Cómo funciona el patriarcado: el poder de nombrar

Blog de Salagre, Andrea Dworkin

Andrea Dworkin (1946-2005) fue una teórica, escritora y activista feminista radical. En este extracto de su libro Pornography: Men Possessing Women, Dworkin analiza el poder de nombrar. En su análisis, el desarrollo de la cultura del patriarcado ha otorgado a los hombres el acceso casi exclusivo al poder de definir el lenguaje. Este control sobre el lenguaje permite expansiones en la hegemonía ideológica, y tiene serias implicaciones para las mujeres a lo largo de los siglos.


De Andrea Dworkin

Cómo funciona el patriarcado: El poder de nombrar

Los hombres tienen el poder de nombrar, un poder grande y sublime. Este poder de nombrar permite a los hombres definir la experiencia, articular límites y valores, designar a cada cosa su ámbito y sus cualidades, determinar lo que puede y no puede expresarse para controlar la percepción misma.

Como escribió Mary Daly, la primera en aislar este poder, en Beyond God the Father «... Es necesario comprender el hecho fundamental de que a las mujeres se nos ha robado el poder de nombrar».

La supremacía masculina está fusionada con el lenguaje, de modo que cada frase la pregona y la afirma a la vez. El pensamiento experimentado principalmente como lenguaje, está impregnado de los valores lingüísticos y perpetuos desarrollados expresamente para subordinar a las mujeres.

Los hombres han definido los parámetros de cada tema. Todos los argumentos feministas, por radicales que sean en intención o consecuencia, están con o contra afirmaciones o premisas implícitas en el sistema masculino, que se hace creíble o auténtico por el poder de los hombres para nombrar.

No es posible trascender el sistema masculino mientras los hombres tengan el poder de nombrar. Sus nombres resuenan allí donde hay vida humana. Al igual que Prometeo robó el fuego a los dioses, las feministas tendrán que robar el poder de nombrar a los hombres, esperemos que con mejores resultados. Como ocurría con el fuego cuando pertenecía a los dioses, el poder de nombrar parece mágico: él da el nombre, el nombre goza ella da el nombre el nombre se pierde. Pero esta magia es una ilusión.

El poder masculino de nombrar se sustenta en la fuerza, pura y simple

Por sí solo, sin fuerza que lo respalde, medido con la realidad, no es poder; es proceso, algo más humilde. «El antiguo nombrar», escribió Mary Daly, “no era producto del diálogo, un hecho que se admite abiertamente en la historia del Génesis en la que Adán nombra a los animales y a la mujer”.

Nombrar por decreto es poder sobre y contra quienes tienen prohibido nombrar su propia experiencia; es el decreto respaldado por la violencia que escribe el nombre de forma indeleble con sangre en una cultura dominada por el hombre. El varón no se limita a denominar malas a las mujeres; extermina a nueve millones de mujeres por brujas porque él las denomina malas. No se limita a denominar débiles a las mujeres; mutila el cuerpo femenino, lo ata para que no pueda moverse libremente, lo utiliza como juguete u ornamento, lo mantiene enjaulado y atrofiado porque ha denominado débiles a las mujeres. Dice que la hembra quiere ser violada; él viola. Ella se resiste a la violación; él debe golpearla, amenazarla de muerte, llevársela por la fuerza, atacarla por la noche, usar un cuchillo o el puño; y aun así él dice que ella lo quiere, todas lo quieren. Ella dice que no; él asegura que eso significa que sí.

La denomina ignorante y luego le prohíbe la educación

No le permite usar su mente ni su cuerpo con rigor, la denomina intuitiva y emocional. Define la feminidad y cuando no se ajusta a ella, la denomina desviada, enferma, la golpea, le corta el clítoris (depósito de masculinidad patológica), le arranca el útero (fuente de su personalidad), la lobotomiza o narcotiza (reconocimiento perverso de que puede pensar, aunque pensar en una mujer se denomina aberrante).

Nombra el antagonismo y la violencia, mezclados en diversos grados «sexo»; la golpea y lo denomina de diversas maneras: «prueba de amor» (si es esposa) o «erotismo» (si es amante). Si ella lo desea sexualmente, la denomina zorra; si no lo desea, la viola y dice que sí lo desea; si prefiere estudiar o pintar, la denomina reprimida y se jacta de poder curar sus intereses patológicos con el apócrifo «buen polvo». La denomina ama de casa, apta sólo para la casa, la mantiene pobre y totalmente dependiente, para luego comprarla con su dinero si se va de casa y entonces la llama puta. La denomina como le conviene, hace lo que quiere y la llama como quiere.

Mantiene activamente el poder de nombrar mediante la fuerza y justifica la fuerza mediante el poder de nombrar

El mundo es suyo porque le ha puesto nombre a todo lo que hay en él, incluida ella. Ella utiliza este lenguaje contra sí misma porque no se puede utilizar de otra manera. […]

Cualquier cosa que contradiga o subvierta la denominación masculina se la difama hasta hacerla desaparecer; el poder de nombrar en sí mismo, en el sistema masculino, es una forma de fuerza.


Las obras completas de Andrea Dworkin pueden leerse en la Andrea Dworkin Online Library:

http://www.nostatusquo.com/ACLU/dworkin/

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