A principios de este año escolar asistí a una reunión. Entré en la sala sin saber que este año, después de más de un cuarto de siglo en la educación, iba a ser totalmente diferente para mí. Aquel día charlé tranquilamente con mis compañeros, todos nosotros descansados después de las vacaciones de verano. Mirando hacia atrás, recuerdo vívidamente cómo entraba la luz del sol por las ventanas, lo emocionados que estaban todos de conocerse en persona y cuántos llevaban su ropa nueva profesional. No tenía idea en ese momento de que el contenido de la reunión y los eventos en mi vida familiar me harían contemplar un cambio de carrera.
En la agenda: igualdad. Los ponentes, administradores del distrito, sonreían alegremente mientras nos explicaban que debemos usar el nombre preferido de un estudiante cuando éste así nos lo pida; era igual que usar un apodo, nos aseguraron inmediatamente. Los padres no deben ser informados. Eso sería sacar del armario a un estudiante y ponerlo en peligro. Si no hacemos esto, explicó el administrador mientras continuaba sonriendo, estaríamos contraviniendo el Título IX. Este rápido anuncio dejó mi mente, como maestra y madre de un adolescente que se cuestiona el género, llena a rebosar de preguntas.
Si los estudiantes tenían autoridad para cambiar su nombre y género sin el permiso de los padres, ¿por qué les pedíamos permiso a los padres para las excursiones?
- ¿Llamar a una estudiante con un nombre tradicionalmente masculino era de verdad similar a usar un apodo?
- ¿Son estas intervenciones algo que las escuelas deberían decidir sin la participación de los padres o expertos?
- ¿Por qué anunciar una identidad trans era tratado de manera similar a anunciar una identidad gay?
- ¿Y si el estudiante, aún dándose cuenta de su sexualidad, estuviera confuso?
- ¿No se enterarían las familias del nuevo nombre? ¿Empeoraría esto la situación para el estudiante?
- ¿Qué experiencia tenían los ponentes con jóvenes trans? ¿Quién escribió las pautas para los jóvenes que se identifican como trans?
- ¿Por qué solo escuchamos sobre nuevas pautas para estos estudiantes en particular y no para ningún otro bajo el cada vez más amplio paraguas LGBTQA +, y por qué ahora?
- Y, ¿»planes de apoyo de género»?
Estoy segura de que esos educadores veteranos estaban, como yo, estupefactos y en el clima polarizado actual, temerosos de expresarse mal y ser considerados intolerantes. Y estoy segura de que no entendimos del todo en qué se nos pedía que participáramos.
La reunión cambió de rumbo y rápidamente se pasó a la sensibilidad cultural. El mismo orador le pidió a un participante que compartiera una historia. Una educadora explicó que su maestra de 2º grado (7/8 años) era incapaz de pronunciar Josefina, así que la llamaron Joan hasta que acabó la escuela. Sus amigos de la escuela todavía la conocen como Joan. Hubo un respingo colectivo audible.
No me puedo imaginar no hacer un esfuerzo para pronunciar el nombre de un estudiante. Al mismo tiempo, me parecía una triste ironía que los maestros no tuviéramos una reacción visible al ser informados de que si James nos dice que ahora es Sandra, debemos complacerlo de inmediato. Me preguntaba, si referirse a Josefina como Joan le ha cambiado la vida a nuestra colega, ¿cómo se trataba tan frívolamente el llamar a un estudiante biológico masculino por un nombre tradicionalmente femenino?
Y, ¿qué pasaría si un maestro, todos ellos bien instruidos en el desarrollo adolescente, cuestionara la sabiduría de este enfoque? Es probable que los de seguridad nos echen del edificio. Así que, porque el tema es tabú, se suprime el diálogo entre las personas que tienen una vasta experiencia trabajando con niños y adolescentes y el poder de afirmar una identidad, incluso si los padres no creen que sea lo mejor para el niño.
Es posible que ese fuera el mismo día, mientras yo jugaba a conectar los puntos en la reunión, en que mi propio hijo, que tenía una ansiedad tan extrema que era incapaz de dirigirse a los adultos, se pusiera en contacto con el personal de la escuela para solicitar que se dirigieran a él con un nuevo nombre y pronombres. Tomó este paso en contra del consejo de su médico, que lo conoce de toda la vida, y de sus padres.
Cuando comenzó la pandemia, también lo hizo la pubertad de mi hijo. Sufriendo en silencio de depresión no diagnosticada, mi hijo experto en tecnología se metió en internet. En una sala de chat de Discord para programadores (¿Qué es Discord y para qué se usa? (epicgames.com) empezó a charlar con varios participantes que se identificaban como trans. Tanto su nueva comunidad en línea como sus profesores supieron que estaba usando su nuevo nombre preferido antes que nosotros, sus padres.
Así que tenía un asiento en primera fila para ver cómo las escuelas reemplazaban la autoridad parental. Fue desagradable. Y muy peligroso. Debido a que estábamos en la oscuridad con respecto al cambio de nombre en la escuela, no nos dimos cuenta de que los repentinos arrebatos de mi hijo eran causados en parte porque comprobó que aún después de usar un nuevo nombre, seguía sufriendo y seguía deprimido. Se había aferrado a esta idea de que si hacía la transición resolvería su ansiedad y depresión. Pero se estaba dando cuenta de que no era así, y que había cometido un error muy público al cambiar su nombre. Y no estábamos en la mejor posición para apoyarlo, porque durante un tiempo, no teníamos ni idea.
Cuando me dijo que ya no se consideraba trans, sino una persona que no creía en los estereotipos de género, me pareció repentino.
No me había preparado exactamente para el día en que mi hijo se diera cuenta de que ya no se identificaba como transgénero. Pero estoy segura de que me imaginé a mí misma sintiéndome increíblemente aliviada, ya que este nunca había parecido el camino adecuado para él. En cambio, meses después, siento como si el cielo estuviera perpetuamente nublado. Me encuentro haciendo mi trabajo como si fuera un robot. Mi mente está absorta, como si tuviera un pequeño ventilador encendido en mi cerebro en todo momento, pensando en la transdemia juvenil.
Esto puede haber traído algunas cosas positivos, como mi propio pequeño esfuerzo de base para hablar con otros sobre el fuerte aumento de los jóvenes que se identifican como trans. Así que, ahora, en pequeñas conversaciones hablo de lo innombrable.
Hablé con una vieja amiga, una bibliotecaria gay y liberal, sobre una publicación en las redes sociales. Un día después me contactó para que le diera fuentes. Una amiga suya tenía 8 niñas en un grupo de escuela en casa que se identificaban como trans.
Hablé con una reconocida profesora y respetada miembro de la comunidad que me dijo que en los últimos años había tenido 2 estudiantes varones que salieron del armario como gays, luego trans. Ambos se dieron cuenta de que eran homosexuales antes de optar por seguir una ruta médica. Expresó su preocupación de que los jóvenes homosexuales no conformes con el género puedan seguir una ruta médica sin ser capaces de comprender las consecuencias que esto tiene de por vida.
Hablé con maestros que descubrieron en las reuniones y conferencias del IEP (Individualized Education Program, un programa para los niños de las escuelas públicas estadounidenses) que los padres no estaban informados del nombre preferido del estudiante y de la actualización de sus pronombres. Uno fue a casa y vio un documental sueco y me agarró al día siguiente angustiado para hablar de ello.
Hablé con un vecino con hijos en secundaria que me contó que un joven en su vecindario, recién salido de la escuela secundaria, estaba detransicionando y era ahora estéril.
Hablé con otro educador que me contó de un estudiante que hizo la transición médica cuando estaba en la escuela secundaria. El estudiante intentó suicidarse poco después de graduarse.
Hablé con una orientadora de instituto que vio a 5 estudiantes cambiar de nombre y de pronombres en el primer semestre de este año escolar. Y hablé con su jefe, que me preguntó qué era la transición social.
Todavía estoy demasiado enfadada para hablar con los profesores de mi hijo.
Ahora sé que una profesora le mandó un mensaje a mi hijo diciéndole lo orgullosa que estaba de que hubiera salido del armario y de que estuviera viviendo de manera auténtica. En el mes que tuvo para conocer a mi hijo y a otras 125 personas, ¿supo que nunca había mostrado signos de inconformidad de género cuando era niño? Con su conocimiento superficial, ¿se dio cuenta de lo que implica la terapia hormonal y la «cirugía de afirmación de género»? He tenido que hacerme a la idea de que mi hijo se sienta todos los días en un aula dirigida por una persona entusiasmada con la idea de que estaba dando pasos hacia esto.
Meses después, otra profesora diferente se llevó a mi hijo a un trastero para interrogarlo sobre por qué había vuelto a usar su nombre de nacimiento. ¿Cómo demonios piensa que eso es aceptable? ¿De verdad que no se le ocurrió que los adolescentes que se identifican como trans, como otros de su edad, también son propensos a actuar impulsivamente sin tener en cuenta las consecuencias? ¿Nunca había visto a un adolescente probar una identidad o creencia y descartarla cuando no encajaba? ¿O creía que sabía lo que era mejor para mi hijo, mejor que los padres «intolerantes» que entendían su historia y que estaban mirando por su futuro?
Como padres, ahora estamos menos preocupados por las notas, los deportes o la admisión a la universidad. La vida no es fácil siendo el ex niño trans de la escuela. Ahora simplemente esperamos que nuestro hijo sea feliz y esté sano. Esperamos que se haga un amigo pronto.
No soy la misma madre, y no soy la misma profesora.
A veces, la idea de afirmar sin cuestionar la identidad de género de un estudiante hace que sienta náuseas de camino al trabajo. Me cuesta dormir por la noche. Me despierto llena de ansiedad, siento dolor físico, estoy desilusionada. Tengo el conocimiento interno de las consecuencias en casa de la afirmación ciega de los adultos en la escuela, cómo perjudica a los jóvenes con problemas psicológicos y a aquellos que aún no han tenido tiempo de descubrir su sexualidad. Y sé que la decisión de afirmar una identidad trans la están tomando en las escuelas personas que no son expertas, que pueden haber conocido al niño solo unos minutos.
Las familias se están despertando lentamente y se están dando cuenta de lo que está sucediendo en las escuelas. Se ha subestimado la ira de los padres a cuyos hijos se les ha enseñado el genderbread person o que han hecho la transición social a sus espaldas en las escuelas. Las escuelas, una fuente importante de afirmación, se están convirtiendo rápidamente en el próximo y tal vez último campo de batalla en la guerra de género.
Por conversaciones privadas, sé que no soy la única que se pregunta cuánto tiempo más duraré en el aula. Pero desde donde quiera que esté, haré todo lo posible para correr la voz sobre el asesoramiento erróneo a los estudiantes que se identifican como trans, la peligrosa elusión de los derechos de los padres y presionaré para cambiarlo.