Canadá lleva su siniestro wokismo hasta la destrucción

 

Justin Trudeau CRÉDITO: BLAIR GABLE/REUTERS

El país tenía fama de aburrido. Eso era antes de que Justin Trudeau asumiera el poder.

Nota de la traductora: Woke («despierto» en inglés) es un término originario de EE. UU. que en un principio se usaba para referirse a aquellos que se enfrentan al racismo, pero que desde finales de la década de 2010 se está utilizando como un término general para los movimientos políticos progresistas y/o de izquierda y para el movimiento LGBT+++.

Mi reacción natural ante Canadá, como alguien que creció en su país vecino más famoso e influyente, solía ser un parpadeo o dos y una vaga idea de que el país, de hecho, existe.

Pero Canadá, desde la elección de su líder, el liberal de izquierdas Justin Trudeau, y quizá consciente de su condición periférica, no nos ha dejado más opción que prestarle atención… por todas las razones equivocadas. Trudeau, un oportunista woke, ha cogido un país aburrido, pero relativamente sensato y lo ha convertido en un caso de estudio de por qué las políticas de identidad -y la ideología progresista contemporánea- son desastrosas si se les permite llegar a la cima. Y ya han llegado a la cima en Canadá, con el poder judicial, las escuelas, las universidades y el debate público enloquecidos por ellas de muchas maneras preocupantes.

La locura del Canadá de Trudeau ha alcanzado un nuevo y doloroso punto álgido. Han entrado en vigor nuevas normas que permiten a los adultos de Columbia Británica -cuya capital es Vancouver, repleta de adictos y asolada por las sobredosis- poseer 2,5 gramos de éxtasis, cocaína o heroína, así como del opioide fentanilo, sin temor a meterse en problemas con la policía. La idea es que, con tanta gente que se inyecta y se muere en la calle, lo más amable y útil es despenalizar la posesión de drogas, poniendo fin a las detenciones y persecuciones, así como a las multas y confiscaciones.

Como señaló con orgullo Kennedy Stewart, ex alcalde de Vancouver: «Eso saca a la policía de la vida de los consumidores de drogas». En lugar de toparse con resistencia a su búsqueda de estupefacientes mortales, los drogadictos recibirán de la policía «tarjetas de derivación a servicios sanitarios» para animarles a buscar ayuda. Puede que la mejor forma de tratar la drogadicción no sea la amenaza de castigo, pero esta medida es de locos.

Del mismo modo que se ha legalizado la heroína en las calles de Columbia Británica, se ha dicho a los canadienses que no se tomen más de dos bebidas alcohólicas a la semana -un cambio drástico respecto al límite máximo recomendado anteriormente de unas dos copas al día- porque el alcohol aumenta el riesgo de cáncer y otras enfermedades. De manera que se hace la vista gorda a la heroína en la calle, pero un tercer vaso de vino está mal visto. En cuanto a la filosofía de la sociedad, al menos en 2023, se trata de una mezcla estrafalaria de control y falta de alma con una insensibilidad y negación deliberada.

Tal vez no debería sorprendernos. Este es el tipo de cosas que suceden cuando una sociedad pierde su orientación moral y en su lugar abraza la ideología woke. Woke es una distorsión autoritaria del liberalismo: funciona condenando al ostracismo y castigando a los que no pasan por el aro y a los que entonces se puede llamar tóxicos, racistas, peligrosos y demás. Exige que los muchos pidan perdón a los pocos, independientemente de lo que hayan hecho o dicho. Su coraza es un mundo ficticio en el que todos los estados del ser se consideran identidades, y los más «problemáticos» o «marginados» (los heroinómanos de la calle, por ejemplo) merecen la mayor adulación.

En cambio, a menudo se ignora a quienes realmente merecen cuidados y atención. Lo que resulta aún más escalofriante en un país cuyas leyes de muerte asistida se han ampliado hasta tal punto que pronto podría ser legal no sólo asistir en el suicidio de alguien con una enfermedad física terminal e insoportable, sino también con una enfermedad mental. Aunque los enfermos de demencia precoz o de Alzheimer podrían ser las víctimas obvias de esta disposición, también significa que las personas con trastorno bipolar o esquizofrenia, o con depresión, podrían sentirse trágicamente presionadas para poner fin a sus vidas.

La torcida brújula moral canadiense también queda patente en su tratamiento de cuestiones culturales. Por ejemplo, malgenerizar a alguien puede ser motivo de sanción legal. En 2021, una sentencia de 42 páginas dictaminó en la Columbia Británica que un camarero «no binario y de género fluido» había sufrido discriminación por parte de sus antiguos jefes en un restaurante italiano, por dirigirse a él «deliberadamente» con apodos con género, como «cielo», «encanto» y «cariño».

Luego está la manipulación de la historia en aras de la política. Después de que se descubrieran tumbas anónimas en los terrenos de antiguos internados religiosos para niños indígenas, algunos intentaron cancelar el Día de Canadá y se quemaron varias iglesias, algo que Trudeau calificó de «comprensible». El trato a los pueblos indígenas fue ciertamente escandaloso, pero las pruebas de asesinato masivo no existen. No obstante, una investigación oficial realizada en 2019 determinó que Canadá había cometido -y seguía cometiendo- un «genocidio». Quienes se opusieron al uso de ese término -sobrevivientes del Holocausto y quienes habían presenciado el asesinato masivo en Ruanda, entre ellos- fueron objeto de burla.

«Tendría que haberme dado cuenta de que los expertos de los medios de comunicación se iban a burlar de los resultados de la investigación de que los indígenas son víctimas de un genocidio «basado en la raza» y fomentado por estructuras coloniales», se quejaba Tanya Talaga en el Toronto Star. «Al fin y al cabo, los medios de comunicación forman parte de esas estructuras coloniales. Mi profesión ha sido cómplice del sufrimiento de los pueblos indígenas. Y lo sigue siendo». ¿Eh?

Canadá ha pasado de ser una lección de envidiable insipidez y relativo sentido común a un aviso de lo que ocurre cuando dejas que políticos oportunistamente ebrios de la obediencia ciega de la política identitaria, tomen el control. Ahora que parece probable que un gobierno laborista tome las riendas del país dentro de dos años, debemos evitar que la enfermedad canadiense se extienda por Inglaterra.

Artículo original archivado

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