Estamos siendo colonizados, no sólo físicamente, sino también ideológicamente.
La última víctima en el altar multicultural es el Centro para el Islam Global de la Universidad Goethe de Fráncfort, la única institución académica de Alemania que examinaba el islam en todas sus dimensiones: política, teológica, sociológica y cultural.
Fundado en 2019 bajo la dirección de la profesora Susanne Schröter, el centro tenía como objetivo estudiar cómo el islam moldea la identidad, la política y la vida social, tanto en las sociedades musulmanas como en Occidente.
Lo cerraron el 1 de octubre de 2025. No por falta de rigor académico o de relevancia, sino porque se ha convertido en algo indeseable. La propia Schröter describe cómo ella y sus colegas se enfrentaron a sabotajes, campañas de desprestigio y ostracismo profesional, no por parte de extremistas, sino desde dentro del mundo académico.
Investigar el islam sin doblegarse al dogma poscolonial se ha convertido en algo demasiado peligroso.
El cierre no es un hecho aislado, sino un símbolo. Pone de manifiesto cómo la libertad académica en Europa está siendo asfixiada por lo que sólo puede describirse como colonización ideológica: un proceso por el cual las ideologías religiosas y políticas desmantelan gradualmente la libertad intelectual desde dentro, mientras que las instituciones se someten por miedo al castigo social.
Schröter explica que su investigación, que examina el islam en todas sus formas, desde la secular hasta la radical, fue menoscabada sistemáticamente. No por razones académicas, sino porque los estudios islámicos críticos «contradicen la ideología dominante».
La ideología dominante actual no busca la verdad, sino la pureza moral. No la impulsa la curiosidad, sino la conformidad. Y esta es la esencia de la colonización ideológica:
Un clima en el que las críticas al islam, al islamismo o a las estructuras patriarcales no se juzgan por su contenido, sino por quién dice sentirse ofendido. Un clima en el que las universidades se rinden a la ortodoxia poscolonial, que insiste en que cualquier «mirada occidental» es intrínsecamente opresiva. El resultado es que el mundo académico occidental, que en su día se construyó sobre el ideal del libre pensamiento, ahora se rige por el miedo a tener los pensamientos equivocados.
El arma más eficaz de la colonización ideológica no es la violencia, sino la culpa. Se avergüenza a los académicos para que guarden silencio, se intimida a las instituciones para que obedezcan y se manipula al público para que crea que el silencio es sinónimo de respeto.
Por lo tanto, no sólo estamos importando personas, sino también mentalidades que son fundamentalmente incompatibles con la libertad occidental.
El islam lleva mucho tiempo dominando el arte de convertir nuestros propios principios en armas: la tolerancia para promover la intolerancia. La libertad religiosa como escudo para la opresión. El lenguaje del antirracismo para reprimir las críticas.
Cuando una profesora alemana pierde su centro de investigación por atreverse a estudiar las dimensiones del islam, el mundo académico ha cruzado la línea que separa el debate intelectual de la sumisión ideológica.
Y así, las universidades, que antes eran bastiones de la disidencia, se han convertido en nada más que cementerios ideológicos.
El dogma poscolonial ha sustituido a la investigación científica. Los estudios críticos sobre el islam están siendo sustituidos por estudios religiosos apologéticos. Y los académicos que insisten en describir la realidad tal y como es, son expulsados silenciosamente, a menudo por sus propios colegas.
Ya no se trata sólo del islam.
Se trata de la supervivencia de la libertad occidental en sí misma.
Porque donde muere la libre investigación, muere con ella la democracia. La democracia depende de la búsqueda de la verdad, y la verdad requiere el derecho a hacer preguntas incómodas. Cuando ese derecho se ve amenazado, ya estamos inmersos en un territorio autoritario, simplemente disfrazado de lenguaje académico y de virtud moral.