El burka no es sólo un trozo de tela

Faika El-Nagashi, Blog de Salagre
Este fin de semana participé en una mesa redonda en el festival Battle of Ideas: ¿Cara a cara? Los pros y los contras de la prohibición del burka. A continuación expongo los argumentos que esgrimí a favor de la prohibición, desde la perspectiva de los derechos de la mujer.

Voy a presentar tres argumentos a favor de la prohibición del burka y, ya que estamos, también del niqab. Abordaré las posiciones que suelen plantearse en este debate: que el burka es una forma de vestir y una práctica religiosa, que en algunos casos representa la elección de la mujer y que el cambio de esta práctica debe producirse a través de la educación y la reforma social.

Uno: el burka no es una prenda de vestir. Enmarcar esto como una cuestión de control de la vestimenta —o peor aún, de la vestimenta femenina— es caer en una trampa conceptual. Cubrir completamente a una mujer de la cabeza a los pies no es una elección de ropa. La única función de esta prenda diseñada por hombres es social y consiste en hacer desaparecer a las mujeres y su autonomía del mundo que las rodea. Esto no ocurre en el vacío. No se trata de una cuestión teórica o filosófica sobre el potencial (neutro) de la tela que cubre un cuerpo (neutro) y si esto puede considerarse (aceptable) como prenda de vestir. Hay un país, Afganistán, que muestra al mundo, en tiempo real, para qué sirve el burka; y muchos otros que utilizan aproximaciones del mismo con el mismo propósito. El burka no es una prenda de vestir.

Tampoco es un acto privado de fe o de observancia religiosa. Es, concretamente, una práctica pública. Una que busca regular la visibilidad de las mujeres en la sociedad. Es un artefacto cultural de control. Y ya restringimos las prácticas que alegan justificación religiosa cuando violan los derechos humanos básicos: el matrimonio forzado, el matrimonio infantil, la mutilación genital femenina. La prohibición del burka no es una persecución religiosa. Es la defensa de la dignidad humana universal, el reconocimiento de que no se debe permitir que ningún sistema de creencias borre a la mitad de la humanidad de la vida pública.

Segundo: no se puede permitir que las decisiones de algunas mujeres sometan a todas las mujeres. El burka no es una variante del tema de la vestimenta recatada. Es la expulsión simbólica de las mujeres de la vida pública como sujetos corpóreos, con un rostro que es el lugar de conexión y reconocimiento. Niega a las mujeres la existencia como seres humanos perceptibles para cualquiera fuera del ámbito privado de la familia, donde los hombres ya tienen asegurado su control. Y sí, algunas mujeres se someten voluntariamente a ese control, por la razón que sea. Al igual que lo hacen con otras prácticas nocivas, pero nosotros no seguimos su lógica ni satisfacemos sus creencias. No hay empoderamiento en ponerse el burka. Siempre es más fácil enmarcar la propia historia como un triunfo que como una derrota, como una elección que como una victimización. Pero detrás de cada burka hay una historia, que habla de las circunstancias y oportunidades de las mujeres: si pueden abandonar el hogar familiar, moverse libremente y vivir dónde y cómo elijan, si se casan y con quién, cómo pueden decidir sobre la maternidad, si pueden trabajar, con quién pueden entablar amistad, hasta dónde pueden llegar. El burka es el significante visible de todas las elecciones que no se pueden hacer.

Tercero: si estamos de acuerdo en que el burka es un símbolo dañino, una expresión de la subyugación y el odio hacia las mujeres, ¿debemos entonces prohibirlo? No habrá un momento repentino de toma de conciencia o cambio de opinión entre quienes se benefician de él. El burka forma parte de un sistema social que no puede reformarse mientras siga estando normalizado. Es el extremo visible de un orden invisible. La marca de una clase dominante de hombres, ya sea en un país, una comunidad o una familia. El burka te marca y, al mismo tiempo, te hace invisible. Las que se hacen visibles, tanto como perpetradoras como víctimas de una ideología extremista, son las mujeres: las que destacan, pero siguen sin ser vistas. No los hombres. Ellos se mueven por el mundo sin marcas y sin molestias. Son las mujeres las que se ven privadas de la capacidad de existir como seres humanos sociales, participando en un mundo en el que pueden interactuar plenamente. El Estado tiene la responsabilidad de marcar límites y garantizar que los derechos de las mujeres no se cedan a códigos privados de control y coacción. Si el precio de aparecer en público es el anonimato total, el público deja de ser compartido. Se convierte en exclusivamente masculino de forma deliberada. Una prohibición no es un castigo para las mujeres, sino una negativa a aceptar un espacio cívico construido sobre su desaparición. Cuando el Estado se abstiene, deja a las mujeres solas en las negociaciones con las familias, los imanes o la presión local. Una ley establece una norma cívica y fija límites que protegen a las mujeres y las niñas. El cambio cultural por sí solo no ha logrado proteger a las mujeres de las normas coercitivas o segregacionistas en muchos contextos.

En conclusión: el problema no es la presencia musulmana, sino la ausencia femenina. La objeción es el feminismo. Y el debate es entre quienes ven a las mujeres como ciudadanas de pleno derecho y quienes no.

Artículo original

2 respuestas

  1. Lo interesante es que la discusión sobre el burqa no va de tela, sino de soberanía. El burqa marca quién tiene derecho a aparecer, y eso lo convierte en una herramienta política antes que religiosa. Un Estado que lo permite en nombre de la libertad está, en realidad, renunciando a garantizar la de las mujeres.

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