Permitir a hombres jugar en equipos femeninos está causando estragos en el deporte universitario estadounidense.

A veces puede sonar hiperbólico decir que la ideología trans está «destruyendo» el deporte femenino. Pero, ¿cómo si no vamos a describir una situación en la que un equipo universitario de voleibol puede llegar a una final regional sin jugar un solo partido?
La semana pasada, las Spartans de la Universidad Estatal de San José se preparaban para jugar las semifinales del torneo de la Conferencia Mountain West, que reúne a equipos de todo el oeste de Estados Unidos. Hasta que sus rivales se retiraron. El equipo de la Universidad Estatal de Boise expuso objeciones -bastante comprensibles- a la presencia de un varón en el equipo de las Spartans. Ya era la tercera vez que Boise State perdía por abandono un partido contra las Spartans esta temporada. Las universidades de Utah State, Southern Utah y Nevada también han renunciado a jugar contra ellas. El equipo de la Universidad de Wyoming se negó en dos ocasiones.
En el centro de la polémica está Blaire Fleming, un jugador varón de 1,83 m. En 2022, San José State le concedió una beca completa para jugar con las Spartans. Su identidad trans no se hizo pública en los medios de comunicación hasta principios de este año.
No sólo los equipos rivales se oponen a que Fleming juegue al voleibol femenino. En declaraciones al Telegraph, Brooke Slusser, co-capitana de las Spartans, afirma que la universidad les dijo a ella y a sus compañeras que tenían que aceptarlo en el equipo sin rechistar. Se esperaba que todas compartieran vestuario, baños e incluso dormitorios con él. «Nunca se nos dio la elección de permitir o no a Blaire unirse al equipo, afirma Slusser. Si nos molestaba, el problema éramos nosotras».
Al principio de la temporada, en agosto, Slusser y otras atletas de Mountain West presentaron una demanda contra San José. Alegaban que obligar a mujeres jugar contra un hombre viola las leyes antidiscriminatorias del Título IX, que se introdujeron para garantizar la igualdad de oportunidades de las mujeres en la educación. Pero la semana pasada, un juez federal dictaminó que se debe permitir la participación de Fleming, porque el Título IX también protege contra la discriminación basada en la identidad de género. Por lo tanto, expulsarlo del equipo sería una violación de sus derechos en virtud del Título IX.
Cuando se ve a Fleming en acción, es fácil entender por qué los equipos rivales estaban tan dispuestos a perder sus partidos por abandono. En un vídeo grabado durante un calentamiento antes de la final del pasado sábado, se le ve golpeando el balón contra la red con una potencia y una velocidad feroces. Independientemente de cómo se identifiquen los atletas, e incluso si se han sometido a una transición médica, la pubertad masculina les da considerables ventajas sobre las mujeres, especialmente en términos de altura, fuerza y envergadura. Las probabilidades se inclinan a su favor de inmediato. Y en algunos deportes, esto puede exponer a las jugadoras a un riesgo innecesario de lesión.
Al final, las Spartans perdieron su último partido el sábado contra Colorado State y no pasarán al torneo nacional. Aun así, eso no quita lo mucho que perjudicó a la competición la inclusión de un jugador varón.
Sin embargo, las Spartans de San José State siguen sin arrepentirse. Tras su derrota en la final, el seleccionador Todd Kress aprovechó la ocasión para condenar los «atroces y odiantes» insultos dirigidos a Fleming. «No le hemos quitado a nadie la oportunidad de participar», insistió. “Lamentablemente, otras que durante años han jugado contra este mismo equipo sin incidentes decidieron no jugar contra nosotras esta temporada”. Pero, ¿qué opción tenían esas mujeres? Mientras Fleming estuviera en el equipo, consideraban que no había posibilidad de un partido justo.
Toda esta lamentable saga ilustra a la perfección por qué no debe permitirse la presencia de hombres en el deporte femenino. Fleming ni siquiera necesitó poner un pie en la cancha: el que saliera su nombre en la alineación del equipo fue suficiente para casi echar por tierra todo un torneo, devaluando el duro trabajo de todas las mujeres que lucharon para llegar a ese punto en sus carreras deportivas. Al ser aceptado en el equipo, le quitó la oportunidad a una mujer real de obtener una beca deportiva. A sus compañeras de equipo les robó su intimidad, ya que lo que antes eran espacios privados femeninos tuvieron que abrirse a un hombre. Lo peor de todo es que la que se quejara era tachada de «odiante». Slusser incluso afirma que la universidad la amenazó con retirarle la beca como castigo por denunciar los hechos.
Por eso debemos resistirnos a la incursión de la ideología de género en el deporte. Un jugador varón, con su mera presencia, fue capaz de arruinar casi por sí solo todo un torneo deportivo. Podemos tener «inclusión trans» o deportes femeninos, pero no ambos.