
Los miembros del Partido por la Igualdad de las Mujeres (WEP) se han echado a llorar después de que la dirección apoyara una moción para cerrar el partido. En un artículo publicado en el Observer, las fundadoras del WEP, Catherine Mayer y Sandi Toksvig, anunciaron que, tras una década de feminismo amateur, tomaban la decisión a regañadientes debido al «cambio en el panorama político».
«Los intentos de los Tories de contener la amenaza electoral de la derecha dura han acabado por capturarlos», opinaron las dos, y añadieron sobre el Partido Laborista: «La dirección apenas escucha a sus diputados y a sus miembros, por lo que es poco probable que nos preste atención».
Pero, ¿por qué iban a tener los políticos que escuchar las opiniones de unas mujeres que se dedicaron con tanto ahínco al postureo moral que han acabado desapareciendo? En última instancia, el partido no superó la prueba de Ronseal cuando fue incapaz de definir la palabra «mujer», y mucho menos de defender a personas que, hasta hace poco, eran consideradas por todo el mundo como hembras humanas adultas. Tras su elección como líder del WEP en 2019, Mandu Reid declaró a Pink News que «las mujeres trans son mujeres […] pero son mujeres dentro de un rico tapiz de lo que significa ser mujer, del que todas formamos parte.»
En un instante, Reid redujo la realidad de ser mujer a un ejercicio metafórico de decoración de interiores. Esto puso al WEP del lado de quienes abogan por el derecho de los hombres a identificarse como mujeres para poder acceder a cárceles, vestuarios y salas de hospital sólo para mujeres.
Sophie Walker, que dirigió el WEP de 2015 a 2019, advirtió a Reid que no apoyara una política de autoidentificación de género, escribiendo en una carta abierta: «No sé cómo escribes políticas para mujeres, si cualquiera puede ser mujer». Sin embargo, la propia Walker no está libre de culpa; la primera víctima cayó bajo su liderazgo, cuando la académica Dra. Heather Brunskell-Evans fue expulsada de su papel dentro del partido por cuestionar públicamente la idea de que se debería afirmar a menores en identidades de sexo cruzado.
Podría decirse que fue la despedida de Walker la que marcó el verdadero final del partido. Al anunciar su dimisión, afirmó sentirse «frustrada por los límites de mi propio trabajo para garantizar que las mujeres de color, las de clase trabajadora y las discapacitadas se vean reflejadas en este partido y sepan que pueden liderar este movimiento». Como era de esperar, esto sembró la división. Sugería que el mero hecho de haber nacido mujer no era suficiente, y que el partido debía centrarse en la política de identidad más que en el feminismo.
Sin embargo, en los años transcurridos desde que Reid se hizo cargo del WEP, ha surgido un movimiento de base enérgico y audaz en torno a la amenaza que supone el transactivismo para los derechos de la mujer. Mujeres de todas las procedencias se reúnen para compartir sus historias de acoso, abuso y cancelación. Existe incluso un nuevo partido político, el Partido de las Mujeres (POW), que se fundó sin el respaldo ni el dinero de famosos y consiguió presentar 16 candidatas a las elecciones generales. Comparado con esta marea creciente de activistas por los derechos de la mujer, el WEP es, en el mejor de los casos, irrelevante y, en el peor, una vergüenza.
Hay, por supuesto, muchas cuestiones urgentes que merecen tanto el análisis feminista como la atención de los políticos. Ya se trate de la incapacidad para hacer frente a las bandas de captación de menores, de la explotación de los cuerpos de las mujeres mediante los vientres de alquiler o de la prevalencia de la pornografía, las mujeres siguen recibiendo un trato injusto. Sin embargo, el WEP optó por no abordar problemas tan peliagudos, sino por hacer política a golpe de hashtags.
En esta línea, Toksvig reprendió recientemente a mujeres como las del POW que quieren baños separados por sexo, diciéndoles que «se callen». Mientras tanto, el Partido por la Igualdad de las Mujeres está tan aferrado a las causas de moda que incluso pasa por alto la violencia machista cuando resulta inconveniente. La semana pasada, cuando el agente de la policía armada Martyn Blake fue absuelto del asesinato de Chris Kaba, un delincuente violento que había abusado de su novia, el WEP publicó en las redes sociales que era «aterrador e indignante escuchar a los políticos decir que se debería examinar menos a la policía justo después de haber matado a miembros desarmados del público. Sin justicia no hay paz».
Parece que, para la minoría que comparte los valores de la clase famosa, ser un aliado trans y denunciar la supremacía blanca son causas más sexis que los aburridos derechos de las mujeres. Sin embargo, es evidente que la mayoría de las mujeres con inclinaciones políticas que no tienen más remedio que utilizar los servicios públicos capturados por esas ideologías de moda no están de acuerdo.
Así es como ha terminado el WEP; no con una explosión, sino con un confuso gemido.
Bonus track (no aparece en el artículo original, es Sandi Toksvig en un debate de Cambridge Union el 5 de noviembre de 2023):