Crítica de Lorelei al libro de David/Debbie Hayton

Tengo MUCHO que decir sobre este libro. Quiero referirme en particular a la minimización de la parafilia, a los argumentos que comprometerían de hecho los derechos de la mujer y a cómo el libro promueve la «transición».

Una de mis primeras reflexiones fue que el título proclama un viaje de vuelta a la realidad y, sin embargo, varios párrafos después del prólogo se utiliza la palabra «neoclítoris».

El autor sí describe los perjuicios, y los riesgos, de la cirugía genital. Te parecerá estupendo, pero volveremos a esto, guardémoslo de momento.

Afirma que a los tres años ya se avergonzaba de pensar en medias de niñas. Para los que rechazamos con razón el concepto de infancia trans, el concepto de infancia AGP (autoginefilia, un hombre que se excita con la idea de sí mismo vestido de mujer) es igualmente inaceptable.

En este caso porque proyecta una parafilia sobre un menor.

Sin embargo, a eso es a lo que se refiere.

El autor dice que robó las medias de su madre del cubo de la basura. Afirma que fue excitante, que se le aceleró el corazón y su cuerpo «se excitó sexualmente»

A los 5 añitos.

Habla de disfrazarse de mariquita (el insecto, ojo) para la fiesta del pueblo, de estar lleno de adrenalina y de desear poder quedarse con las mallas para ponérselas en privado. A los 6 años.

¿Por qué hay adultos que plantean que niños de 6 años están impulsados por una parafilia? Es una locura. Pero claro, la palabra parafilia nunca se menciona en el texto principal de este libro. No quiere que la gente lo considere como tal.

El niño AGP, como el niño trans, es una tapadera.

Dice de sus experiencias infantiles que «mis luchas internas podrían haber sido sexuales -estaban claramente relacionadas con mi sexo- pero no eran eróticas».

A continuación, describe la autoginefilia como un trastorno psicológico.

Una vez adolescente, y más tarde, dice que se volvió explícitamente sexual y que empezó a comprar ropa de mujer con ese propósito «aunque mis necesidades físicas inmediatas se satisfacían con mi bolsa de ropa -siempre estrictamente solo- los seres humanos somos animales sociales. Necesitamos relaciones…».

Cuando conoce a su mujer, su parafilia parece remitir temporalmente:»Ya no quería ser una chica… tenía una chica»

Unas páginas más adelante dice: «No era la ropa de mujer lo que me cautivaba, quería un cuerpo femenino»

Esas dos afirmaciones consideradas, una al lado de la otra, me trastornaron.

Poco después de volver de la luna de miel, quiere ir más allá y «transicionar», pero queda claro a lo largo de varias páginas que este comportamiento sexual es un objetivo tremendo para él y ya amenaza con apoderarse de toda su vida.

Le cuenta a un miembro de su iglesia sobre su travestismo y juntos acuerdan que los hombres no deberían hacer transexualismo ni travestismo, y entonces el autor se pregunta si eso había sido «terapia de conversión», confundiendo así las crueles medidas diseñadas para hacer que alguien deje de ser gay, con intervenciones que podrían impedir que un hombre dedique compulsivamente su vida a su parafilia.

Dado que la postura de los críticos con el género (GC) es que incluir a las personas «trans» en las leyes de terapia de conversión sería peligroso porque limita las opciones de exploración, y mezcla cosas muy diferentes, esto es llamativo.

Habla de sus «ansias de cambiar de sexo». Creo que ansias es una palabra TAN interesante. Algunos hombres tienen todo tipo de ansias sexuales dañinas, ¿no?

También lo llama compulsión. Como si fuera algo casi imposible de resistir.

Llamar compulsión a comportamientos dañinos parece un intento de minimizar la responsabilidad por el daño sexual que un hombre se inflige a sí mismo o a otros. El subtexto, es que no puede evitarlo.

También es cierto que si realmente creemos que un hombre se siente tan obligado a la destrucción sexual que no puede resistirse a ella, no es un actor racional y no deberíamos tratarlo como tal.

El autor no tarda en esconder la ropa en su casa y pasa el tiempo en Internet buscando en foros a otros hombres como él.

Pinta un cuadro muy claro de un hombre que se deja consumir por estos deseos y los refuerza aún más vinculándolos a su gratificación sexual.

Insinúa que Internet le lavó el cerebro haciéndole creer que realmente era un tipo de mujer.

Habla de la pseudociencia que hay detrás de la identidad de género, claramente, lo que por supuesto importa a los lectores.

Luego, por fin, le cuenta a su mujer lo que siente. Lo describe como «aterrador pero liberador» y «para angustia de Stephanie, también se lo conté a otros».

Luego, admite que ella tenía razón al pedirle más cautela, y que él estaba equivocado, pero añade: «Quería estar completo, y eso significaba unir los dos mundos, el interno y el externo».

Personalmente, no veo mucha empatía por su mujer en este libro. Ella es, en cierto sentido, siempre periférica (aunque escribe el epílogo).

Habla de cómo los foros en línea alimentaron su obsesión y agravaron la situación. La narrativa de «transición o muerte» y la afirmación incondicional lo alimentaban todo. Me lo creo.

Dice: «Disfrutaba de un subidón de euforia cada vez que salía del armario».

¿No decimos siempre que la euforia de género es un código para la excitación sexual?

Recuérdame, ¿no tuvo que «salir del armario» ante sus hijos y ante los hijos de otras personas? Y, sin embargo, utiliza ese término para referirse al proceso de «salir del armario».

El escalamiento continúa a medida que cada etapa de la transición no le parece suficiente, y se siente irritado, o enfadado, por tener que esperar a cada paso siguiente.

Después de la cirugía genital siente que tiene más claridad, y fue unos meses más tarde cuando dice que empezó a pensar más racionalmente sobre ser una mujer, etc. Dándose cuenta de que era una idea falsa.

Julia Long, Rebecca Reilly-Cooper, Magdalen Berns y Miranda Yardley son mencionados aquí como voces que le ayudaron a cuestionarse.

Estoy de acuerdo en que sus ideas han sido (y son) vitales, pero defiende un poco a las terfas y justo cuando estoy pensando «me aseguraré de constatar en mi reseña que quiere defender los derechos de las mujeres basados en el sexo» ese optimismo empieza a desmoronarse.

Dice: «Quita a las controladoras de acceso oficiales… y las mujeres son capaces de introducir sus propias controladoras de acceso informales que pueden ser mucho menos cordiales con los transexuales».

Entonces, ¿mantener el status quo porque de lo contrario hombres como él pueden salir perdiendo?

Este mismo tipo de lenguaje aparece unas frases más adelante: «parecía sorprendente… que alguien quisiera meter un palo en la rueda».

De hecho, este motivo sigue apareciendo.

«Las mujeres vulnerables en las cárceles sufrirían terriblemente -no pueden elegir con quién comparten sus espacios- y las inevitables consecuencias dañarían la confianza de la que los transexuales como yo dependemos».

El interés propio es mucho menos noble que el compromiso de hacer lo correcto por las mujeres y las niñas.

Como no define la autoginefilia como una parafilia ni entra en un debate sobre las parafilias, cómo se agrupan, por ejemplo, tiene que ofrecer una explicación alternativa.

Así que, en su lugar, habla de la señalización sexual y de la teoría de que estamos constantemente señalizándonos sexualmente unos a otros y respondiendo a las señales de otras personas.

Esto no es cierto. La mayoría de la gente, día a día, vive su vida. No están señalando sexualmente a cada miembro del sexo opuesto mientras compran patatas fritas y judías en la tienda, van al bingo o van a jugar a los bolos con sus amigos.

Y continúa diciendo que tal vez se haya cruzado un cable en su cerebro que hace que esas señales sexuales vayan hacia dentro.

Se trata de una evasiva muy astuta. Al igual que el concepto de identidad de género, esta teoría de la señalización sexual saca a la autoginefilia del ámbito de la parafilia y de las preocupaciones asociadas a ella. En su lugar, la sitúa en el ámbito de la neurología innata, la hace intrínseca y, en ese sentido, la hace inevitable.

Sin embargo, como ya he señalado, las parafilias se agrupan. Si los hombres como él no tuvieran una parafilia, no veríamos parafilias agrupadas en AGP, como lo hacemos, todo el tiempo, ¿verdad?

Vemos que este grupo de hombres comete delitos sexuales con más frecuencia en todos los conjuntos de datos de que disponemos. Esto no se debe a que sean «trans» ni a que tengan un problema de señalización sexual. Se debe a la parafilia. Ocultar esto es malo para todos.

En el capítulo 5, «Percepción y realidad», el autor argumenta que si la transición no fuera posible en el Reino Unido, la gente probablemente iría igual a otro sitio para conseguirla.

He visto a transactivistas argumentar esto sobre los menores y los bloqueadores de puberdad, dado que existe el mercado negro.

Luego añade: «¿Podría ser factible -ciertamente en las sociedades liberales- obligar a esas personas a ajustarse a estereotipos sexistas para garantizar que siempre se las tome por su sexo biológico?».

Pero no se deduce que negar a las personas la «transición», dando prioridad a la medicina basada en la evidencia, significaría que tuvieran que ajustarse a estereotipos sexistas en absoluto.

Dice que los certificados de nacimiento y los pasaportes de los «transexuales» «se cambiaron discretamente para reflejar la impresión que causaban en quienes los rodeaban. Podían no ser realmente del sexo que aparentaban ser pero… era más fácil crear la ficción legal de que eran del sexo opuesto».

Continúa argumentando que la percepción es de algún modo clave, y que quizá debería serlo desde el punto de vista legal. Por supuesto, lo pone un poco en duda, pero la negación plausible es importante, ¿no?

«Si los redactores de la ley (la GRA, Ley de Reconocimiento de Género) hubieran hablado de ‘ser percibido habitualmente como del otro sexo’, se habrían evitado algunos de los problemas posteriores. Esa formulación habría sido probablemente impopular en ambos lados del debate. En primer lugar, habría introducido una «prueba de passing» (prueba de que cuelan como del sexo opuesto). Aunque todos sabemos distinguir entre hombres y mujeres, nos guiamos más por el instinto que por un conjunto de normas. Los activistas transgénero también reclamarían, sin duda, que una mujer es cualquiera que se identifique como tal. Por otro lado, las feministas sostendrían que sólo las mujeres biológicas pueden ser mujeres. Pero -y esto es crucial- la ley no habría hecho más que codificar esos instintos en los que confiamos cada vez que conocemos a alguien nuevo».

No, esto no es crucial. Incluso los hombres muy guapos no son mujeres, y no deben ser vistos como mujeres en la ley. No se puede establecer en la ley que las mujeres son una clase de personas que se parecen a algo.

Somos una clase de personas que *somos*.

Sinceramente, si alguien necesita una razón para no utilizar pronombres femeninos para referirse a hombres, podría ser ésta: alimenta una ilusión que les anima a intentar reivindicar nuestros derechos ante la ley. El autor puede escribir esto porque cree que cuela como mujer.

Basándose en la cortesía que le ofrecen los demás, cree que si una mujer fuera alguien «al que perciben como mujer», él pasaría el examen.

Piensa que es sólo el concepto de identidad de género lo que arruinó esto al abrir la puerta a los malos actores, sin embargo, los hombres que intentan meterse con calzador en los espacios de las mujeres, y en la categoría de mujer, en contra de nuestra voluntad, son todos malos actores.

Afirma que «conectar las palabras ‘hombres’ y ‘mujeres’ con ‘masculino’ y ‘femenino’ tampoco ayuda…».

En línea con todos los transactivistas, en todas partes, luego invoca a las personas intersexuales como parte de su argumento de que la percepción del sexo es la raya.

Así que, dado que reconocemos a las personas con SICA (Síndrome de Insensibilidad Completa a los Andrógenos) como mujeres, él está argumentando esencialmente que también podríamos reconocerlo a él como señora.

«También tenemos un dilema cuando la transición médica es posible, porque el sentido de hombre y mujer puede efectivamente cambiar -o al menos volverse ambiguo- en las personas transgénero. En resumen, una transición significativa puede alterar la forma en que se percibe nuestro sexo. Entonces, ¿son las mujeres transexuales mujeres, después de todo? Está claro que somos del sexo opuesto al de las mujeres. Mi aparato reproductor era, que yo sepa, típicamente masculino, y desde luego funcionaba como se esperaba. Pero podríamos decir que sería útil referirse a alguien a quien perciben como una hembra humana adulta como mujer».

Al defender la idea de que las intervenciones físicas son la verdadera medida del ser trans y pueden llevar a un hombre a ser aceptado como mujer, en realidad también está argumentando en contra de su postura declarada en contra de la transición infantil.

Si la sociedad acepta que los hombres que son suficientemente percibidos como mujeres pueden ser también mujeres, entonces los activistas y los médicos tendrán sin duda un gran interés en crear adultos trans que cuelan como del sexo opuesto. Y seguirán haciéndolo medicalizando a los menores no conformes con su género.

«El primer grupo en solicitar un GRC (Certificado de Reconocimiento de Género) fue el de los que ya habían completado el proceso de reasignación de género. Como dice el refrán, si parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato – y bien podríamos llamarlo pato».

También podríamos llamar mujeres a algunos hombres, dice el aliado crítico de género.

Me gustaría que no metiéramos a los pobres patos en este asusnto.

El autor está activamente en contra de la autoidentificación (y articula sus daños) pero, por otra parte, está claro que él no cree que necesite la autoidentificación y la ve como algo que compromete activamente sus propios intereses.

Defiende a las terfas frente a las acusaciones de que somos transfóbicas, y a todo el Reino Unido frente a las acusaciones de que es un hervidero de villanía antitrans. Y no voy a negar que el hecho de que lo haga puede ayudar a que más gente se decida a hablar, pero esto son migajas.

El punto más fuerte de este libro, seguramente desde todos los puntos de vista, es que a menudo es tan honesto sobre la postura del autor. Aunque otras veces enturbia las aguas.

Otro punto fuerte es su firme denuncia de la ideología de la identidad de género que se impone a las criaturas en las escuelas.

Es sólo que otras creencias, aquí, hacen que esta posición sea totalmente incoherente, y sustituir la ideología de identidad de género por una forma más estrecha de sinsentido no es una respuesta suficiente a todo esto. Especialmente si realmente queremos proteger a las mujeres y a la infancia.

Fue Vulvamort, ¿no?, quien dijo que debemos volver al principio, y a la raíz, si realmente queremos detener el daño.

Tenemos que ser totalmente honestos, y hombres como el autor tienen que aceptar que arreglar esto les va a afectar, en algunos aspectos, pero sólo porque reclamaron tanto que nunca fue suyo para empezar.

Para aquellas de nosotras que pensamos que la categoría de mujer es una categoría de sexo único, que tener passing no es un estándar de nada, que la medicina no debería ofrecer la intervención destructiva y poco probada del «cambio de sexo», que el lenguaje importa, que el término terapia de conversión sólo debería referirse a medidas perjudiciales para cambiar la orientación sexual y que las parafilias no deberían ser sanitizadas, este libro debería hacernos reflexionar.

La posición política que aquí se articula no es la misma que la nuestra. De hecho, a menudo se opone directamente a nuestros esfuerzos más fundamentales.

En el último capítulo, el autor reconoce que probablemente sea demasiado tarde para dar marcha atrás, pero no me sorprendería ver un intento concertado. ¿Quizás este libro forme parte de ello?

También sugiere que los hombres como él no deberían tener que utilizar las instalaciones masculinas (o femeninas) y que el GRA podría desaparecer por completo si se ocultara oficialmente el sexo de TODOS, excepto en situaciones en las que es importante.

Para las mujeres y las niñas, el sexo importa y punto. Y no debería hacerse ningún esfuerzo legal para ayudar a ningún hombre a ocultar su sexo, dado que vivimos en un mundo en el que eso es así.

Es una basura que uno de los hechos más fundamentales de la humanidad deba considerarse un asunto secreto cuando a los hombres no les gustan esos hechos.

Por otro lado, también piensa que deberíamos conservar la GRA y simplemente «reforzarla». #NoGracias también a eso.

Convertir a un grupo de hombres en «no realmente hombres» expulsándolos de los espacios para hombres, o llamándolos mujeres trans, o dándoles certificados de mujer, sigue siendo ideológico. Es exactamente como hemos llegado hasta aquí.

Tenemos que dejar de idealizar todo esto.

Los hombres que se operan y toman píldoras de estrógeno siguen siendo hombres y la sociedad no tiene por qué reordenarse completamente en torno a ellos.

Sinceramente, no creo que deba hacerlo.

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