
Siempre puedo contar con Francia para que me dé otra forma de pensar sobre la locura que es el «género», y mi viaje de este otoño no fue una excepción. En esta ocasión, el motivo fue una visita a la exposición temporal del Museo del Louvre titulada Figures du Fou, que puede traducirse al español de maneras diferentes, porque en francés es un juego de palabras: fou puede traducirse como tonto, loco o simplemente locura.
En la exposición hacemos un viaje a través del tiempo, empezando por la marginalia (notas o marcas hechas en los márgenes de un libro o documento, artículo adicional en español) de los manuscritos ilustrados de la época medieval, que mostraban a los tontos, basándose en interpretaciones de la Biblia, como aquellos que rechazan a Dios, que rechazan la verdad, que desafían el orden natural del universo. En estas primeras imágenes vemos tanto a gente tonta como a monstruos imaginarios (también representados en esculturas, como las gárgolas de las catedrales).
A medida que avanzaba por las obras de arte, las interpretaciones empezaron a cambiar. Empezaron a aparecer personas reales, representadas en retratos, xilografías, dibujos y grabados. Los tontos de verdad desempeñaban un papel en la sociedad, sobre todo en los espacios de élite, como las cortes reales. Reyes, reinas, duques y otras élites contaban en su séquito tanto con tontos «naturales» (personas con problemas o enfermedades mentales) como con tontos «artificiales», o bufones.

Los tontos desempeñaron tantos papeles a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento que me resultaría imposible resumirlos todos aquí, y ese no es el objetivo de este ensayo, pero por nombrar sólo algunos, los tontos demostraron los peligros de la lujuria, la arrogancia y el desafío al orden natural. En el arte y en la vida, existían tanto para entretener (sobre todo en situaciones y épocas de desorden social, como el Carnaval, que anticipaba las privaciones de la Cuaresma), como para advertir de las consecuencias de la «necedad» o el pecado. En ocasiones, reflejaban la estupidez, o la falta de criterio, de sus grandes maestros, y les hacían recapacitar. Como el tonto del Rey Lear. O el tonto de Lady Olivia en Noche de Reyes. («Más tonta eres tú, ángel mío, que te lamentas por el alma de tu hermano, que está en el cielo. Llevaos a la tonta, caballeros»).
«Les fous» también simbolizaban el miedo de la gente a la inestabilidad mental, o a la LOCURA. Incluso existía la tradición de que los tontos eran una raza aparte, literalmente. A menudo se representaba a los tontos incubando nidos llenos de huevos, de los que nacerían más locos. Estos locos eran diferentes de los humanos corrientes, nacidos de madres. Me gusta pensar que se trata de un reconocimiento medieval de que negar la realidad de la reproducción sexual humana y la importancia de nuestros cuerpos sexuados es, sencillamente, una locura.

Y locura es, por supuesto, la abreviatura que muchos de nosotros utilizamos hoy para describir el momento cultural en el que nos encontramos con respecto al «género».
He mencionado el papel que desempeñaban los tontos en épocas «al revés», como el Carnaval. En esos tiempos, la gente disfrutaba viendo a jóvenes clérigos mangonear a cardenales, a ricos sirviendo a pobres y a tontos venerados como sabios. Y sí, a veces hombres y mujeres también invertían los papeles. Pero todo era divertido, en aras de la comedia. Todo el mundo lo entendía, y nadie esperaba que esa inversión de papeles continuara después de su hora señalada. El caos volvería al orden. La vida, tal y como la conocían, continuaría.

Está claro que el cambio social se produce con el tiempo. Obviamente, ninguna mujer moderna piensa que debamos volver a los limitados roles sexuales de la Edad Media. Pero mientras vagaba por el mundo pictórico de locura, y a veces el horror, que crearon estos artistas de los «fous», empecé a contemplar la idea de que estamos atrapados, en este momento (especialmente en países como Canadá, Nueva Zelanda, Bélgica y ahora Alemania, donde la autoidentificación de género es la ley del país), en un tiempo interminable de Carnaval, de caos, un salón de espejos que distorsiona la naturaleza y la vida humana. No podemos escapar a la distorsión.
Es «odio» decir que los hombres no son mujeres. Eres un intolerante si no crees que los hombres deberían tener derecho a destruir el deporte femenino. ¿Violadores en cárceles de mujeres? ¿Cómo puedes oponerte a eso? Las mujeres trans son mujeres, después de todo. Pero, pero, dicen los que se aferran a la realidad material, ¿qué hay de la ciencia? La biología dice que los cuerpos de los hombres son más fuertes y más rápidos que los de las mujeres, que no conocemos los efectos a largo plazo de los fármacos químicos de castración utilizados para «detener» la pubertad, y que los cerebros de la juventud no terminan de desarrollarse hasta los veinte años. Las estadísticas dicen que «las mujeres trans» condenados por delitos continúan con los patrones masculinos de delincuencia.
«¡La ciencia ya está establecida!», gritan los habitantes del mundo al revés. «¡No hay debate!»
Todos podemos sentir, creo, que los tiempos, están empezando a cambiar. Realmente lo creo. Cada vez más gente protesta porque ya no quiere vivir en este circo absurdo. Están hartos de que se les pida que pretendan que un pequeño porcentaje de hombres con un fetiche o de jóvenes adoctrinados controlen el discurso de todos los demás en el mundo. Y sin embargo, y sin embargo…
Esta semana fui a comer con unos amigos aquí en París que se negaron rotundamente a creerme cuando intenté describirles las leyes de Canadá. Cuando les dije que había violadores en las cárceles de mujeres de toda Norteamérica. Esta gente ha sido íntimos amigos durante casi 10 años y de verdad que no me creyeron. No podían entender cómo podía decir mentiras tan espantosas, o ser tan estúpida como para creer esa propaganda de derechas. Así que empecé a citar informes. Estadísticas. Leyes y sentencias concretas. Me di cuenta de que seguían sin creerme. ¿Cómo, me pregunté, podemos escapar de esta locura?

Así que apelé a la autoridad. A los médicos franceses. Los médicos franceses, dije, no apoyan la mutilación de menores en nombre de la afirmación del «género». «Mais bien sûr», me respondieron. En Estados Unidos, sin embargo, les dije, un informe reciente afirma que más de 12.000 menores se han sometido a esos tratamientos mutiladores pagados por sus compañías de seguros. Muchos más han pagado privadamente por los mismos horribles resultados.
Se me quedaron mirando, con los tenedores en el aire. Si los médicos franceses son conscientes de ello y están en contra, eso ya es otra cosa, sentí que pensaban.
Este circo absurdo no es un lugar agradable para vivir. No disfruto especialmente haciéndole entender a la gente que ahora es nuestro hogar. Y este circo en particular, con esta banda de «fous» al mando, ni siquiera es un lugar agradable para visitar. Elimina gran parte de la diversión que solíamos disfrutar en el cambio de roles. Recuerdo que cuando mis hijos eran más jóvenes, ellos y sus amigos se disfrazaron de chicas un Halloween. Vestidos, pelucas y maquillaje, fue divertidísimo. Uno de ellos, actor, hacía de mujer, a lo Kids in the Hall, en diversas representaciones teatrales. Una vez, mi marido hizo una parodia divertidísima de Meryl Streep en Mamma Mia. De nuevo, muy, muy divertido.
Los hombres vestidos de mujer nos solían provocar risa. Era por diversión, por comedia. Nadie se lo tomaba en serio. Todo el mundo sabía que la vida volvería a la normalidad. Dave Foley y Bruce McCulloch se acababan quitando los vestidos y volvían a ser ellos mismos. Pero hoy, en este momento de locura, cuando los «fous» dirigen el mundo, no tiene ninguna gracia. Mientras los que nos aferramos a la realidad material nos neguemos a ceder, nos neguemos a que nos obliguen, nos neguemos a admirar el traje del emperador, hay esperanza. Lo creo. De verdad que lo creo.

La autora, Kelly Green, es una artista residente en Nuevo Brunswick que no cejará en su lucha contra la ideología de género hasta que los gobiernos federal y provincial canadienses respeten los derechos de su nieta basados en el sexo.
2 respuestas
Excelente articulo
Gracias, Germán, fue uno de esos que son un placer traducir.