Soy una cristiana conservadora, 3 veces votante de Trump y también soy una delincuente violenta convicta. Debo advertiros que la información que estoy a punto de compartir con vosotros es perturbadora, incluso repugnante.
Me arrestaron en 2009 por primera y última vez en mi vida por secuestrar y agredir a una joven por 20 dólares. Luché mi caso durante seis meses en la cárcel del condado de Los Ángeles, durante el infame periodo de los registros corporales sin ropa forzosos e inconstitucionales que se realizaban delante de los ayudantes del sheriff, al aire libre, y con mucha más frecuencia de la requerida. En un día normal de juicio, me obligaban a desnudarme entre 6 y 8 veces. Uno puede pensar que eso forma parte de ser una delincuente, pero estar de pie al aire libre, completamente desnuda, con hombres policías y otras 25-50 mujeres -muchas de las cuales estaban menstruando y se veían obligadas a quitarse los tampones en público- es lo que yo considero excesivo. Desde luego, no facilita la tarea de convencer a las mujeres encarceladas de que importan y de que pueden decidir sobre sus cuerpos, ya que el sistema ha demostrado lo contrario una y otra vez.
Al final acepté un trato de cinco años de prisión estatal con dos strikes. En California, esto significa que si alguna vez me condenan por otro delito grave, correré el riesgo de que me sentencien a cadena perpetua, se me duplicará el tiempo de condena y se me aumentarán las sentencias por antecedentes penales. Gracias a Dios, no tengo que preocuparme por nada de eso.
Unas semanas después de que me condenaran, me pusieron las esposas y me subieron a un autobús del condado cuyo destino final era Chowchilla, la Cárcel de Mujeres de California Central, la segunda cárcel de mujeres más grande de Estados Unidos. Al llegar, me asaltaron los 46° del aire más caliente y polvoriento que jamás había inhalado. Nos reunieron en el edificio de recepción y liberación y nos dividieron en grupos de 10 en 4 celdas de bloques de hormigón. Nos ordenaron quitarnos toda la ropa y fue entonces cuando experimenté mi primer registro corporal al desnudo ordenado por el Estado. Estos son aún más invasivos que los que me hicieron en la cárcel del condado. Si los funcionarios no están satisfechos con el registro de orificios, traen un espejo unido a un poste y lo colocan debajo de ti mientras toses y te pones en cuclillas, delante de 9 desconocidos. Una vez superado ese nivel, te dan un vestido de lunares y unas chanclas. Luego, te despojan de tu identidad y te dan un número de identificación estatal. Ya no eres una mujer, ya no eres una persona. No tienes nombre, tienes un número. Ahora eres una cantidad de dólares y eres propiedad del Estado. No tienes derecho al respeto, la agencia o la dignidad, a menos, por supuesto, que seas un hombre que se identifica como mujer.
Cinco años más tarde, en 2013, me encuentro recibiendo la libertad condicional y llorando porque sentía que no la merecía. Allí había, y sigue habiendo, tantas mujeres que cometieron delitos más leves que los míos y que quizá nunca vuelvan a experimentar la libertad. Por ellas hago lo que hago. Cuando salí de la cárcel, le pedí al Señor que me diera la oportunidad de hacer que el tiempo que pasé en prisión sirviera para algo bueno. Le pedí que me diera la oportunidad de volver y sacar a las mujeres de allí, y de volver a entrar como una mujer libre y un rayo de esperanza. Ahora puedo atestiguar que Dios va mucho más allá y me ha dado todo lo que le pedí.
Viví con bastante normalidad los primeros años de mi libertad condicional. Mantuve el contacto con varias amigas que estaban dentro e hice todo lo posible para ayudar a tantas mujeres como pude a reaclimatarse y hacer la transición de la cárcel a la libertad. A finales de 2020, empecé a formular la idea de fundar una organización dedicada a ayudar a las mujeres encarceladas, ya que las que antes se centraban en esta causa habían pasado a apoyar cuestiones «transgénero». El 1 de enero de 2021, todo cambió. Ese fue el día de la «ley de respeto, agencia y dignidad transgénero» (SB 132) del senador Scott Wiener. Se implementó la sección 4 2606.3, que permite a CUALQUIERA acceder al programa materno-infantil. Esta ley, entre muchas otras altamente cuestionables, anti-mujer, anti-familia, y anti-americana, fue aprobada durante los confinamientos de Gavin Newsom por COVID-19, y muy pocos californianos eran conscientes. Sin embargo, las organizaciones dirigidas por mujeres con las que estuve en prisión lo sabían, y apoyaron plenamente esas leyes. He pasado innumerables noches sin dormir al saber que mis compañeras están recibiendo sus salarios a costa de nuestras hermanas dentro de la prisión y con su sangre en las manos.
Pronto empecé a recibir llamadas, correos electrónicos y cartas no sólo de mis amigas de dentro de la cárcel, sino de mujeres que no conocía. Empezaron a llegar tan rápido y a tal volumen que todavía tengo mensajes a los que no he respondido. Empecé a recibir hasta 20 llamadas al día de mujeres angustiadas y destrozadas que me hacían preguntas como: «¿Cómo pueden hacernos esto? ¿Es esto legal?».
También decían: «¡Son hombres! Son linebackers, delincuentes sexuales, violadores y hombres que odian a las mujeres, ¡pero se ponen coletas con erecciones! ¡Uno de ellos me rozó y me preguntó si me gustaba! ¿No sabe el gobernador que la mayoría de nosotras somos supervivientes de violaciones? ¿Acaso importa?».
Me puse en contacto con dos mujeres condenadas a cadena perpetua que temían por sus vidas porque sus ex maridos -ambos en el corredor de la muerte en una cárcel masculina- iban a ser trasladados a Chowchilla. En ninguna prisión de mujeres hay un nivel de seguridad comparable al del corredor de la muerte de una cárcel masculina. Una prisión de máxima seguridad para mujeres equivale a una prisión de seguridad media para hombres. A estas dos mujeres se les denegó inicialmente su solicitud de traslado porque Chowchilla es la única prisión de máxima seguridad para mujeres. Puesto que están condenadas a cadena perpetua, deben cumplir su pena en un centro de nivel 4 para mujeres. Finalmente fueron trasladadas, pero el Estado esperó tanto tiempo que se marcharon la misma semana en que llegaron sus ex maridos. Lo último que dijo uno de sus ex en el autobús tras el juicio fue: «La próxima vez que te vea, te mato». El otro hombre había matado a golpes a sus tres hijos pequeños.
No tenía ni idea de que este tema estuviera tan politizado. No tenía ni idea de que nadie pudiera estar en desacuerdo con la postura que adopté para mantener a los hombres y sus penes fuera de los espacios de las mujeres a las que quiero y por las que me preocupo. Mi comunidad se volvió contra mí. Dejé un grupo -al que, sin saberlo, estaba ayudando a crear un plan de estudios sobre la violencia doméstica hacia hombres que se dicen «transgénero»- y me dijeron que me estaba poniendo en grave peligro por ser una « tránsfoba intolerante». Una organización me dijo que ya no podía estar asociada conmigo porque estaban investigando mi «nebulosa supremacía blanca». Me prohibieron extraoficialmente la entrada a la prisión de la que salí en libertad condicional porque alguien llamó al funcionario de información pública y le dijo que yo era una amenaza para la seguridad de los reclusos que se dicen transgénero.
Esta es la misma prisión en la que ahora se encuentra un desertor de la mafia mexicana de 1,93 metros. Este hombre violó y mató a docenas de hombres en la prisión masculina y escribió un artículo para San Francisco Bayview en el que decía que había que identificarme, purgarme y substituirme.
Me puse en contacto con todos los medios de comunicación, con todos los periodistas que se me ocurrieron, con la ACLU, con Gloria Allred y con Diane Feinstein, y en todas partes obtuve la misma respuesta. Todos me dijeron, básicamente: «Estamos con nuestros hermanos y hermanas “trans” y daremos prioridad a su visibilidad y a sus “derechos trans”». No sabía qué estaba pasando. Las llamadas masivas continuaron, pero las situaciones se volvieron más oscuras y la poca esperanza a la que se aferraban mis amigas en la cárcel era fugaz. Todo lo que sabía que iba a pasar empezó a pasar. Las mujeres empezaron a fabricar armas. Eso nunca había sido un problema antes. El Estado taló todos los árboles de los patios, por el riesgo que suponían los hombres para la seguridad, ya que los podían utilizar para subirse a los tejados y fabricar armas. Se retiraron los toldos de los edificios. Convirtieron arquitectónicamente las cárceles de mujeres en cárceles de hombres para adaptarse a los hombres que se autoidentificaban como mujeres. Los baños portátiles venían con urinarios.
Luego empezaron las relaciones. Muchas mujeres rotas buscan la validación masculina, y los criminales depredadores dominantes lo saben. Estas relaciones ponen a las mujeres en el centro de sus crímenes. Han dado miles de pasos atrás en su proceso de curación. La violencia doméstica se ha disparado. Ahora viven con miedo al mismo tipo de traumas que las llevaron a la cárcel en primer lugar. Las mujeres se ven obligadas a oír, ver y oler a sus compañeras de celda practicando sexo todo el día y toda la noche, y no siempre es consentido. Es como ser violada sin haber sido tocada. Imagina que eres una mujer de 45 años que cumple cadena perpetua por matar al hombre que te violó y ahora te ves obligada a vivir con un violador del que se enamoró una de tus compañeras de celda.
El embarazo es ahora un problema nacional para las mujeres encarceladas. Menos mal que gobernadores como Gavin Newsom garantizan el acceso de las reclusas a abortos y pastillas del día después.
Nunca olvidaré el día en que me enteré, a través de una fuente fidedigna, de que la unidad de servicios de investigación había hecho un registro con perros detectores de cadáveres en busca de restos fetales. Uno de los hombres, cuyo juicio por dos violaciones comienza en febrero, golpeó a una de sus novias hasta provocarle un aborto. A través de una solicitud de información pública, me enteré de que los resultados de esa investigación no estaban demostrados y que el Departamento Penitenciario de California se toma muy en serio este tipo de acusaciones. Ese mismo hombre ha tenido dos hijos más desde aquel incidente. Esto ha agilizado el flujo de ingresos permanentes para los estados que ahora facilitan la concepción de criaturas que irán directamente al sistema.
La eliminación de las cárceles de mujeres en todo el país ha repercutido en el ya limitado acceso de las mujeres a la atención sanitaria. Las mujeres que esperan para ser tratadas de cáncer de mama ven con horror cómo sus vecinos varones regresan de sus citas médicas con nuevos implantes mamarios. Las mujeres con cáncer por haber trabajado en la cárcel eliminando amianto con sus propias manos se ven obligadas a ver a sus abusivos compañeros volver a los módulos con estiramientos faciales, recetas de Rogaine e implantes de cadera y glúteos, todo ello mientras alardean de derechos a los que nunca tenían acceso. Ningún recluso en la historia de Estados Unidos ha sido capaz de ejercer control sobre otro sector de la población reclusa o sobre el personal de la forma en que lo hace la nueva mafia trans. Esto es costoso. El dinero de los contribuyentes está financiando cirugías electivas y estéticas para algunos de los criminales más mentalmente enfermos del país, pero ese no es el verdadero crimen contra la humanidad en el que quiero que os centréis. Necesito que todos vosotros comprendáis plenamente que se trata de una crisis de derechos humanos de las mujeres que traspasará los muros de las prisiones y acabará afectándoos a vosotros, a vuestras mujeres y a vuestras hijas si no garantizamos los derechos humanos básicos de las más vulnerables.
El personal no se va a meter cuando las mujeres necesiten ayuda por miedo a las demandas. Los hombres abogan profesionalmente por sí mismos en la cárcel. Son maestros manipuladores y han estado presentando denuncia tras denuncia, asegurándose de que hay un rastro de papel allá donde van y de que están bien posicionados para presentar demandas agotando todos los recursos administrativos para establecer jurisprudencia que pueda utilizarse en los grandes casos del mundo libre. Han sido entrenados por los bufetes de abogados transgénero más grandes y mejor financiados del mundo con la intención de cambiar la faz de nuestro sistema judicial. Otra desafortunada realidad es que un enorme porcentaje de la población reclusa masculina que se dice trans son delincuentes sexuales violentos.
Desde la redacción de este informe, el presidente Trump ha ganado las elecciones y ha firmado una orden ejecutiva para proteger a las mujeres de la ideología de género y de los hombres que se declaran mujeres. Estos cambios no sucederán de la noche a la mañana, y no sucederán sin una lucha y sin hacer que la nueva administración rinda cuentas por algunas de las peores brutalidades que les suceden a las mujeres estadounidenses en las cárceles de mujeres. Corresponde a los ciudadanos estadounidenses exigir que se ponga fin a estas políticas censurables e impensables.