El año pasado he visto un número cada vez mayor de mujeres en las redes sociales condenando nuestro condicionamiento social para ser «chicas buenas» sumisas. La semana pasada, Hadley Freeman escribió un artículo explicando por qué ya no tiene ningún interés en ser una «buena chica» y estoy de acuerdo con su razonamiento y conclusión: que la erosión de los derechos basados en el sexo de las mujeres fue facilitada por la tendencia de las mujeres a complacer a las personas y evitar conflictos (es decir, ser «buenas chicas»). Esta tendencia no nos viene naturalmente a nuestro sexo. En América del Norte estamos condicionadas a ello desde la cuna, y nuestros padres, otros familiares y nuestros maestros, sin mencionar a los conocidos, nos dicen que seamos amables y se nos alienta a ser «buenas chicas», tengamos 4 o 34 años.
El lenguaje de «buena chica», la orden «sé una buena chica» y la expresión «buena chica», utilizada tanto para niñas como para mujeres que muestran el comportamiento adecuado, ha estado en mi mente durante años, incluso en mi análisis cinematográfico. Cuando a las niñas e incluso a las mujeres se les dice que sean buenas niñas, el subtexto es: haz lo que te digan que hagas, y no montes un escándalo por ello. En otras palabras, obedece sumisamente, lo que es probablemente la razón por la que enfurece a las feministas especialmente. Como defensoras de los derechos de las mujeres y las niñas bajo un patriarcado, tendemos a no estar muy interesadas en obedecer sumisamente.
La fuerza condicionante que destacaré aquí es el cine, ya que es una de las mayores influencias en nuestras vidas. En mi análisis cinematográfico, he estado rastreando docenas de cosas sobre las películas convencionales desde 2015, incluido el uso del lenguaje de «chica buena» por parte de los cineastas, solo uno de los numerosos y variados métodos que emplean para condicionar a las espectadoras a ser sumisas. El lenguaje de la «buena chica» en el cine me pareció que se usaba mucho más a menudo que en la «vida real», como si no fuera tanto el arte imitando la vida, sino más bien el arte condicionando a parte de la población, es decir, a las mujeres. El lenguaje de la «chica buena» es demasiado familiar para las espectadoras, que lo han escuchado innumerables veces en la pantalla grande.
Las inclusiones (y exclusiones) de los cineastas son reveladoras. La inclusión de un personaje que le dice a un personaje femenino (niña o mujer) que sea una «buena chica» es común. Para ilustrar mi teoría, voy a dar una muestra de ejemplos de largometrajes de Hollywood, como las películas que más consumimos, de varios géneros y varias décadas, de personas que les dicen a las mujeres y las niñas que sean buenas:
The Homesman (2014), Tommy Lee Jones les dice a tres mujeres: «Ahora sed buenas chicas e iros a dormir».
La Brújula Dorada (2007), Daniel Craig le dice a la niña de 13 años a la que ha estado mangoneando desde el principio: «Ahora sé una buena chica y haz lo que se te diga».
Scream 3 (2000), un hombre le dice a Neve Campbell, de 27 años, «Sé una buena chica y […]».
E.T. el Extraterrestre (1982), la madre de Drew Barrymore (Dee Wallace) le pide que «sea una buena chica» y E.T. le dice: «Sé buena».
Halloween (1978), el padre de Kyle Richards le dice: «Sé una buena chica».
2001: Una Odisea en el Espacio (1968), William Sylvester le dice a su hija que sea una buena chica.
Lo que el viento se llevó (1939), Hattie McDaniel le pide a Vivien Leigh que «sea buena» y Clark Gable le dice a Leigh: «Suénate la nariz como una buena niña».
Frankenstein (1931), un hombre le dice a Marilyn Harris: «Y ahora sé una buena chica».
Independientemente de la generación a la que pertenezcan los espectadores o del género que estén viendo, van a estar expuestos al lenguaje de «buena chica». De tanto repetirla, la expresión y la orden se acabarán grabando en los cerebros de las mujeres, desempeñando un papel en condicionarlas a ser «chicas buenas» sumisas. Este lenguaje a menudo repetido también condiciona a todos los espectadores (todos) a esperar un comportamiento sumiso de las mujeres y las niñas.
Más allá de la inclusión de los cineastas de la orden de ser buenas está la inclusión de personas que llaman a las mujeres y las niñas «buenas niñas». Considera la siguiente muestra:
Lady Bird (2017), un adolescente llama a Saoirse Ronan «buena chica».
Mad Max: Fury Road (2015), a Courtney Eaton le llaman «chica buena».
Million Dollar Baby (2004), Clint Eastwood le dice a una adulta Hilary Swank, «buena chica» (dos veces).
Conspiración (1997), Patrick Stewart le dice a Julia Roberts, de 30 años, que es una «buena chica» cuando pone su vida en peligro para obtener la información que él quiere (a Roberts también la llaman «buena chica» en La Boda de mi Mejor Amigo, 1997).
Milagro en la Calle 34 (1994), un hombre llama a Mara Wilson «buena niña».
La Fuerza del Cariño (1983), un médico le dice a una niña antes de darle un chupete: «Eres una buena niña».
El Joven Frankenstein (1974), Gene Wilder llama a Teri Garr, de 27 años, «buena chica».
Sabrina (1954), Audrey Hepburn es llamada «buena chica».
Los Mejores Años de nuestras Vidas (1946), Fredric March llama a Teresa Wright «buena chica».
El Halcón Maltés (1941), Humphrey Bogart le dice a Lee Patrick, de 40 años, en dos escenas: «Esa es una buena chica».
El Mago de Oz (1939), Margaret Hamilton (la bruja malvada del oeste) le dice a Judy Garland (Dorothy): «Eres una buena niña».
Adiós a las armas (1932), una enfermera es llamada buena chica.
La lista anterior es solo una muestra porque unas listas exhaustivas acabarían con la paciencia del lector. El cuestión es que la industria cinematográfica estadounidense dominada por los hombres hace un uso frecuente del lenguaje de «buena chica» para condicionar a las espectadoras femeninas. Está trasmitiendo continuamente el mensaje, a través de sus famosas películas, de que las mujeres deben ser sumisas, disuadiéndolas de cuestionar la autoridad y causar problemas. No es coincidencia que estos mismos cineastas pertenezcan a la clase sexual que tiene la mayor parte del poder, la autoridad y la riqueza en América del Norte. Tienen un interés personal en mantener a las mujeres y a las niñas sumisas.
Las mujeres y las niñas, por otro lado, tienen derecho a enfrentarse a estas órdenes y a cuestionar este condicionamiento social. Qué afortunado que un número creciente de ellas esté haciendo precisamente eso.