Hay que cerrar Pornhub

Serena Fleites, principal demandante contra Mindgeek. Foto: Rachel Bujalski

Pornhub es una fábrica de violaciones. Deberían borrarlo de internet

Serena Fleites tenía sólo 14 años cuando un chico de su escuela mayor que ella la manipuló para que compartiera con él vídeos de desnudos. Él mandó luego los vídeos a otros chicos. Alguien los subió al sitio pornográfico Pornhub. La vida de Fleites se convirtió en una pesadilla, ya que los vídeos se descargaban y volvían a cargar una y otra vez, y Pornhub la obligaba a pasar cada vez por el mismo laborioso proceso antes de retirarlos, todo ello mientras monetizaba sus imágenes.

La salud mental de Fleites sufrió una caída en picado. Abandonó los estudios y acabó adicta a las drogas. Ahora sobria, en 2021 Fleites se convirtió en la principal demandante en una demanda colectiva contra Mindgeek (ahora «Aylo»), la empresa matriz de Pornhub. Junto con otras 33 Jane Does (nombre que se usa para referirse a mujeres no identificadas), Fleites alega que MindGeek se benefició a sabiendas de vídeos que mostraban violaciones, explotación sexual infantil, porno de venganza, trata de personas y otros contenidos sexuales no consentidos.

Las historias de las demandantes son lúgubres. Estas son algunas de ellas:

  • Jane Doe n.º 1 fue violada, traficada y explotada por una banda de hombres poderosos desde los 7 años, y obligada a actuar en vídeos pornográficos desde los 10 años. En el momento en que se presentó el caso, al menos siete vídeos de los abusos sexuales de los que había sido víctima cuando era una niña seguían circulando por diversos sitios de Internet;
  • Jane Doe n.º 2 fue chantajeada por un pederasta ahora condenado para que le proporcionara más de 80 fotos y vídeos de ella desnudándose y masturbándose, que luego él subió a Pornhub;
  • La desconocida n.º 8 fue víctima de la trata de personas para la industria del sexo en Colombia, con tan solo 15 años. Fue obligada a mantener relaciones sexuales con el traficante de menores y pornógrafo Víctor Galarza, ahora condenado, tras lo cual se subió el vídeo a Pornhub. A pesar de sus repetidos intentos, ayudada por la organización sin ánimo de lucro contra la trata de personas, Operation Underground Railroad, para que se retiraran los vídeos, la grabación de su violación seguía (en el momento de la presentación del caso) en múltiples sitios.

El resto es una letanía de horrores similares. Puedes leer las historias aquí, a partir de la página 78, si tienes un estómago fuerte. Mujeres y chicas, algunas todavía niñas, grabadas durante relaciones sexuales por novios o maridos, sin consentimiento. Criaturas manipuladas por pederastas para grabar vídeos explícitos. Mujeres jóvenes drogadas y violadas por exmaridos, en fiestas o por bandas. Mujeres y niñas víctimas de trata torturadas ante las cámaras. Mujeres engañadas para que dejaran sus hogares, o incluso traídas del extranjero, con la promesa de trabajar como «modelos» y mantenidas en cautividad hasta que acceden a ser violadas.

Este carnaval de la miseria no es un accidente ni una omisión. Los abusos siempre han estado presentes en la industria del porno, como han señalado a menudo las feministas radicales: Linda Lovelace, protagonista de la tristemente célebre película de 1973 «Garganta Profunda», que dio inicio a la llamada «Edad de Oro del Porno», declaró en 1986 que «cuando ves la película Garganta Profunda, estás viendo cómo me violan».

Pero la revolución de los contenidos digitales ha elevado eso a un grado inimaginable. En primer lugar, la transformación digital significa que la mayoría de los consumidores esperan que los contenidos sean gratuitos, y que los productores ganen dinero indirectamente, a través de la publicidad. A su vez, en todos los medios de comunicación, los escasos márgenes que esto proporciona a todos los creadores, salvo a los de más éxito, se traducen en una intensa presión a la baja sobre los costes de producción. Y, en segundo lugar, el volumen de contenidos digitales implica una intensa competencia por las visitas, lo que incentiva la producción de clickbaits (técnica utilizada para conseguir que los usuarios hagan clic en el enlace a través de titulares llamativos y difíciles de ignorar) de ínfima calidad.

Lógicamente, el vídeo porno ideal es lo suficientemente extremo como para servir de reclamo y muy barato de producir. Pero, ¿cómo inducir a los actores a soportar el tipo de experiencias violentas, duras o degradantes que garantizan los clics sin pagarles un montón de dinero? Puede que algunos sean masoquistas que consienten; pero cuando esta oferta escasea, la forma obvia y barata de compensar el déficit es con víctimas de abusos que no consienten. Serena y las 33 Jane Does que aparecen junto a ella en el caso Mindgeek son simplemente una muestra representativa. Hay muchísimas más.

Mientras tanto, desde el lado del consumidor, resulta que una oferta ilimitada de porno gratuito en streaming que fusiona el clickbait impactante con el estímulo erótico condiciona la demanda, de manera que intensifica aún más esta dinámica. Los estudios sugieren que la neurología del consumo de porno funciona de forma similar a la adicción a las drogas, lo que significa que los consumidores compulsivos necesitan dosis cada vez más extremas para experimentar el mismo «subidón». Esto arrastra inexorablemente a los usuarios hacia contenidos violentos, extremos, degradantes y que violan los tabúes: el material con más probabilidades de ser obtenido sin consentimiento. Por tanto, la violación con-casi-negación-plausible, incluso de criaturas (el tabú por excelencia), no es un error o un accidente en Pornhub. Es una característica estructural.

Inevitablemente, la estudiada falta de interés por identificar los contenidos abusivos es también una característica estructural. ¿Por qué una empresa que se beneficia del número de espectadores iba a hacer algo más que lo mínimo, por ejemplo, para distinguir entre los vídeos en los que aparecen artistas mayores o menores de 18 años en la siempre popular categoría de «adolescentes»? (Como apunte, ¿no es una coincidencia increíble que esta categoría, siempre popular, desapareciera de los informes anuales «Year In Review» de Pornhub justo en el momento en que la complicidad del sitio en la difusión de contenidos de abusos sexuales a menores empezó a aparecer en los titulares y en las actas judiciales?).

Una denunciante anónima, citada en la presentación judicial, afirma que Mindgeek «sabía que estaba haciendo cosas ilegales», pero lo ignoró porque las restricciones obstaculizarían el SEO y los ingresos:

Cada vez que se pone una capa más de control sobre quién mira, se pierde contenido. Y en este caso ocurre lo mismo: si se pone una capa adicional de control sobre el contenido que se sube, se pierde contenido. Y el contenido en este caso son más páginas, y más páginas son más resultados, más resultados son más visitas de pago.

Recientemente, aparecieron grabaciones encubiertas en las que Mike Farley, director técnico de producto en Pornhub, reconocía el incentivo activo de Pornhub para no moderar o eliminar los vídeos de abusos. Al contrario, Farley se ríe de las lagunas que el sitio emplea para evitar tanto la necesidad de verificar la edad de las chicas abusadas, como la posibilidad de que los hombres que perpetran los abusos puedan ser identificados.

A Pornhub le interesa que las violaciones y los abusos no se puedan rastrear ni castigar. Que se suba y monetice vídeo tras vídeo, con una intervención mínima, lenta y reacia. Y que este material siga estando disponible gratuitamente, bajo demanda, a través de los millones de teléfonos inteligentes que constituyen el 97% del tráfico de Pornhub, un número desconocido de los cuales están en manos de menores.

No es de extrañar, por tanto, que la proposición de prueba en el caso judicial Mindgeek haya revelado recientemente que el contenido sólo es revisado a regañadientes por el equipo de moderación de Pornhub, formado por una sola persona para millones de vídeos, una vez que ha recibido más de 15 alertas. El retraso en la moderación superaba los 700.000 vídeos.

Y lo que todo esto pone de relieve es que nuestro consenso sobre el porno está irremediablemente desfasado con respecto a las tecnologías que ahora lo ofrecen. Al principio de la llamada «Edad de Oro del Porno», la industria se vio impulsada por un histórico caso judicial de 1966 en California que concedía la protección de la Primera Enmienda (derecho a la libertad de expresión, entre otros) incluso al contenido pornográfico «flagrantemente ofensivo». En efecto, esto inauguró un consenso tácito en el que los incidentes de violación y abuso en la industria del porno se consideraban lamentables, pero lo suficientemente raros como para ser una contrapartida aceptable frente a los beneficios de la libertad de expresión y la liberación sexual.

Big Porn ha engordado con este acuerdo. Pero ya es hora de que reconozcamos que la revolución digital -y en particular la de los teléfonos inteligentes- ha alterado tan radicalmente el ecosistema de los medios de comunicación que esta contrapartida ya no es válida. El daño es demasiado inmenso y de demasiado largo alcance.

Podemos hacer algo al respecto. Al fin y al cabo, si algo han demostrado los últimos años es que el público ya se ha mostrado más que dispuesto a consentir la censura digital cuando se considera de interés público. Lo único que queda por discutir es qué se va a censurar: en otras palabras, qué constituye el interés público. Y es difícil ver qué beneficio público puede tener el tolerar la existencia continuada de una organización cuyo incentivo es ignorar, facilitar y beneficiarse del abuso sexual a escala industrial.

Pornhub es una fábrica digital de violaciones. Debería desaparecer de la faz de la tierra. Es hora, como dice Laila Mickelwait de Traffickinghub, de cerrarla.

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