El auge de la academencia

 

Se está dando preferencia a la mera transgresión, en vez de al verdadero entendimiento y la creatividad

A finales de 2000, visité a una amiga que estudiaba cine. Uno de sus tutores iba a presentar un trabajo «sobre el amor queer» y mi amiga me invitó a ir con ella. Pensó que, como estudiante de doctorado en arte, me interesarían este tipo de cosas. Por supuesto, yo me identificaba como ese tipo de persona. Cuando terminó la película, no estaba tan segura.

Todo parecía un poco… pro-sexualización de criaturas muy pequeñas. ¿Era yo? ¿Estaba viendo cosas? No se les hacía nada a las criaturas que aparecían, pero las imágenes se empalmaban de una forma que parecía, bueno, muy sospechosa. Al terminar la película, la sala se quedó en silencio, el tutor de pie ante nosotros, sonriendo de una manera que parecía decir «sí, todos lo veis, pero no os vais a atrever a decirlo, ¿verdad?». Y nadie lo hizo. Sentí un breve arrebato de furia hacia él, pero me corregí rápidamente. Tal vez estaba equivocada. Tenía que estarlo, ¿no?

«En el mundo académico de hoy», escribe Laura Favaro en un artículo publicado este mes en la revista española Cuestiones de Género, «es difícil plantear preocupaciones sobre el queering de la infancia sin que te asocien con la retórica de ‘¿es que nadie va a pensar en la infancia?’, que no sólo es rechazada con desdén por conservadora, sino también denunciada como fundamentalmente anti-queer.» Volví a pensar en esa película al leer la obra de Favaro, y en otras experiencias, algunas graciosas, otras inquietantes, muchas de ellas ambas cosas. Me pregunté en qué tipo de persona me habría convertido si me hubiera quedado en el mundo académico. Es una cuestión irrelevante –fui una pésima estudiante-, pero ¿habría pasado la prueba de la integridad? O más bien, ¿la habría suspendido, que parece ser el camino hacia el éxito, al menos en los campos que antes habría estado más desesperada por defender?

El título del artículo de Favaro es «Seamos libres de la ‘academencia’«. Es un término acuñado por la feminista radical Mary Daly «para captar el embrutecimiento de la mente en la educación patriarcal». Favaro lo utiliza para describir «el empuje hacia el queering en las universidades» y sus inquietantes consecuencias. Entre ellas, el miedo a hacer preguntas, la persecución de las feministas y, sí, la apología del abuso sexual infantil. Es una lectura aterradora, sobre todo porque está muy bien demostrada (la evidencia es otra cosa que no les importa mucho a los que están en las garras de la academencia).

Como alguien que, según algunos miembros de su familia, malgastó años de su vida estudiando libros pretenciosos sin razón alguna, estoy familiarizada con todos los insultos que se lanzan a quienes investigan «sin sentido» desde sus torres de marfil. Solía enfurecerme por la forma en que la prensa de derechas tergiversaba una convocatoria de ponencias, o se centraba en el título de un artículo de revista, para «demostrar» que los académicos -especialmente los de artes y ciencias sociales- estaban produciendo tonterías pretenciosas, cuando no activamente perjudiciales. Esto todavía me irrita (cuando Nigel Farage menosprecia las titulaciones no relacionadas con la educación STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), por ejemplo, no hay interés en los detalles, es simplemente una afirmación de que tales cosas no deberían existir). Y, sin embargo, estoy de acuerdo con Favaro en que existe un problema importante. Algunos se han convertido en lo que la mayoría de los peores y más temerosos académicos filisteos afirmaban haber sido siempre y, al igual que el tutor en la presentación de la película, confían en que nadie de «su» bando dirá nada. La mayoría de las veces, no lo harán.

Favaro se dio cuenta por primera vez de la magnitud del problema cuando realizó una investigación sobre «las guerras de género en el mundo académico» (artículo en español), trabajo que se hizo público en Times Higher Education en septiembre de 2022. Cuando comenzó su investigación, quería explorar exactamente qué estaba ocurriendo entre las llamadas feministas «críticas de género» y las «afirmadoras de género» (y las intermedias). Lo que descubrió fue que las del bando «crítico de género» estaban siendo acosadas, mientras que muchas de las del bando intermedio tenían demasiado miedo a ser denunciadas como para desarrollar, y mucho menos expresar, una opinión sobre cuestiones como la protección de la infancia y los espacios segregados por sexo. Este resultado sorprendió claramente a las partidarias de la afirmación de género, que se veían a sí mismas como heroínas y esperaban ser retratadas como tal.

Ni que decir tiene que la propia Favaro fue acosada. Académicas pro-género que habían participado en su investigación presentaron disculpas grandilocuentes a las personas trans que «se verían dañadas como consecuencia de ello», mientras que «otras sin ningún tipo de relación con la investigación pidieron el fin de su carrera». En este momento, Favaro sigue condenada al ostracismo por hacer lo mismo que demuestra su ostracismo.

La distinción inicial de Favaro entre feminismo «crítico de género» y feminismo «afirmativo de género» le parecía más acertada si la expresaba como una distinción entre «feminismo» -como movimiento que reconoce el sexo como una realidad biológica y el género como un mecanismo «que funciona para naturalizar, imponer y perpetuar la subordinación de las mujeres a los hombres»- y «generismo», un movimiento que «es crítico de sexo y pro-género». Visto así, no hay conflicto entre las feministas del mundo académico, ni siquiera un predominio de una forma de feminismo académico sobre otra. La corriente académica dominante se ha vuelto profundamente antifeminista y antimujer. Esto es algo que Daly predijo que sucedería en la década de 1970, y así ha sucedido.

Las generistas son mucho más honestas sobre su antifeminismo de lo que quizá creen. Una de las entrevistadas -una académica en una etapa avanzada de su carrera- le dice a Favaro que su papel era estar «con los márgenes»: «Para mí, las ‘mujeres’ eran los márgenes, pero en realidad ya no lo son». Las mujeres, al parecer, están anticuadas. Como se pregunta Favaro en su último artículo, «¿quién será el próximo?»:

Presumiblemente no lo serán aquellos que luchan por pagar el alquiler o poner comida en la mesa. Como en el caso de las mujeres, los pobres parecen haber sido relegados en gran medida al estatus de «tópico pasado de moda». Además, se trata de una población demasiado numerosa para ser valorada políticamente como «marginal», o como «nicho» en términos de investigación. Al centrarse en la marginalidad y la perversión, el enfoque queer ayuda a los académicos a adelantarse en la carrera obligatoria por conseguir una subvención externa o la publicación en una revista.

A pesar de toda su mistificación, el enfoque de la teoría queer no tiene ningún reto intelectual. Tergiversado como un feminismo «actualizado», es, como señala Favaro, un rechazo de éste y del «empirismo, la objetividad y el materialismo en favor de lo pseudorreligioso, subjetivo e idiosincrático». Su propósito es afirmar sentimientos y romper cosas, no preguntar, probar o explicar. Como dice otra entrevistada, «es una cuestión de política, no de elucidación intelectual». U otra: «tenemos que dejar de buscar la respuesta correcta […] Soy postestructuralista, así que no entiendo el género. No entiendo ninguna de las palabras que utilizo de por sí». Lo cual es bastante útil si nunca quieres que te hagan responsable de ninguna de ellas.

De una manera extraña, puedo entender el atractivo de la teoría queer para las académicas, especialmente para las más inseguras. La forma en que hace sentir a las mujeres -la forma en que yo me sentí después de ver esa película- recuerda todos los estereotipos que se han utilizado para excluir a las mujeres de la vida intelectual en primer lugar. Porque no tiene sentido y porque, en su extremo, promueve la demolición de las fronteras sexuales y generacionales, nos inquieta. Pero como no puedes permitirte cuestionarlo, te vuelves contra ti misma. Debes estar equivocada, pero si estás equivocada, eso significa que eres estúpida, moralmente inferior, no eres una de las iniciadas, simplemente una hembra con un cuerpo sólo apto para la reproducción. En lugar de aceptar eso, o de arriesgarse a discrepar, es más fácil proyectar todos esos miedos en las feministas. Y una vez dado ese paso -abandonar la razón y la integridad-, ¿por qué no ir más allá? Llamar genocidas a esas feministas. A la gente que importa, que es la de sexo masculino, le gustarás aún más (a todo el mundo le gusta una persona con vagina que aplasta el binarismo de género y que asiente todo el tiempo sin dejar que demasiados pensamientos reales perturben su bonita cabecita).

Por supuesto, si te permites el espacio intelectual para cuestionarla, la teoría queer puede considerarse peligrosa y ridícula hasta el punto de ser risible. Favaro cita a Jack Halberstam diciéndonos, en plan Rick de The Young Ones (serie de culto británica de los 80 acerca de 4 estudiantes y sus caseros, con humor anárquico y surrealista), que debemos estar «dispuestos a alejarnos de la zona de confort del intercambio cortés para abrazar una negatividad verdaderamente política, una negatividad que promete, esta vez, fracasar, armar lío, joderlo todo, ser ruidosa, revoltosa, descortés, generar resentimiento, devolver los golpes, hablar alto y claro, perturbar, asesinar, conmocionar y aniquilar» (¡caramba!). Luego está el Orgullo Loco, afín a los queer, que nos dice «¡estamos aquí, estamos locos y estamos dispuestos a quemar el sistema!». (rápido, pongamos todos cara de terror). Alison Phipps, por su parte, acaba con el «feminismo dominante» (léase feminismo) marcándose un Me, Not You (Soy yo, no tú) con una llamada a lo John Lennon a imaginar que no hay cárceles, ni violencia, ni «un enfoque reaccionario en la biología masculina», ni fronteras nacionales, ni propiedad privada (antes de ponerse toda nerviosa sobre lo que esto significa para los grupos a los que los colonialistas arrebataron las tierras). En definitiva, se trata de gente poco seria. Sin embargo, el impacto que están teniendo tanto en el libre pensamiento como en los derechos de las mujeres y la infancia es grave de todos modos.

Los defensores de la academencia son peligrosos no porque sus ideas sean originales, rompedoras o incluso muy interesantes. Son previsibles. Aplican el mismo patrón a todo. La película que vi hace tantos años era aburrida. Una vez que has visto un plano de criaturas jugando seguido inmediatamente de un plano de adultos follando, ya los has visto todos. «Pero te he sacado una reacción» no demuestra nada (criaturas que están teniendo una rabieta sacan reacciones, y las rabietas también son aburridas). Cualquiera puede hacer un desastre. Cualquiera puede generar muchas declaraciones novedosas si la evidencia, la lógica y la realidad material se han convertido en irrelevantes. Cualquiera puede escandalizarse si el sufrimiento humano -y en particular la compasión por la infancia- no son más que vergonzosas preocupaciones de los normies (gente que se adhiere a las normas sociales y culturales predominantes).

Lo difícil es crear cosas nuevas, conceptos originales, vidas mejores, utilizando las materias primas del mundo -y los cuerpos- que tenemos. Las verdaderas feministas académicas han tratado de hacerlo. Han discrepado entre ellas precisamente porque se trata de un trabajo muy duro, pero eso es lo que también lo hace valioso. En estos momentos, resulta absolutamente desalentador ver cómo se expulsa del mundo académico a aquellas con más devoción por su trabajo, considerándolas problemáticas, anticuadas o incluso odiadoras. Su creatividad y rigor intelectual genuinos son más necesarios que nunca.

Favaro es una de esas académicas, y ha pagado un precio enorme por su valentía. Es generosa con quienes no se atreven a hablar. No sé si yo sería igual. Por otra parte, no estoy segura de que hubiera sido lo bastante valiente para llegar a ese punto.

La forma en que me comporté hace dos décadas ciertamente sugiere que no. Puedo decirme a mí misma que no habría cambiado nada si hubiera dicho algo. Pero, ¿y si otras personas también lo hubieran hecho? ¿No es hora de que más de las que nos preocupamos por pensar nos atrevamos a hacerlo?

Artículo original

6 respuestas

  1. Como ejemplo de academencia yo citaría, entre tantos, el máster de «estudios LGBTIQ+» de la Universidad Complutense de Madrid, que organiza el «congreso de postsexualidades» que como puede verse en su instagram (https://www.instagram.com/estudioslgbtiq_complutense/) promocionan con carteles de imágenes de pornografía tipo manga.
    Los resúmenes de las ponencias/performances son una demostración de cómo la academencia se ha apuntado a defender y propagar ideas delirantes y sin sentido, relacionadas (y a favor) de la prostitución, sadomasoquismo, sexualización de menores, transgenerismo, fetichización de menstruación, transhumanismo, exhibicionismo…
    Con títulos como: «Penetrar con los dientes», «Canción tortura para Mari», «De Simba al fursona: el fandom furry y sus posibilidades», «Amando en red: Intersecciones entre no monogamias consensuadas y budismo», «Aprendiendo el sexo: tecnovirginales y neodeseantxs en el internet», «Desacato hormonal, locura mensual: menstruosidades queer», «Ensayar pedagogías con el porno: Hacia una alfabetización pornográfica para la justicia erótica», «Deseos cíborgs: nuevas fronteras para un eros digital», «Trannis, monstruos y porno», «Flori·cultura subversiva: representación en un acto»…
    Para lo que están quedando las universidades…

    1. Los títulos que mencionas parecen una broma de mal gusto. Entré en la página de Instagram que mencionas y vi fotos de los estudiantes, la mayoría hombres. Son imágenes que huelen.
      Me pregunto cuánto tardarán en recoger cable, y si esta deriva les mereció la pena, porque tendrán que reconocer tarde o temprano que han perdido toda credibilidad.

  2. Leyendo este articulo y observando ya de lejos la vida académica, después de 35 años de pertenecer a la universidad, me ha brotado mi experiencia que pertenece a los años 1976-2011, y que encierra una descripción de cómo funcionó el activismo feminista en los primeros años de la fundación de los estudios de género en una universidad española, y cuál era la orientación del género en este caso y que supuso para la promoción a la cátedra. Con otra compañera fundamos un Seminario feminista como plataforma para desde ahí impartir un Doctorado sobre las Mujeres y el Género. Se llevaron a cabo dos Programas y fue el primer doctorado de la Universidad española sobre el tema. http://www.ub/SIMS. Continúo su actividad con otros cursos y Jornadas, junto con un Anuario, en la línea del género como sistema de dominación, siguiendo a Joan Scott. En todos esos años no hubo ningún incidente y fuimos obteniendo modestos recursos que nos permitieron desarrollar el proyecto. Paralelamente apareció la oportunidad de 2 plazas de cátedra y me presenté, compitiendo con otra colega, la que obtuvo esa primera plaza, luché para que se convocara la segunda. Ella presidió el Tribunal y en el acto de realización me acusó de feminista como un obstáculo para obtener la plaza. Y efectivamente no conseguí la cátedra, y la plaza se perdió, consiguiendo ser la única catedrática hasta hoy en la especialidad de que se trataba, y que era su aspiración. Desde entonces me acosó hasta dónde pudo, pues curiosamente seguí con mi activismo feminista en las clases y a través de la programación del Seminario. Lo interesante de esta historia es que por un lado en la universidad de la que hablo, hubo una total libertad para introducir críticamente el género, mientras los intereses y ambición de precisamente una mujer impidieron utilizando como arma arrojadiza el feminismo una promoción que desde mi opinión era justa. Ha llovido mucho y de esas lluvias estos lodos en los que se mueve el género como identidad y se cancelan las profesoras críticas, ahora sí por la penetración de los estudios queer, que están borrándonos a las mujeres y las niñas…

    1. Cuando el negocio del género entra por la puerta, el sentido común sale por la ventana.
      Qué triste, Lola, y que encima utilizara tu feminismo como un insulto. Pero ahí estás, con tanto conseguido, y sin vender tus principios.
      Un abrazo.

      1. Gracias, Nuria. Lo que nunca pudieron quitarme fue el orgullo de poder desarrollar mi proyecto feminista aprovechando un momento de libertad, en aquella época dorada de la Universidad democrática, y que ahora entre nuestra sustitución por profesorado en condiciones precarias, una burocratización abrumadora y la deriva trans, en la que Juana Gallego ha sufrido boicot o Silvia Carrasco un acoso que no cesa, aquella se ha convertido en «academencia» como la renombra Victoria Smith.

      2. Yo lo veo así: ellos se lo perdieron, y nosotras ganamos una mujer increíble y libre.
        Te abrazo fuerte.

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