Jan Morris fue un pionero trans y un padre cruel.

Jan Morris, como James, con su mujer Elizabeth y sus hijos Henry y Mark TIMES NEWSPAPERS

Nota de la traductora: Suki Morys se refiere a su padre en femenino y a veces usa «género» en vez de «sexo». Puesto que no quiero cambiar el sentido del artículo, pero tampoco soy capaz de dejar pasar tales inexactitudes, utilicé la cursiva. Mucho.

El cambio de género de la periodista y escritora de viajes causó sensación en los años 70, pero en casa se negaba a responder a las preguntas de sus hijos. La Jan que conocieron era negligente, matona y machista, escribe su hija Suki Morys.

Mucho se ha escrito sobre la obra de Jan Morris desde su muerte en noviembre de 2020, a la edad de 94 años. Fue, después de todo, una escritora maravillosa e influyente. Fue periodista en The Times, donde se hizo famosa por la primicia de Edmund Hillary alcanzando la cima del Everest en 1953, para luego convertirse en escritora de viajes, utilizando su vasto vocabulario y su amor por los lugares para crear relatos vívidos e imaginativos de sus periplos. Nada, absolutamente nada, puede negar eso, y estoy orgullosa de ella por todo lo que consiguió.

También se ha hablado mucho de su transición de hombre a mujer, pero se ha escrito muy poco sobre el efecto que tuvo en su familia. Ella era muy reacia a hablar del tema con nadie, y a los demás nunca se nos preguntó. No creo que el género importe; cada uno debe ser quien quiera ser. Lo que sí importa es cómo se afronta una transición dentro de la familia y, sobre todo, cómo es realmente la persona, independientemente de su género.

Sólo tengo una imagen de mi padre como hombre. Un recuerdo de mirar por la ventana y verlo ir de arriba y abajo caminando detrás de un cortacésped por nuestro gran jardín, silbando. Es una imagen que aprecio porque me parece tranquila, amable y hogareña; una visión de normalidad. Pero las cosas estaban a punto de cambiar.

Suki Morys de niña

La transición comenzó en 1964, cuando, tras conocer al Dr. Harry Benjamin, endocrinólogo y uno de los primeros investigadores sobre personas transgénero, empezó a tomar fuertes pastillas de hormonas femeninas. Su última operación tuvo lugar en 1972, cuando yo tenía ocho años. Es difícil diferenciar entre la transición en sí y otras influencias que moldearon mi vida, pero sí sé que, a pesar de la transición, no a causa de ella, Jan tuvo un enorme efecto en mí.

La primera vez que noté algo raro, estaba sentada en el sofá de nuestra casa del norte de Gales. No recuerdo que mi padre estuviera allí, pero yo tenía unos cinco o seis años, así que bien podría haber estado. Me dijeron que ya no debía llamar a mi padre «papá», sino «Jan». Dije que Jan era nombre de mujer e inmediatamente me contestaron que en Escandinavia el nombre se usa tanto para hombres como para mujeres. Eso es cierto, y es de suponer que por eso se decidió escoger «Jan».

Eso es todo lo que me dijeron. Cada vez que llamaba a «papá», no obtenía respuesta, y poco a poco la palabra fue desapareciendo de mi vocabulario. Luego vinieron una serie de cambios: la venta de nuestra casa en el norte de Gales y el traslado a una remota casa de campo en las colinas de Monmouthshire con mi madre, Elizabeth, mientras mi padre se mudaba a Bath para hacer una transición completa. Cualquier pregunta tenía una respuesta vaga: la casa del norte de Gales era demasiado grande; Jan tenía que tener un piso en Bath para poder escribir…

A efectos prácticos, mi madre se convirtió en una madre soltera. Todos mis hermanos estaban fuera y Jan sólo nos visitaba los fines de semana. Aun así, mi madre nunca hablaba de lo que estaba pasando. Me cuidó y me mostró un amor incondicional, y desarrollamos una cercanía que ha durado hasta hoy.

Jan en su casa de Gwynedd, norte de Gales COLIN MCPHERSON/CORBIS VÍA GETTY IMAGES

Poco a poco, las hormonas cambiaron el cuerpo de Jan. Se sometió a una rinoplastia, y recuerdo haberle besado suavemente la nariz cuando tenía toda la cara vendada. Para entonces ya vestía ropa de mujer, y a mí me avergonzaba más que nada su horroroso sentido de la moda. Nunca sentí feminidad en ella. Yo estaba completamente perpleja, pero era pequeña, los niños aceptan. Nunca hubo un momento en que fuera un hombre y de repente una mujer; fue un proceso gradual. Mi madre tiene el gran mérito de no haber expresado nunca preocupación ni dolor durante una época que debió de ser extraordinariamente difícil para ella.

Así que mis recuerdos de Jan son casi todos de ella como mujer. Era bastante distante, pero había momentos de cercanía. Teníamos un dicho sin sentido que se convirtió en una especie de mantra entre nosotros; ninguno de los dos recordaba de dónde venía. Una de nosotras decía: «Te envidio», y la otra respondía: «No lo niego». No tiene sentido, era una tontería que decíamos, cosas que pasan en las familias. Ella solía golpear la pared entre la habitación de mis padres y la mía al ritmo de la melodía de «Muscle Man» como forma de dar las buenas noches, y yo gritaba: «¡EL HOMBRE MÚSCULO!» Muscle Man era Tony Holland, que flexionaba sus músculos al ritmo de la música en televisión (se le puede ver en todo su horrible esplendor en YouTube). Repito, no tenía ni pies ni cabeza, pero nos debía de hacer mucha gracia. Son pequeños trozos de normalidad en mi memoria.

Si yo preguntaba algo sobre la transición, Jan me respondía con un «no». Pronto me di cuenta de que era un tema tabú tanto fuera como dentro de la familia. Espero que mi madre pudiera hablar de estas cosas con su única amiga, nuestra vecina más cercana, pero me temo que para ella también era un tema tabú. Me preocupaba despertarme una mañana y querer ser hombre, porque nunca me habían explicado nada. Nunca lo hablé con mis hermanos.

Nunca consideré a Jan como un progenitor. Tenía a mi madre y no tenía padre. Eso era todo. Me dijeron que la llamara tía, pero nunca la consideré una pariente. Jan era simplemente Jan, una figura bastante imponente en mi vida, a la que quería pero que, francamente, no era muy agradable conmigo.

Durante mi adolescencia estoy segura de que la gente del colegio debía de saberlo todo, pero nadie me lo mencionó nunca y por eso yo tampoco lo mencionaba. No me gustaba llevar a nadie a casa, en parte porque me preocupaba la reacción de ellos hacia ella, pero también por la reacción de Jan hacia ellos. Nunca sabía si iba a ser grosera, si iba a coquetear de una manera bochornosamente recatada o si se iba a mostrar totalmente indiferente. Casi siempre era muy humillante.

Suki con su madre y Jan

Según iba creciendo, mi confusión aumentaba. Leí Conundrum, las memorias de Jan, publicadas en 1974 y sacadas por entregas en The Sunday Times, y la historia no acababa de encajarme. Ahora que he leído más libros de Jan, he llegado a la conclusión de que, aparte de la descripción de los lugares, todo lo demás es fantasía. Abusó de la licencia artística en todos sus artículos y libros. Romantiza todo lo que es remotamente emocional, porque ella nunca habló de nada emocional. Por supuesto, es la escritora que lleva dentro, pero a veces me parece muy inapropiado.

En Conundrum, Jan escribe sobre la muerte de mi hermana mayor, Virginia, que murió de bebé. Escribe que cuando Virginia estaba en el hospital, mi madre y Jan estaban en cama juntas, cogidas de la mano, con lágrimas resbalándoles por las mejillas. Escribe sobre una «luna enorme», mientras canta un ruiseñor, como una voz «del empíreo». Dice que lo escucharon hasta quedar dormidas. «Por la mañana», escribe, «el bebé se había ido».

La realidad, según me contó mi madre, era que mi hermana agonizaba en el hospital y Jan se negó a ir con mi madre a visitarla. En aquella época no se permitía a las madres pasar la noche con sus hijos. No puedo imaginar el dolor por el que estaba pasando mi madre, pero dudo mucho que durmiera esa noche, y las palabras de Jan, entonces y para siempre, no mostraron en absoluto comprensión alguna por su dolor. No tuvo empatía. Mi madre no pudo explicar el comportamiento de Jan.

Jan pensaba que Virginia «seguramente volvería a nosotros de un modo u otro», y escribió que «muy pronto lo hizo». No como Twm, mi hermano nacido al año siguiente, sino como yo, nacida cuatro años más tarde. Nunca me ha gustado que piensen en mí como la reencarnación de mi hermana. Nunca pude estar a la altura de la visión romántica e idealizada que tenía Jan de una niña que nunca creció.

Jan publicó la historia de la subida al Everest y también escribió sobre su experiencia como mujer trans durante su carrera profesional.

En otra parte de Conundrum, Jan escribe que, cuando era un niño de cuatro años y estaba sentado bajo el piano mientras su madre tocaba, se dio cuenta de que «había nacido en el cuerpo equivocado, y que en realidad debería haber sido una niña». Siempre me ha parecido mucho más probable que pensara que le gustaría ser como su madre. Su padre había sido gaseado en la guerra y moriría pronto. Por lo que cuenta Jan, obviamente sufría estrés postraumático, por lo que su madre habría sido un buen modelo a seguir.

Sin embargo, había algo mucho más confuso. Jan tenía una visión muy específica de lo que constituía una «mujer». Primero, una mujer debía formarse para ser secretaria, después casarse, luego tener hijos y, por último, cuidar de la familia. En otras palabras, una visión completamente sexista. Me educaron sabiendo que eso era lo que se esperaba de mí; no me dieron alternativas. Mi madre era exactamente eso.

Hace muy poco, y puesto que la sociedad ha cambiado y el género es ahora prioritario, Jan habló de que el género era fluido, pero eso no era en absoluto lo que decía antes. Ella había dicho expresamente que quería ser mujer, y que se hizo un «cambio de sexo» para poder serlo.

Mandaron a mis hermanos a los mejores internados de Inglaterra, mientras que a mí me enviaron a seis escuelas, moviéndome constantemente de una a otra, sin que nunca me dijeran por qué. Simplemente lo aceptaba; era lo que Jan había dicho que tenía que hacer.

En un informe de una de esas escuelas, la directora reprendió a mis padres diciendo: «Lamento que nos deje este curso y le deseo mucho éxito en su nuevo colegio, donde espero que pueda completar su educación sin más trastornos». Perder amigos con cada mudanza se convirtió en la norma, así que dejé de intentar hacerlos.

Cuando crecí, no pude aceptar el hecho de que Jan quisiera ser una «mujer» cuando su visión de las «mujeres» era totalmente opuesta a lo que ella era. No era nada maternal; le costaba incluso dar un abrazo a sus propios hijos, se ponía rígida como una tabla cuando lo intentábamos. No sabía cocinar, nunca la vi limpiar nada y desde luego no quería quedarse en casa y estar con su familia. Le disgustaba la idea misma de «familia». La verdad es que no quería ser mujer, al menos no como ella veía a las mujeres. Y aun así yo no podía hablar con ella de esto; me mandaba callar.

¿Qué era lo que ella quería ser? Creo que quería ser alguien totalmente diferente a los demás, una mujer que fuera el centro de atención por su diferencia. No era una mujer corriente, como ella creía que éramos las demás. Siempre se hablaba de ella, siempre se la ponía en un pedestal. Su ego era enorme, y la gente le sacaba brillo constantemente. Era una mujer que disfrutaba de estar en un mundo de hombres porque destacaba. No puedo culparla por ello, pero Jan no hizo absolutamente nada por las mujeres. Piensa en lo que podría haber hecho; y, si no hubiera querido ese papel, vale, pero al menos educa a tu única hija para que crea que puede ser capaz de hacer lo que quiera, y elógiala por ello. En lugar de eso, hizo lo contrario.

Antes de la transición, James Morris probaba el equipo que se iba a utilizar en la expedición de Hunt al Everest TIMES NEWSPAPERS

«Creo en la religión de la amabilidad», escribió Jan. Pero a su propia familia le dio de todo menos amabilidad. Empezó a menospreciarme a cada oportunidad que se le presentaba. Me ponía cosas delante y luego me las quitaba de las manos: «¿No te gustaría hacer esto? Uy, lo siento, no puedes». Cuando me hice un piercing en la nariz, no tuvo más que «desprecio absoluto» hacia mí. Cuando luchaba con mi peso, me saludaba diciéndome: «Se te ve muy cuantiosa hoy», pero enseguida me decía algo más agradable, como: «Te queda bien el pelo». Jan me comparaba con mi hermano, del que siempre decía que era mejor que yo en un aspecto u otro. Me pedía constantemente que revisara su testamento, que no me mencionaba ni a mí ni a mis cuatro hijos. La gente no se daba cuenta de estas pequeñas pullas constantes porque estaban pensadas para que no se notaran.

Yo quería a Jan, pero fui la niña que nunca pudo hacer que su padre se sintiera orgulloso. El curso de la universidad no era el adecuado. El resultado de la carrera no era lo bastante bueno. Cuando terminé mi formación docente, declaró: «Los que pueden hacer, hacen; los que no, dan clase». Hice todo esto mientras criaba sola a mis hijos; una hazaña nada desdeñable, pero eso nunca se me reconoció. Compañeros míos creían que lo hacía porque tenía envidia de que yo hubiera nacido mujer, pero eso tampoco tuvo nunca sentido para mí. Todas estas cosas, durante toda tu vida, de una persona que se supone que es un progenitor tienen serias consecuencias. Sigo sintiéndome muy insegura e inferior a toda la gente que conozco y en todos los trabajos que tengo. No soy lo suficientemente buena. Siempre me ha dolido. Todavía me duele.

Cuando Jan murió, el hecho de que no me mencionara en su testamento no fue su última pulla. Su último libro, Allegorizings, una colección de ensayos, comienza con el mismo relato de la muerte de mi hermana que en Conundrum. Esta vez añade: «Mi propio dolor fue pronto medio mitigado, por la llegada de una sustituta, por así decirlo, en la persona de su hermana menor, alegre como una estrella bailarina y un deleite para mí para siempre». Y ahí estaba otra vez. La pulla y el encubrimiento. ¿Cómo puede alguien pensar en una hija como sustituta de otra hija, como segundona, como reemplazo? La gente me ha dicho: «¡Oh, ya sabes lo que quería decir!» Dada la amplitud del vocabulario de Jan, sé exactamente lo que quería decir. Una última pulla desde la tumba contrarrestada por algo bonito para intentar ocultarla a su adorado público.

Jan era una persona increíble: hizo cosas que la mayoría de nosotros jamás podríamos soñar hacer, escribió los libros más maravillosos y fue adorada por muchos por sus escritos, y con razón. Pero todo eso tuvo un precio enorme para su familia. Ella le decía al mundo que estábamos bien, pero nunca nos preguntó si lo estábamos. Puede que fuera una escritora maravillosa pero, por mucho que yo la quisiera, fue una pésima progenitora que dañó a sus cuatro hijos vivos de un modo u otro.

Artículo original archivado

6 respuestas

  1. Uno de los relatos que mas ha impactado últimamente, una perspectiva brutal de lo que supone tenar a una persona asi como familia/padre. El relato es brutal, ya sabes que me quede de piedra.

  2. ¡Qué interesante! No tenía ni idea de esto… Me gustaría saber cuál fue la percepción de los hermanos varones sobre el trato que se le daba a esta mujer, si fueron conscientes de las diferencias que hacía el sádico pirado ese.
    Gracias por compartir esta historia

    1. Fun facts: uno de los hijos, Twn, colaboró con su padre en dos libros, y Michael Palin era fan (y lo trataba de *ella»). Encontré muy poco de la familia, pero estate atenta, me mandaron una crítica escrita en 1974 por Nora Ephron, guionista de «Cuando Sally encontró a Harry» y la sacaré pronto.

  3. El narcisismo hace egocéntricas e incapaces de amar a estas personas. No pueden salir de su yoismo. Qué dura experiencia la de esta familia y qué bien narrada.
    Gracias Nuria.

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