con la atracción/las relaciones entre personas del mismo sexo, o al menos hablan de ellos como si estuvieran estrechamente relacionados. Pero el deseo/las relaciones entre personas del mismo sexo no son una obsesión, no indican disociación ni la fomentan, no son un fetiche y no cosifican inherentemente a nadie. El transgenerismo, por otro lado, está brillantemente deconstruido en sus raíces, por la Dra. Em, en un artículo reciente, como una construcción social cuyas raíces evolutivas están en el sexismo: la cosificación. Hayton parece entender esto, o al menos se acerca. Dice que su «identidad» como «trans» en este punto es un compromiso con la sociedad. No está seguro de cómo manejar su deseo de cosificar a las mujeres o «pasar» por una, porque si «pasa», incluso si lo hace sentir bien, se pregunta si le está mintiendo a la sociedad. Sí, está mintiendo. También entiende, al menos ahora, que el transgenerismo es un paliativo. Hablando con Boyce, sopesa el costo para él y su familia a lo largo de su vida y se pregunta si vale la pena.

Lo que Hayton no considera es el costo para la sociedad. Estos hombres, «que se identifican como mujeres», «pasan por mujeres», con operaciones o sin operaciones, con una comprensión de su situación o no, están todavía cosificando a las mujeres. Es asombroso que puedan acercarse tanto a comprender lo destructivo que es para la sociedad, describirlo elocuentemente a los demás y aún no estar dispuestos a dejar de hacerlo. Todavía se llaman a sí mismos «mujeres trans». No solo les gustan las barras de labios y las faldas. No estamos hablando de Boy George o Prince. No. Lo que quieren es «indicar el sexo como las mujeres señalan el sexo». Quieren aferrarse a su obsesión con esta cosificación de las mujeres sin importar el costo para las mujeres en el mundo real, que es precisamente cómo se comportan tantos hombres. No tienen en cuenta la tecnología y la farmacología que se están desarrollando para cambiar las características sexuales, cuándo lo que significa ser humano es ser una especie sexualmente dimórfica, y cómo estos desarrollos pueden usarse para cimentar los estereotipos sexuales en la sociedad.

Que estos hombres entiendan que el transgenerismo se trata de defender el sistema del sexismo, a través de avances tecnológicos y farmacológicos que permiten crear una mentira social, no busquen des-transicionar y hablar de ello como hombres, en contra de la transición, me recuerda a los trabajadores que rompen una huelga caminando sobre un piquete sindical. Estos trabajadores a los que se les aplica el insulto de esquiroles, saben muy bien lo que están haciendo pero eligen seguir haciéndolo, para beneficiarse a sí mismos a expensas de todos los que están en huelga.

Los «trans buenos» no son tan malos como los trans malos, que nos cosifican descaradamente mientras se burlan y acumulan elogios por su valentía mientras lo hacen, pero no son tan buenos como esperaramos. Cuando estén dispuestos a reivindicar su condición de hombre y dejar de tratar a las mujeres como si fuéramos un objeto o talismán de deseo para su incómoda posición dentro de la estructura de los estereotipos de género impuestos en los que la sociedad los pone, tal vez cambie mi opinión sobre ellos. Hacsi Horvath y Walt Heyer son dos de esos hombres. Ambos han detransicionado y se han puesto a hablar, como hombres, sobre los daños que el transgenerismo está haciendo a las mujeres, los niños y la sociedad. Si es que existen los «trans buenos», estos hombres, los que se han despojado del apodo de «trans», los representan.

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