Estamos sacrificando a nuestros hijos en el altar de una ideología brutal de extrema izquierda.

 

Hay pruebas fiables de que muchas sociedades en la antigüedad sacrificaban niños a sus dioses. Padres de las antiguas colonias fenicias de Cartago, Sicilia, Cerdeña y Malta mataban a sus hijos antes de incinerarlos, con la esperanza de que los dioses escucharan sus voces y los bendijeran.

Esto nos horroriza. y con razón, aunque a veces me pregunto si entendemos el sacrificio de niños mucho más de lo que nos gustaría admitir. 

Vi un video el otro día que mostraba a un cirujano estadounidense que se jactaba de haber realizado más de 3,000 mastectomías dobles en mujeres jóvenes que habían pagado por un cambio de género, persona confusas, se podría decir que alentadas por aquellos que se benefician de ello, haciéndoles creer que las pruebas emocionales de la adolescencia pueden ‘curarse’ y que la felicidad reinará para siempre, si se someten a esa práctica brutal. 

Y es brutal, un proceso que a menudo incluye no solo las mastectomías antes mencionadas, sino otras operaciones quirúrgicas terribles: orquiectomía (castración, en un lenguaje más directo), la extirpación del útero, la destrucción de la musculatura del antebrazo para hacer lo que no es un pene, pero al que debemos referirnos como tal, todo eso.

Que alguien que pretende ser médico haga esto a niños, al menos a mí, me parece algo digno de una pena de cárcel.

Qué pasó con la doctrina expresada en el lenguaje antiguo como primum non nocere – lo primero es no hacer daño? 

El Juramento Hipocrático ha sido reemplazado por una ilusión: una creencia que se puede resumir como ‘al bloquear la pubertad de los niños y luego alterarlos quirúrgicamente, solo estamos restaurando lo que es suyo por derecho’. Los sentimientos de un niño son los árbitros definitivos de su destino reproductivo, y cualquier intento de cuestionar su identidad de género corre el riesgo de aumentar su propensión al suicidio”.

Mentiras. Mentiras. Mentiras. Y después, carnicería.

Estándares cambiantes

Los psicólogos (aquellos en mi propio campo personal de la medicina) también se han rendido a este pensamiento colectivo. El «Grupo de Trabajo sobre Pautas para la Práctica Psicológica con Personas Transgénero y Personas no Conformes con el Género» (TGNC, en sus siglas en inglés) de la Asociación Estadounidense de Psicología insiste en que los psicólogos y otros terapeutas profesionales ofrezcan atención «trans-afirmativa», comenzando con detalles como mostrar «recursos afirmativos TGNC en salas de espera”. También se les pide a los profesionales que examinen «cómo su lenguaje (por ejemplo, el uso de pronombres y nombres incorrectos) puede reforzar el género binario de manera abierta o sutil e involuntaria».

Estas pautas se interpretan primero como un manual de adoctrinamiento escrito por ideólogos marxistas, y segundo como un documento diseñado para socavar y destruir la práctica de la terapia en sí. 

Pero estas ‘directrices’ se han transformado a un ritmo alarmante en leyes punitivas que rigen lo que un psicólogo o terapeuta puede decir y pensar en relación con sus clientes.

Permitidme ser perfectamente claro: hablando como profesional, ya sea en Estados Unidos, Gran Bretaña o en cualquier lugar, no le corresponde al terapeuta el «afirmar» o, por el contrario, negar, la «identidad» de las personas que están a su cuidado. La gente va a un terapeuta, a menudo después de una larga y dolorosa deliberación, porque está sufriendo, porque está confusa o ambas cosas. El trabajo de ese terapeuta es escuchar, cuestionar y proceder con la debida cautela, sin dar consejos baratos (y, por lo tanto, robar los éxitos de sus clientes o culparlos de sus fracasos) ni asumir un conocimiento especial del resultado adecuado para un individuo determinado. 

De ninguna manera le voy a decir a una mujer de 18 años que tiene toda la razón si a veces se siente más masculina que femenina (sin importar cómo surja ese sentimiento), y que si siente que la cirugía es la respuesta, le recomiende hormonas ese mismo día. Lo que haría es pasar muchas semanas, tal vez incluso meses o años, escuchándola desenvolver su historia, usando la cautela como consigna, y ayudándola a llegar a una comprensión profunda y bien desarrollada tanto de su historia autobiográfica como de su destino. 

Eso no es “afirmación” y tampoco es “negación”. ¿Cómo me voy a atrever a hacer cualquiera de las dos cosas cuando alguien ha venido a mí porque está confundido y desesperado, un estado que indica una profunda confusión sobre la identidad misma?

Nuevas directrices radicales

Me estoy centrando en la Asociación Estadounidense de Psicología (APA) porque es el organismo encargado de establecer las normas y los ideales para la práctica clínica en la democracia más poblada de la Tierra, principios que se difundirán y ya se están difundiendo, por todo Occidente de manera más amplia, incluso en Gran Bretaña. Algunas de sus ‘directrices’ son lo suficientemente espantosas como para merecer una disección:

«Directriz 1. Los psicólogos entienden que el género es una construcción no binaria que permite una variedad de identidades de género y que la identidad de género de una persona puede no alinearse con el sexo asignado al nacer».

No entiendo esta definición posmoderna radical de género, que se basa en el «sentido profundo» o «sentido inherente» de una persona de ser un sexo sobre otro, independientemente de su biología.

Psicológicamente, es indiscutible que una proporción importante de hombres tiene un temperamento femenino (lo que esencialmente significa que experimentan niveles más altos de emociones negativas como la ansiedad y los análogos del dolor: pena, frustración, desilusión, depresión) y son más agradables (compasivo/cortés) que los machos típicos, e igualmente cierto que una proporción importante de mujeres tiene un temperamento masculino. Pero esto no cambia cómo, objetivamente, los profesionales deben medir el género de una persona.

A los psicólogos les solía importar que la medición siguiera las prácticas estándar de validez y fiabilidad. Probad a leer, por ejemplo, un documento publicado por la propia APA en 2014, donde vais a ver que los psicólogos estaban obligados a utilizar “constructos” (es decir, términos como “género”) de forma técnicamente adecuada. Esto significa, como mínimo, que los atributos fundamentales deben poder medirse, y medirse adecuadamente. 

Pero todo eso se va por la borda ahora cuando de lo que hablamos es de la magia del “género”, que se define de manera completamente subjetiva, aunque esa insistencia indudablemente contraviene los estándares anteriores. Pero sentimientos über alles (por encima de todo), amigos. Y no es broma. Particularmente si tienes 15 años y te sometiste a una cirugía que te hace incapaz de reproducirte, a menudo para fomentar el sentido de superioridad moral de otra persona o el sentido de «compasión» autoatribuida, una palabra que me hace temblar cada vez que me la encuentro. 

Nuevas doctrinas

Los psicólogos también están adoptando ahora la doctrina simplista y todo menos revolucionaria de la “interseccionalidad” sin cuestionarla. ¿Y cuál es esa doctrina? No es más que la afirmación de que los seres humanos se caracterizan por identidades que abarcan múltiples dimensiones. Cualquier persona determinada tiene una raza, etnia, sexo, temperamento (cinco dimensiones aquí ya), nivel de inteligencia, etc. Lo hemos sabido desde siempre. Pero se ha convertido en un elemento cultural candente desde que los imbéciles observaron el hecho obvio de que el estatus de minoría puede ser aditivo o multiplicativo. Odio incluso señalar eso, ya que cualquier persona con un poco de sentido común también sabía, sin ninguna formación estadística, que era posible ser de origen latino, digamos (o incluso ‘LatinX’, para usar ese término absurdo, degradante y condescendiente) y ser mujer simultáneamente. 

Sin embargo, uno no puede cuestionar esto sin temor a ser condenado al ostracismo por sus colegas. Observad la escalofriante redacción de la Directriz 7:

“Los psicólogos comprenden la necesidad de promover un cambio social que reduzca los efectos negativos del estigma en la salud y el bienestar de las personas TNCG”.

En resumen: si no eres un activista (y uno de nuestros activistas), será mejor que tengas cuidado. 

Entonces, ¿qué debe regir mi comportamiento como terapeuta y tus expectativas como cliente? La respuesta a eso es: lo que los activistas consideren prioritario a su antojo. Y recordad eso en los tribunales, amigos.

Malevolencia activa

Cada vez me avergüenzo más de ser psicólogo clínico dada la absoluta cobardía, falta de carácter y apatía que caracteriza a muchos colegas y más aún a mis asociaciones profesionales. Por lo menos dentro de 20 años cuando todos nos arrepintamos de este terrible experimento social podré decir “dije que no cuando vinieron todos a insistir en que participáramos en el sacrificio de nuestros hijos”. Otros países, y Gran Bretaña en particular, no deben cometer los mismos errores que en los EE. UU. y en otros lugares.

No puedo aceptar lo que estamos haciendo. No puedo acatar lo que se han convertido en las doctrinas de mi disciplina. Creo que los actos del ‘profesional’ médico que se apresura a desfigurar, esterilizar y dañar a los jóvenes con lo que son procedimientos experimentales peligrosos, claramente desaconsejados, cruzan la línea de ‘no hacer daño’ a causar un daño absoluto.

Solo si escondemos las cabezas en la arena, la esterilidad, la función sexual deteriorada o ausente, las reacciones complejas a hormonas poco conocidas, los gastos y, entremezclados con todo eso, el sufrimiento y la confusión, continuarán para innumerables jóvenes. Debemos abordar la amenaza que representa para la integridad de todo el sistema educativo como adoctrinamiento en la misma filosofía que generó este negocio quirúrgico y el crecimiento de las «directrices» de la APA. Amenaza la confianza del público en general, de la que depende nuestra paz y prosperidad.

Y, por cierto: lo que va a pasar claramente es que un número desproporcionado de niños “liberados” de su confusión de género va a crecer hasta convertirse en adultos homosexuales físicamente intactos y completamente funcionales. ¿Necesito señalar que este hecho difícil de digerir deja en ridículo cualquier afirmación de que el mundo alfabeto del grupito LGBTQ+ constituya una «comunidad» homogénea y unificada?

Hemos cruzado la línea de la posesión ideológica a la malevolencia activa, y estamos multiplicando nuestro pecado al atribuir nuestras espantosas acciones a la «compasión». Que el cielo nos ayude. De verdad.

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