Este es el testimonio de una mujer que trabaja en una residencia de la tercera edad, publicado en X el 18-9-24
Trabajo para una agencia de cuidadora de residencias de ancianos. Eso significa que veo una gran variedad de residencias en mi zona.
De vez en cuando, denuncio a alguna de ellas. Hace un mes, denuncié a un cuidador cuya conducta sinceramente me horrorizó. Era evidente que las residentes le tenían miedo.
Siempre me siento incómoda trabajando con cuidadores varones: las mujeres mayores no quieren que los hombres las vean desnudas o las toquen en sus partes íntimas. Algunas ceden, pero ninguna se siente cómoda.
Todos los cuidadores varones, sin excepción, lo saben y aun así quieren hacer ese trabajo.
Esos son los mejores. Los peores disfrutan del miedo que generan.
Bueno, no, los peores abusan de los residentes, pero ni siquiera estoy hablando de ellos.
Hice un turno con un cuidador al que le gustaba asustar a las ancianas de la residencia. Se mostraba agresivo con ellas. Ellas se acobardaban.
Las llevaba a sus habitaciones, a la cama, todas las mujeres sabrán a lo que me refiero, lo hacía de una manera que anulaba su consentimiento y las hacía temer que las violara. Demasiado rápido, demasiado físico, levantar, llevar.
Me di cuenta por la forma en que gritaban y se le resistían.
No las violaba. Se mantenía incluso casi dentro de los límites de «aceptable». Claro, sólo llevaba a las residentes a la cama. Cuando gritaban de angustia, él sólo las tranquilizaba, acariciándoles la cara. No pasaba nada.
A mí también me impactaba como su compañera de trabajo.
Me pasaba los turnos intentando proteger a mujeres mayores y aterrorizadas de un hombre que disfrutaba asustándolas. Le dije a la cara que parara un par de veces cuando se pasaba de la raya. Se lo dije a la enfermera mientras estaba de turno. Me dijo «ah, ese es [insertar nombre], lleva aquí años».
Lo denuncié a la agencia para la que trabajo, al registro de personal asistencial, al director de la residencia.
Le dije a la agencia que no me volvieran a mandar allí. Hice absolutamente todo lo que pude para mantener a salvo a las residentes mientras estuve allí, y luego me fui. Todavía me atormenta.
Hablé con otra cuidadora esta mañana. Trabaja para la misma agencia. Ella había ido a esa misma residencia varios meses después. Me dijo que ese cuidador sigue allí, haciendo las mismas cosas. Ella también lo denunció.
Ojalá hubiera un final feliz. Pero no lo hay. Me siento impotente.
Esto ni siquiera va de los cuidadores horribles como el que denuncié. Va de que incluso los mejores cuidadores varones saben que las mujeres mayores no quieren que ellos se hagan cargo de su cuidado personal. No quieren que los hombres las laven, las duchen o las lleven al baño.
Pero los hombres siguen haciendo ese trabajo.
Los hombres vienen a trabajar todos los días sabiendo que las ancianas a las que cuidan no están, en el mejor de los casos, muy contentas con ello (o son incapaces de expresarse).
Y, sin embargo, siguen viniendo.
Antes de trabajar en el cuidado de ancianos, ni siquiera me lo hubiera planteado.
También saben que las mujeres con las que trabajan asumen las tareas que ellos no hacen. Y aun así, siguen viniendo, y nunca lo mencionan, simplemente lo esperan.
Todavía puedo ver a esas mujeres y oírlas, y ver la horrible sonrisa petulante de aquel hombre. Siguen atrapadas allí con él, todos los días.
Quería esperar fuera de la residencia y contárselo a los familiares, algo, pero no puedo, claro. Llevo ese peso en el corazón.
Los hombres no deberían trabajar cuidando de mujeres. Ni siquiera los mejores.
Hazme cambiar de opinión. (No vas a poder).