Este artículo es una traducción al español de una traducción al inglés de un artículo japonés publicado en el blog de una superviviente de prostitución japonesa, Hiiragi Sawa. Lo publico aquí con el permiso de la autora y de la traductora de inglés.
¿Sabes qué tipo de personas son los clientes del comercio sexual?
¿Son hombres de aspecto peligroso que pertenecen a grupos de delincuencia organizada?
¿Hombres con aspecto de no ser populares entre las mujeres?
¿Jóvenes ligones?
¿Empollones?
¿Hombres que acosan sexualmente a las mujeres en el trabajo?
¿Hombres que molestan a las mujeres y las fotografían de forma voyeurista?
¿Hombres que hacen constantemente comentarios misóginos en Internet?
La respuesta es: hombres corrientes, incluidos estos hombres corrientes.
Algunos de mis clientes eran estudiantes universitarios, otros eran ancianos de más de 90 años.
Había militares, yakuza, policías, médicos y bomberos.
Eran padres que criaban a sus hijas, e hijos que cuidaban a sus padres enfermos de Alzheimer.
Eran camioneros y taxistas.
Algunos vivían en grandes habitaciones en apartamentos en rascacielos, otros en habitaciones de madera del tamaño de una cabina en bloques de cemento.
Había un hombre que vivía en una habitación infestada de cucarachas, con la basura amontonada y con una estufa de camping para calentarse.
Un hombre vivía en una gran casa llena de enseres domésticos sin usar porque era incapaz de poner en orden las pertenencias de su familia muerta.
Había un hombre que sabía mucho sobre la historia del jazz, otro que no paraba de hablar de la serie de películas Los Vengadores, y un hombre que aspiró a ser piloto de Fórmula 1.
Había un hombre cuya afición era pescar en arroyos de montaña, y otro al que le gustaba ver anime. Otro decía que no tenía aficiones y que no tenía nada que hacer en sus días libres.
A un hombre le gustaba cocinar, y otro decía que se sentía como un extraño en su propia casa.
Un hombre decía que no podía tener las relaciones sexuales que quería con su mujer, mientras que otro decía que él y su mujer tenían una buena vida sexual.
A un hombre le preocupaba no tener nada en común con el hijo que tenía en el instituto, y otro dijo que estaba deseando volver con su familia cada mañana después de trabajar por las noches.
Había un anciano que decía que estaba a punto de irse a una residencia de la tercera edad y quería llevarse un último recuerdo de carne y hueso.
Había un novato de 20 años que quería deshacerse de su virginidad y mejorar su técnica sexual antes de conseguir novia.
También había hombres que vivían de la asistencia social.
Había hombres que querían que les hiciera recibos a nombre de un restaurante.
Había profesores, tutores y hombres que investigaban qué sé yo.
Había un hombre paralítico que no podía salir de la bañera sin ayuda.
Había un hombre que estaba de viaje en Japón y había decidido probar la industria del sexo durante su estancia en el país.
Había un masajista, un cocinero, el gerente de una tienda de comestibles, un parado, un hombre que presumía de su carísimo reloj y otro que me dijo que no tocara su caro traje.
Había un hombre que intentó intimidarme para que hiciera lo que le diera la gana, mostrándome el tatuaje de gánster japonés que le cubría toda la espalda.
Había un hombre que calentó un polvo sin especificar en la cucharilla de un hotel y se lo fumó.
Había hombres que no sabían conversar y otros que eran buenos conversadores.
Había un hombre que ensalzaba las virtudes del gobierno conservador, otro que murmuraba sobre su oposición a la guerra y otro que decía que se ofrecía voluntario para ayudar a los sin techo de Tokio.
Había hombres que creían que la pobreza era una cuestión de responsabilidad personal, y otros que achacaban sus vidas fracasadas a haber nacido en una mala época.
Había hombres que entraban con bastones blancos y otros que tenían audífonos.
Había un hombre que hablaba de su experiencia cercana a la muerte en un accidente de coche, y otro que bebía cerveza sin importarle nada antes de conducir de vuelta a casa.
Todos eran así, hombres que se encuentran en cualquier parte.
Son los hombres corrientes los que compran mujeres.
Es el hombre corriente el que compra mujeres y actúa como si pudiera hacer lo que le dé la gana con ellas porque las ha comprado.
Son los hombres corrientes los que compran mujeres porque vivimos en una sociedad en la que está bien que los hombres corrientes compren mujeres.
Fue un hombre corriente el que me metió los dedos por debajo de la falda en el coche que iba a usar después para recoger a su hija de la escuela.
Fue un hombre corriente el que me obligó a participar en un juego de violación prohibido y después se quejó de que en el trabajo lo trataban como a una mierda.
Fue un hombre corriente el que me metió un objeto en la vagina seca, riéndose de que no pudiera hacerle eso a su mujer.
Fue un hombre corriente el que me obligó a ponerme un uniforme de colegiala y que me exigió que le pidiera, querido profesor, que hiciera algo sucio.
Fue un hombre corriente el que me exigió a la fuerza que le dejara eyacular dentro de mí, porque su viejo esperma nunca me dejaría embarazada.
Fue un hombre corriente el que me exigió que le chupara el pene, que tenía ampollas y supuraba debido a una ETS.
Fue un hombre corriente el que me dijo lo mucho que deseaba orinar sobre el cuerpo de una mujer.
Fue un hombre corriente el que me dijo que se excitaba más cuando una prostituta le chupaba el pene asqueroso y sin lavar.
Fue un hombre corriente el que me confesó con una sonrisa avergonzada que una vez había abusado de una mujer borracha que estaba dormida en el andén de una estación de tren.
Fue un hombre corriente el que me dijo que sabía más sobre el cuerpo de las mujeres que ellas mismas porque había satisfecho a muchas prostitutas.
Fue un hombre corriente quien me dijo que el comercio sexual japonés era limpio y seguro. En Tailandia y Corea, las chicas son guapas, pero los timos hacen que le dé miedo.
Fue un hombre corriente el que, tras eyacular sobre mí, me sermoneó que acabaría siendo un caso perdido si seguía ganando dinero fácil de esa manera.
Fue un hombre corriente el que dijo que me había elegido a mí porque me llamaba igual que su hija.
Fue un hombre corriente el que me dijo que las mujeres como yo eran modelos en el sector de la atención al cliente.
Fue un hombre corriente el que dijo que nunca besaría a mujeres como yo porque no sabía qué enfermedades teníamos, y me dijo que usara condón para hacerle una mamada.
Fue un hombre corriente el que me llamó a su casa, donde su hijo de primaria dormía en la habitación de al lado, y que me forzó, diciendo que no pasaría nada mientras no nos pillaran.
Era un hombre corriente el que lloraba y pedía perdón por grabarme en secreto, diciendo que no creía que algo así me iba a enfadar tanto.
Era un hombre corriente el que pedía ansiosamente que le aseguraran que no era tan mal cliente.
Son hombres corrientes los que amenazan a las mujeres con que, sin prostitutas, todas las mujeres se enfrentarían al peligro de la delincuencia sexual descontrolada, y que los deseos sexuales de los hombres deben satisfacerse, aunque sea utilizando a mujeres. Así, anuncian a bombo y platillo que los hombres son brutales delincuentes en potencia incapaces de atender sus propias necesidades sexuales.
Son los hombres corrientes los que acuchillan, estrangulan, golpean y matan a las mujeres que compran a puerta cerrada.
Lo que es anormal es el acto de comprar mujeres.
Comprar a una mujer y utilizar su cuerpo para eyacular y dominarla es anormal.
Comprar a una mujer y sobar sus órganos internos es anormal.
Comprar a una mujer y forzarla a una situación en la que no pueda rechazar ninguna demanda es anormal.
Sin embargo, los hombres corrientes lo hacen.
A los hombres se les permite hacerlo.
Tienen garantizado el derecho a comprar mujeres y hacer lo que quieran con ellas.
No sólo los criminales y los pervertidos compran mujeres, sino también los hombres corrientes.
Todos los hombres, ordinarios y no ordinarios, pueden comprar mujeres.
Creen que pueden comprar mujeres y utilizarlas para eyacular y dominar.
Y se siguen suministrando mujeres a través de la industria del sexo para que estos hombres corrientes puedan utilizar sus cuerpos para eyacular y dominar fácilmente.
Esta es nuestra sociedad.
Los hombres corrientes compran mujeres en la industria del sexo.
2 respuestas
La cultura de la violación socialmente consentida.
Exacto, buena definición.