Querida tú,
Te recuerdo. Recuerdo cuando llegaste por primera vez a nosotros, cuando apenas podías mirarnos a los ojos, cuando eras incapaz de levantar la cara, cuando casi no podías hablar. Recuerdo cuando el dolor y la vergüenza injustificada que llevabas te pesaban tanto que era visible en tu cuerpo, cuando todo tu cuerpo se movía lentamente debido a la masa aplastante de dolor que llevabas encima.
Recuerdo cómo te desplegaste lentamente a medida que eras capaz de librarte de ello. Recuerdo tu nombre, recuerdo tu historia. Recuerdo tu inmenso coraje recomponiéndolo, dándole forma y diciéndolo en voz alta. Encontrando tus palabras, reivindicándote, recuperando tu experiencia. Recuerdo estar tan enfadada en tu nombre, tan furiosa de que un hombre te hubiera tratado tan mal y te hubiera hecho tanto daño. Recuerdo que quería llorar contigo, y muchas veces me fui a casa y lloré. Recuerdo los detalles, las pequeñas cosas específicas que hacían de tu historia tu historia. Me conmoviste de muchas maneras, y siempre fue un absoluto privilegio estar a tu lado mientras encontrabas el camino de regreso a ti misma.
Cuando nos dejaste, con la mirada alta y orgullo en la cara, no te olvidé. Me encantó cuando nos enviaste una postal o una carta para contarnos qué pasó después y cómo te reincorporaste al mundo. Me encantó saber que habías reencontrado tu capacidad para la alegría, y el amor, y la risa, y que habías descubierto tu creatividad de nuevo. Me encantó saber que las esperanzas en ti misma se habían expandido a cosas que nunca hubieras pensado posibles.
Me has formado y cambiado de muchas maneras, y estoy muy agradecida. Puede parecer, a veces, que cuando llegas a los servicios de apoyo, que no eres más que otra superviviente, otra usuaria del servicio, y que trabajamos con todas de manera similar. También puede parecer que una vez que te has ido, te has ido, y que pasamos a la siguiente. Esta carta es para decirte que nunca es así, nunca. Cada una de vosotras se convierte en parte de nosotras, se convierte en parte de lo que somos como profesionales, como mujeres, como feministas. No olvidamos. Sentimos vuestras historias a vuestro lado, estamos llenas de admiración y amor por vuestro coraje, vuestra persistencia frente a la violencia más atroz, y vuestra capacidad de recuperación. Vemos mujeres extraordinarias, asombrosas, increíbles y os aplaudimos, incluso mientras lloramos con vosotras.
Me has cambiado de muchas maneras, y recuerdo tu nombre. Recuerdo tu cara y recuerdo tu historia. Te recuerdo diez, quince y veinte años después y a veces me pregunto cómo estás ahora y deseo muy fuerte que nos hayas olvidado. Que tu vida esté tan llena de alegría y amor que apenas te acuerdes de nosotras. Espero que hayas integrado esas horribles experiencias en el espacio que deberían ocupar dentro de ti, que sean solo una de las muchas cosas que te han formado y te han convertido en la mujer que eres, y no la que te define, o la obvia. Espero que ahora sepas, y entiendas completamente, lo inmensamente valiente que eres de haberte liberado, de haberte unido a la hermandad de escapistas y haberte puesto fuera de su alcance y en tu propia vida. De haber asumido completamente la realidad de que tu felicidad es la mejor venganza.
Cuando me piden que hable en paneles, en eventos, en conferencias, te llevo conmigo. Eres mi audiencia en el fondo de la sala donde puedo verte bien, y siempre, siempre te hablo a ti. Las personas entre tú y yo son testigos de nuestra conversación, no estoy hablando con ellas realmente. Mi diálogo interno es contigo; ¿Puedo mirarte a los ojos mientras hablo sobre lo que la violencia de los hombres significa para las mujeres? ¿Te estoy representando con precisión? ¿Es así como hablamos de ello? ¿Estás asintiendo con la cabeza en reconocimiento y reminiscencia? ¿Estoy haciendo que estos testigos presten atención a lo que esta violencia significa para sus víctimas y que mantengan el foco allí? ¿Estamos juntas en esto?
Cuando me doy cabezadas contra los muros de la resistencia y del «pero y qué hay de lo otro??», es a ti a quien busco para sostener mi brújula. Me inspiras para mantenerme firme, para resistirme a la demanda de que pongamos a los hombres en el centro, de que «entendamos» a los maltratadores, para resistirme a la insinuación de que fuiste cómplice en tu abuso. Te miro, te sostengo la mirada y me niego a hacer eso. Me niego. Porque sé cuánto te resististe, sé cuánto trataste de comprender, sé cómo te volviste loca tratando de mejorar la situación y sé lo duro que trabajaste para escaparte. No ignoraré eso, no lo deshonraré, y nunca, nunca lo minimizaré. Mi resistencia proviene de tu coraje y de tu fortaleza, y de tu decisión de confiarme tu historia.
Me has cambiado de muchas maneras y te estoy muy agradecida. No sería la mujer que soy sin ti, y me has mostrado una y otra vez de lo que son capaces las mujeres. Sé, gracias a ti, que camino entre mujeres magníficas, mujeres divinas que han mantenido su humanidad frente a la más deshumanizante de las experiencias. Mujeres cuya trascendencia cotidiana rara vez se hace visible. Sé que estás ahí y aún te veo.
Te recuerdo, y me has enseñado cómo ser valiente, cómo seguir avanzando hacia un mundo que todavía estamos construyendo por el camino, cómo mantener la esperanza de seguridad y libertad incluso cuando el mundo parece inconmensurablemente sombrío. He llorado por ti, me he enfurecido en tu nombre, he sido impulsada a la acción por ti. Me has inspirado y me has asombrado. Me has conmovido. Nunca te he olvidado y estoy muy agradecida de haberte conocido. Me has enseñado que hay aspectos en nosotras mismas que nunca había imaginado, y que juntas podemos cambiar nuestros mundos.
Querida tú, gracias.