Como ex compañera de un autoginéfilo autoidentificado como trans, solía ser comprensiva con su punto de vista. Me interesaba todo sobre él, como pareja y como ser humano. Aprendí durante los más de 15 años que estuvimos juntos que a él no le importaba nada que yo entendiera sus procesos mentales y sus problemas, pero permití que sus luchas internas fueran el foco principal de nuestras vidas. Cuanto más cedí para que mi ex se convirtiera en su «verdadero yo», más él quería, más exigía, más cogía.
Mi ex hablaba MUCHO de sí mismo. Cuanto más escuchaba yo, más hablaba él. Al final me quedé sin voz, él hablaba y hablaba sin importarle si yo lo estaba escuchando, solo quería mi silencio. Cuando me alejé de sus decretos incesantes, buscó los medios necesarios para convertirse de nuevo en el centro de la narrativa, principalmente a través de amenazas de suicidio. Estaba decidido a que sus procesos mentales fueran el centro de nuestras vidas: la suya Y la mía, y no puedo evitar darme cuenta de que también se dañó a sí mismo. Esta dinámica continuó hasta alcanzar fines desastrosos.
Cuando la gente escucha mi historia, muchos dicen “pero las señales estaban ahí, ¿por qué te quedaste con él?”. Esas mismas personas ahora están escuchando a los AGP y desestimando a las mujeres.
Finalmente me di cuenta de que mi ex se sentía con derecho a excitarse al deshacerme en pedazos, probándose diferentes partes de mí frente al espejo del tocador y descartando lo que no le interesaba. Así fue cómo descubrí la futilidad de «intentar entender» su autoginefilia.
La autoginefilia ni es tan diferente ni es más complicada que las otras formas de misoginia que llevamos viendo toda la vida. Es solo otra variación de «lo que es mío es mío y lo que es tuyo es mío» y, al facilitarla, a menudo se convierte en «y ay del que se interponga en mi camino».
Los hombres han escrito páginas interminables sobre por qué se sienten con tanto derecho, sobre sus excusas supuestamente razonables y a menudo trágicas para sentirse así, sus tristes historias sobre por qué son las mujeres las que los hacen comportarse de esta manera.
¿No hemos oído ya suficiente? ¿No es hora de que digamos que no? ¿De decir un rotundo NO, despotricad entre vosotros, pero las mujeres tenemos que avanzar y debemos sentirnos seguras para poder hacerlo?
Cuando propongo este enfoque a los hombres y sus divagaciones mentales, que absorben la mayor parte del aire en este debate, obtengo la misma misoginia de siempre utilizada ahora como herramienta para silenciarme y desestimarme por parte de una sorprendente proporción de la comunidad «crítica de género».
Veo el mismo escalofriante desprecio por las mujeres por parte de algunos «críticos de género», que el que escuché de mi ex cuando intenté zafarme de La Continua Saga de Sí Mismo. Cuando contrarío a uno de los AGPs favoritos de la comunidad crítica de género o a alguna terapeuta famosa, no tengo que esperar mucho para ver como aparece la misoginia. Está ahí, esperando para salir.
Me cuestiono y reviso a mí misma diariamente para asegurarme de que mi experiencia no nuble mi juicio y no me vuelva insensible o abocada a la amargura o la venganza en esta lucha. Creo que esto es un requisito moral básico.
Con todo respeto, creo que es hora de que muchas de las personas en la lucha contra la ideología de género se revisen a sí mismas y su tendencia hacia la misoginia por muy útil que decidas que puede ser.