Han salido tres noticias hace poco que arrojaron luz sobre lo peligroso que es ser una mujer que necesita cualquier tipo de atención médica. En primer lugar, la Dra. Em publicó su investigación sobre cómo abundan la violación y el abuso sexual de pacientes vulnerables en residencias, después de leer un caso reciente en el que un cuidador dejó embarazada a una mujer en un hospital psiquiátrico. La mujer dio a luz y se llevaron a su hijo: aún más inquietante, la familia del hombre puede acabar teniendo la custodia y actualmente se le permite el acceso al bebé, pero no a la madre y los abuelos maternos.
Luego estaba el explosivo artículo de The Guardian que compartía un estudio que mostraba que las mujeres tienen un 32% más de probabilidades de morir después de ser operadas por un cirujano, un fenómeno que puede deberse a «sesgos sexuales implícitos». Finalmente, el Daily Mail compartió la historia de Porsche McGregor-Sims, una joven que murió después de que los médicos no la examinaran adecuadamente y minimizaran sus síntomas, que resultaron deberse a un cáncer cervical.
Para las mujeres con discapacidades y enfermedades crónicas, nada de esto es una sorpresa, aunque cada historia sienta como un puñetazo en el estómago. No creo que ninguna mujer que haya llegado a la pubertad se sorprenda de que un médico masculino culpe de los síntomas ginecológicos de una mujer a las «hormonas» y la despache. La indignación en los últimos dos años de la luz de gas que los médicos hacen a las mujeres que necesitan atención ginecológica ha sido esclarecedora aunque tardía, y ver este video recientemente compartido por Hysteroscopy Action, de cuatro ginecólogos masculinos que discuten cómo el dolor de una mujer ayuda a confirmar que están haciendo el trabajo bien, resumió la experiencia que muchas de nosotras hemos tenido. Pero esto es algo de lo que las mujeres discapacitadas han estado hablando durante años, incluso décadas. ¿Por qué nuestras voces no están siendo escuchadas?
Recuerdo la primera vez que me di cuenta de que ser mujer en presencia de un médico hombre significaba que me iba a sentir incómoda. Estaba entrando en la pubertad y lidiando con mucho dolor de espalda. Mis padres me llevaron a la consulta y el médico de cabecera me puso de pie tirando de mí, me dio la vuelta y me quitó la camiseta para examinarme, sin un simple «¿Te importa?» Recuerdo que me cubrí el pecho incipiente con los brazos y me sentí violada, a pesar de que no tenía las palabras para explicar por qué.
Más tarde, la vez en que comencé a tener dolor ginecológico y sangrado, y le rogué al médico de cabecera que me hiciera una citología. Se negó porque aparentemente era demasiado joven a los 21 años, y en su lugar pasó meses haciéndome pruebas de ITS porque simplemente no me creía, ni a mí ni a las pruebas negativas que decían que no tenía una ITS. Cada dos semanas durante meses me tencía en la camilla y me disociaba de mi cuerpo mientras metía aquel enorme espéculo de metal dentro de mí para ver dónde había escondido esta supuesta ITS. Y cada vez yo era incapaz de contener mi reacción al dolor y cada vez él decía «Oh, lo siento, lo olvidé» mientras continuaba raspando mi cuello uterino y el área circundante.
Al final tuve suerte: me fui a la privada gracias al trabajo de mi madre, así que hice una cita con una ginecóloga que me diagnosticó correctamente en la primera visita (no era una ITS, como me cansé de repetir) y me hizo una citología «por si acaso» con un pequeño espéculo de plástico que apenas noté («¡Soy buena en esto!», me guiñó un ojo mientras yo lloraba aliviada). En poco tiempo, tenía un plan de tratamiento y me hicieron una cita para extirparme un quiste peligroso.
Finalmente, estaba el dolor crónico que había estado experimentando desde esa primera visita al médico de cabecera cuando era una adolescente, que había empeorado cada vez más hasta el punto que se me hacía muy difícil trabajar y socializar. Varios incidentes me habían aumentado el dolor: una relación extremadamente violenta a los 19 años, un accidente automovilístico a los 21 y una caída de caballo que me rompió la espalda a los 23. La respuesta más común de los médicos, en su mayoría hombres, que vi fue que era todo mi culpa por no hacer suficiente ejercicio o que eran «imaginaciones mías».
Me habían dado de alta de Urgencias a las 2 de la mañana con tanto dolor que no podía caminar, sin pastillas para el dolor. Me han diagnosticado depresión, ansiedad y un trastorno de la personalidad, un diagnóstico que conlleva un montón de estigma, y que todavía estoy luchando para que se eliminar de mis informes. Hasta hoy mismo, tengo ataques de pánico cada vez que tengo que hacer una cita con el médico por si me mandan otra vez a un psiquiatra o por si me dicen que no puedo tomar pastillas para el dolor. La cruel y horrible realidad es que la profesión médica todavía ve a las mujeres como histéricas: como si tuvieran cuerpos que están gobernados por emociones inestables y un sistema reproductivo que es un misterio médico. Los libros de texto usan el cuerpo masculino por defecto, y la menopausia ni siquiera es un módulo obligatorio para los estudiantes de medicina. Agrega una discapacidad, que puede tardar años en diagnosticarse, y nos volvemos aún más invisibles.
La policía y la fiscalía no van a enjuiciar a los que nos violan, porque nuestra discapacidad significa que no confían en nuestros recuerdos o en nuestra interpretación de los acontecimientos. Un búsqueda superficial en Google de «abuso sexual en residencias» escupe páginas y páginas de artículos sobre mujeres en residencias y hospitales que dan a luz después de ser violadas; de cuidadores varones que abusan de mujeres con discapacidades de aprendizaje, con autismo o con problemas graves de salud mental. El personal masculino de los hospitales psiquiátricos está violando y abusando de las mujeres y se están saliendo con la suya. Justo hoy, el Daily Mail publicó otro artículo sobre tres cuidadores masculinos encarcelados por arrastrar a una mujer por el cabello, arrodillarse encima de ella y golpearle la cabeza en el suelo, gritar insultos raciales y aullarles a otras víctimas. Este comportamiento fue ignorado, normalizado y se permitió que continuara durante años porque las personas con discapacidad, especialmente las mujeres, estamos deshumanizadas desde el momento en que empezamos a necesitar ayuda para nuestro cuidado.
Es comprensible que las mujeres en este momento estén rechazando la erosión de los espacios de un solo sexo y el lenguaje deshumanizador que se utiliza para describirnos. Pero esto no es nuevo. Las mujeres discapacitadas nunca han recibido atención médica de un solo sexo. Nunca hemos tenido habitaciones de un solo sexo ni residencias de un solo sexo. Hemos tenido que aprender a disociarnos de nuestros cuerpos, a no exigir un mejor tratamiento o atención por si nos consideran hostiles o difíciles. No tenemos la opción de elegir qué manos nos tocan o con quién nos quedamos solas. Siempre hemos tenido otros que hablen por nosotras y sobre nosotras, y no conozco a una sola mujer a la que no le hayan descartado sus síntomas físicos por considerarlos causados por sus «emociones». Es agotador y nos ha dejado a muchos de nosotras con síntomas de TEPT que se añaden a nuestros «rasgos de personalidad inestables» como algún tipo de defecto personal.
Cuando se trata de la salud y las mujeres, nuestras voces son las que necesitan ser escuchadas, pero con demasiada frecuencia son ignoradas. Durante la pandemia, las mujeres discapacitadas con mayores necesidades de apoyo tenían un 91% más de probabilidades de morir que las no discapacitadas. Las mujeres discapacitadas en general tenían el doble de probabilidades de morir. El 60% de todas las muertes por Covid fueron de personas discapacitadas, aquellas de nosotras con «afecciones subyacentes», que se ha convertido en la forma educada de decir «sus muertes no importan».
Importamos. Nuestras experiencias importan. Como dijo la Dra. Em en su artículo, necesitamos un cambio serio en la cultura, en la política y en la atención médica en general. Si quieres ver la cruda realidad de lo que los hombres piensan sobre las mujeres, no tienes más que mirar cómo tratan a las más vulnerables de nosotras.