Posie Parker en Ginebra

El domingo 11 de junio tuvo lugar en Ginebra el evento de Posie Parker, o Kellie-Jay Keen (aquí un artículo en español si no la conocéis), llamado Let Women Speak, Dejad Hablar a las Mujeres y, como viene siendo habitual, la turba trans lo boicoteó con un ruido ensordecedor que no, no dejaba hablar a las mujeres.

Llevábamos preparando el acto varias semanas. Esto es Suiza al fin y al cabo, y se necesita un permiso para todo, y todo lleva su tiempo. Cuando digo “llevábamos”, me refiero más que nada a S., que es de Ginebra y corrió con todo el papeleo, el seguro, el permiso, el alquiler de aparatos de sonido y todo lo demás.

Las 4 británicas que coordinaron el evento llegaron la noche anterior y tuvieron tiempo para hacer un reconocimiento a la Plaza de las Naciones, donde iba a tener lugar, al otro lado de la calle del edificio de las Naciones Unidas.

Nos encontramos todas en una cafetería a las 11. Algunas llevábamos ya dos o tres años hablando por Zoom, pero no nos conocíamos, los abrazos fueron épicos. 

¿Adivináis cuál soy?

De camino a la plaza, arrastrando maletas con el equipo técnico, folletos, agua, estuches de primeros auxilios, nos encontramos con la avenida cerrada al tráfico y policía y furgones por todos lados. Nos sorprendió la cantidad y el equipo que llevaban: iban armados y muy protegidos, como de antidisturbios pero sin los escudos. Sí llevaban cascos con visor y un montón de cosas colgando.

Nos colocamos debajo de la silla emblemática y montamos el equipo. A las 12:40 estábamos nosotras y algún turista haciendo fotos al edificio de las Naciones Unidas, justo detrás. Nada más.

Diez minutos más tarde aparecieron dos adolescentes jovencitos con unos carteles pro trans, que parecían algo perdidos y se sentaron cerca. La policía los mandó al fondo de la plaza.

Unos minutos antes de las 13:00, llegó Kellie-Jay, nos saludó a todas, intercambiamos unas palabras y seguimos con lo que estábamos.

Ella probó los micrófonos, y cuando estuvo satisfecha de que todo funcionaba, arrancó. 

Calculo que la gente de nuestro lado serían unos 50, algunos de ellos periodistas. Uno en particular, un señor de unos 50 años que debía llevar otros tantos días sin conocimiento carnal de una ducha, intentaba acercarse a Kellie-Jay una y otra vez y no aceptaba un no por respuesta. Llegó a decirme, con tono petulante, que por qué los otros sí se podían acercar más y él no, le contesté que porque tenían carnet de prensa. Metió la mano en el bolsillo para sacar algo que parecía la tarjeta del supermercado e intentó convencerme de que él era alguien, ALGUIEN. A mí el olor me estaba afectando la vista, así que llamé a la encargada de las auxiliares para que lidiara con él y salí por pies.

Empezaban a llegar más transactivistas, calculo que al final unos 300, y se veía que estaban bien organizados.  Mucha bandera trans, incluso alguna antifa. Sus carteles eran los de siempre, que si somos unas fascistas, que si LGB sin la T y la Q no son nada, que fuera, malas pécoras. Su equipo de sonido era más potente que el nuestro porque yo, que estaba mucho más cerca de las mujeres que hablaban al micrófono, los oía más a ellos. Tenían, además, cuanto cachivache debieron encontrar en casa de sus padres que se pudiera usar para hacer ruido. Alguno se dejó el bombo, pero se trajo los platillos. Y los aporreó. Todo el tiempo.

 

Decidí ir al canal de Let Women Speak más tarde para escuchar los discursos de las mujeres, porque era completamente imposible entender nada de lo que decían. 

Los transactivistas, que al empezar el evento estaban al fondo de la plaza, fueron ganando terreno poco a poco. Al principio la policía, calculo unos 100 agentes, estaba dividida en grupos situados en posiciones estratégicas, pero acabaron por formar una fila enfrente de ellos, y nosotras haciendo otra fila un poco detrás. La calle justo entre Kellie-Jay y el edificio de Naciones Unidas estaba cortada al tráfico, pero no a los peatones. Había turistas sacando fotos, gente cruzando, pero no mucha. Lo que no había era policía. Algunas nos pusimos allí para vigilar. Un hombre que pasaba empujando un carrito de bebé con su mujer al lado llevando a un niño de la mano me busca insistentemente la mirada. Cuando la encuentra, la sostiene y me hace el gesto del pulgar hacia abajo. Como no reaccioné, volvió a repetir la operación, mientras yo pensaba, pobres críos. 

 

Puesto que el ruido era ensordecedor, cambiábamos de puesto de vez en cuando. Me llama la coordinadora para que cubra la fila detrás de la policía y ahí es cuando me doy cuenta de hasta qué punto estábamos perdiendo la batalla: los teníamos casi encima. La policía se limitó a formar una hilera de contención, pero no hizo nada para parar los insultos y ataques, así que cada rato tenían que dar unos pasos atrás, hasta que la distancia entre los transactivistas y nosotras era ridícula. Los más decididos empezaron a tratar de forzar la entrada por las esquinas, así que los policías se movían para intentar taparlas. Cuando paraban la incursión por la izquierda, otros transactivistas lo intentaban por la derecha. Dejaron pasar a los peores a la acera justo detrás de los micrófonos.

Sola ante el peligro o, como dice mi hermana, el perejil (de todas las salsas).

El joven más problemático, vestido con falda larga y una camiseta blanca de tirantes, que se levantó repetidamente para enseñar el pecho, pudo llegar a Kellie-Jay por detrás, y sólo una policía lo intentó frenar. No arrestar, sino simplemente impedir que se acercara demasiado. A estas alturas, hasta yo sabía quiénes eran los cabecillas de la protesta, y veía con impotencia cómo seguían haciendo lo que les daba la gana.

A éste, se unieron otros, a unos pasos nada más de Kellie-Jay. Unas chicas jóvenes en especial me llamaron la atención, por la alegría y desenfado con que nos insultaban y nos daban cortes de mangas.

Aquí podéis ver el respeto y miedo que los transactivistas en Ginebra tienen a la policía: el de la máscara está amenazando a la compañera que grabó el video con unos tiros. El agente dejó pasar sin inmutarse a unos cuantos. Como curiosidad, el chaval con el mullet lleva la bandera antifa de toquilla.

Llegó un momento en que nos vimos rodeadas. La policía parecía estar más por cumplir que para defendernos. Las docenas y docenas de agentes, la cantidad de furgonetas e incluso un tanque lanza agua no sirvieron para nada porque estaba claro que su presencia era de cara a la galería. 

A justo la mitad del acto, Kellie-Jay se dio cuenta de que la policía no podía o quería contener a la turba y le dijo a la mujer que estaba esperando para hablar que era demasiado peligroso y que ponía fin al evento. Los guardaespaldas tenían el coche preparado justo detrás, se metieron en él al ritmo de los golpes que los transactivistas daban en las ventanillas, y se fueron.

Nosotras rodeamos el equipo y aun así, una joven me arrancó un micrófono de la mano, le cortó el cable y lo rompió. Puede ser que tenga que volver a Ginebra… a declarar.

Metimos el baúl del equipo de sonido en el maletero del coche de Stephane y ella, junto con otras dos o tres pudieron irse. Las demás recogimos el resto y llamamos a varios taxis, porque la situación era demasiado peligrosa. Nos echamos a andar hacia donde la calle ya no estaba cortada para esperar a los taxis. Miramos atrás y vemos que la policía ya no podía contener a la turba, que parecía que venía por nosotras.

Aparece un taxi y se suben unas cuantas, las otras esperamos grabando. Para nuestro asombro, empiezan a desfilar furgones de la policía, que recogieron el chiringuito y se iban, dejándonos detrás sin protección. Vimos un autobús en una parada y nos echamos a correr hacia él, sin importar a dónde iba, pensando que lo más importante era salir de allí cuánto antes.

Una vez dentro, respiramos aliviadas… durante 5 minutos, cuando nos damos cuenta de que el trayecto nos devolvía cerca de la Plaza de las Naciones. Revuelo de mujeres sacándose pegatinas y eslóganes. Una incluso se quedó en sujetador para darle la vuelta a la camiseta que tenía la definición del diccionario de mujer. Ni confirmo ni desmiento que la exhibicionista fuera yo.

Justo a tiempo. En la siguiente parada se suben un grupito de transactivistas que nos miran sospechosamente. Nosotras intentamos actuar como que no nos conocíamos y que pasábamos por allí, y en la siguiente parada salimos corriendo del bus.

Quince minutos más tarde estábamos en un pub aliviadas bebiendo cerveza.

La situación debió de ser especialmente peligrosa porque Kellie-Jay, que suele unirse a las auxiliares y miembros del público después del evento para tomar algo, mandó un mensaje diciendo que era demasiado arriesgado. Acabamos unas 20 mujeres hablando, bebiendo y riendo, con la sensación de haber sorteado arenas movedizas. 

Estamos viviendo unos tiempos en los que una muchedumbre agresiva se puede pasear con impunidad por las calles de cualquier ciudad de Europa, mientras que un grupo de mujeres pacíficas camina con miedo. 

La policía no nos protegió. Necesito dejar esto muy claro: la policía no nos protegió. Quiero pensar que porque recibieron órdenes de no hacerlo, porque la alternativa es que son la fuerza policial más inepta del continente.

PS, os dejo algunos artículos de la prensa suiza.

Posie Parkers «Let Women Speak» in Genf: Wo die Aktivistin auftaucht, gibts Ärger | Tages-Anzeiger (tagesanzeiger.ch)

Droits humains: Une militante transphobe de passage à Genève | Tribune de Genève (tdg.ch)

Anti-trans activist in Geneva – WRS (worldradio.ch)

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4 respuestas

  1. además de todo, a mí me deja estupefacta la cantidad de chicas jóvenes que defienden con tanta vehemencia algo que claramente les perjudica… parece que son ellas las que llevan la voz cantante en la defensa de los trans en este tipo de boicots. me deja estupefacta y me preocupa como ciudadana, porque se adivina un futuro negro.

    1. Sí, es muy triste. Los boicots y manifestaciones suelen seguir el mismo patrón: delante las chicas, gritando enfurecidas, azuzadas por los pervertidos. Muchos problemas mentales, abusos y misoginia interiorizada.

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