La extrema derecha y la extrema izquierda coinciden en una cosa: las mujeres no cuentan para nada.

 

Crédito… Brooke DiDonato/Agence VU/Redux

Tal vez tenga sentido que fueran las mujeres, esas criaturas supuestamente obedientes y complacientes, abnegadas y todo los demás adjetivos que tengan que ver con agradable, las que finalmente unieran a nuestro polarizado país.

Porque la extrema derecha y la extrema izquierda han encontrado lo único en lo que están de acuerdo: las mujeres no cuentan.

La posición de la derecha es la más conocida, el movimiento se ha dedicado agresivamente a despojar a las mujeres de sus derechos fundamentales durante décadas. Gracias en parte a dos jueces de la Corte Suprema que han sido acusados de forma creíble de un comportamiento abusivo hacia las mujeres, Roe v. Wade, con casi 50 años en el punto de mira, ha sido derrocada sin piedad.

Mucho más desconcertante ha sido la izquierda marginal que se ha metido con su propia agenda, quizás de forma involuntaria pero de hecho misógina. Hubo un tiempo en que los grupos del campus y las organizaciones activistas abogaban enérgicamente en nombre de las mujeres. Los derechos de las mujeres son derechos humanos y algo por lo que luchar. Aunque la Enmienda a la Igualdad de Derechos nunca fue ratificada, los académicos legales y los grupos de defensa pasaron años trabajando para establecer a las mujeres como una clase protegida.

Pero hoy en día, una serie de académicos, súper progresistas, activistas transgénero, organizaciones de libertades civiles y organizaciones médicas están trabajando hacia un fin opuesto: negar a las mujeres su humanidad, reduciéndolas a una mezcla de partes del cuerpo y estereotipos de género.

Como informó mi colega Michael Powell, incluso la palabra «mujeres» se ha convertido en verboten. Anteriormente el término comúnmente entendido y que definía a la mitad de la población mundial, tenía un significado específico vinculado a la genética, la biología, la historia, la política y la cultura. Pero ya no. En su lugar hay términos difíciles de manejar como «personas embarazadas«, «menstruadores» y «cuerpos con vaginas».

Planned Parenthood (organización estadounidense sin ánimo de lucro de medicina reproductiva, ginecología y planificación familiar), antes defensores incondicionales de los derechos de las mujeres, omite la palabra «mujeres» en su página de inicio. NARAL Pro-Choice America (organización estadounidense sin ánimo de lucro que aboga por el acceso al aborto y a los contraceptivos) utiliza «personas que dan a luz» en lugar de «mujeres». La Unión Americana de Libertades Civiles (organización estadounidense que protege los derechos a la libertad religiosa y a la libertad de expresión sin interferencia del gobierno), otrora defensora de los derechos de las mujeres, tuiteó el mes pasado su indignación por la posible anulación de Roe v. Wade como una amenaza para varios grupos: «Negros, indígenas y otras personas de color, la comunidad L.G.B.T.Q., inmigrantes, jóvenes».

Dejó fuera a aquellas a las que más afecta: las mujeres. Qué forma más amarga de conmemorar el 50 aniversario del Título IX (ley federal del año 72 que protege contra la discriminación basada en el sexo).

La noble intención detrás de omitir la palabra «mujeres» es dar cabida al número relativamente pequeño de hombres transgénero y de gente que se identifica como no binaria pero que conserva aspectos de la función biológica femenina y puede concebir, dar a luz o amamantar. A pesar de su espíritu de inclusión, el resultado ha sido apartar a las mujeres a empujones.

Las mujeres, por supuesto, se han mostrado complacientes. Han dado la bienvenida a mujeres transgénero en sus organizaciones. Han aprendido que plantear cualquier espacio solo para mujeres biológicas en situaciones en las que la presencia de hombres puede ser amedrentadora o injusta (centros de ayuda a víctimas de violación, refugios para víctimas de abuso doméstico, deportes de competición) es actualmente visto por algunos como excluyente. Si hay otra gente marginada por la que luchar, se supone que las mujeres van a ser las que sirvan a las agendas de esas personas en lugar de promover las suyas.

Pero, pero, pero. ¿Puedes culpar a la hermandad de mujeres por sentirse un poco nerviosa? ¿Por dar un respingo ante la presunción de consentimiento? ¿Por preocuparse por las repercusiones más amplias? ¿Por preguntarse qué tipo de mensaje estamos mandando a las niñas sobre sentirse bien en sus propios cuerpos, el orgullo por su sexo y las perspectivas de la condición de mujer? ¿Básicamente por ceder ante otra reacción violenta?

Las mujeres no luchamos todo este tiempo y de una forma tan dura para que ahora nos digan que ya no podemos llamarnos mujeres. Esto no es solo una cuestión semántica; también es una cuestión de daño moral, una afrenta a la percepción intuitiva de nosotras mismas.

No hace tanto tiempo, y en algunos lugares la creencia todavía persiste, que las mujeres eran consideradas una mera costilla al todo de Adán. Ver a las mujeres como una entidad propia y completa, no solo una colección de partes derivadas, fue una parte importante de la lucha por la igualdad sexual.

Pero volvemos a caer en lo mismo, analizamos a las mujeres en órganos. El año pasado, la revista médica británica The Lancet se dio una palmadita en la espalda por un artículo de portada sobre la menstruación. Sin embargo, en lugar de mencionar a los seres humanos que llegan a disfrutar de esta actividad biológica mensual, la portada se refería a «cuerpos con vaginas». Es casi como si los otros chismes varios (úteros, ovarios o incluso algo relativamente de género neutro como los cerebros) fueran intrascendentes. Que tales cosas tiendan a estar envueltas en un paquete humano con dos cromosomas sexuales X es aparentemente innombrable.

«¿Qué somos, hígado picado?», una mujer podría estar tentada de bromear, pero en esta atmósfera sin sentido del humor y centrada en los órganos, tal vez le sería mejor no hacerlo.

Aquellas mujeres que expresan públicamente emociones encontradas u opiniones opuestas a menudo son brutalmente denunciadas por hacerse valer. (Busca en Google la palabra «transgénero» combinada con el nombre de Martina Navratilova, J.K. Rowling o Kathleen Stock para hacerte una idea fulminante). Arriesgan sus trabajos y su seguridad personal. Son difamadas como tránsfobas o etiquetadas como TERF, un peyorativo que puede ser desconocido para aquellos que no pisan este particular campo de batalla que es Twitter. Aparentemente abreviatura de «feminista radical trans-excluyente», que originalmente se refería a un subgrupo del movimiento feminista británico, «TERF» ha llegado a denotar a cualquier mujer, feminista o no, que persiste en creer que si bien las mujeres transgénero deberían ser libres de vivir sus vidas con dignidad y respeto, no son idénticas a las que nacieron mujeres y que han vivido toda su vida como tales, con todos los adornos biológicos, expectativas sociales y culturales, realidades económicas y cuestiones de seguridad que eso implica.

Pero en un mundo de identidades de género elegidas, las mujeres como categoría biológica no existen. Algunos incluso podrían llamar a esto borrado.

Cuando no están definiendo a las mujeres por partes del cuerpo, los misóginos en ambos polos ideológicos parecen decididos a reducir a las mujeres a rígidos estereotipos de género. La fórmula de la derecha la conocemos bien: las mujeres son maternales y domésticas: las que sienten y las que dan y las que dicen «No te preocupes por mí». Los recién llegados imprevistos a tal encasillamiento retrógrado son los supuestos progresistas de la izquierda marginal. De acuerdo con una teoría de género recientemente adoptada, ahora proponen que las niñas, lesbianas o heterosexuales, que no se identifican a sí mismas como femeninas, de alguna manera no son completamente niñas. Los manuales de identidad de género creados por grupos de defensa transgénero para su uso en las escuelas ofrecen a los niños unos diagramas muy útiles que sugieren que ciertos estilos o comportamientos son «masculinos» y otros «femeninos».

¿No habíamos abandonado esas categorías estrechas en los años 70?

El movimiento de las mujeres y el movimiento por los derechos de los homosexuales, después de todo, trataron de liberar a los sexos de los constructos del género, con sus anticuadas nociones de masculinidad y feminidad, para aceptar a todas las mujeres por lo que son, ya sean marimachos, niñas femeninas o lesbianas butch. Deshacer todo esto es perder el terreno duramente ganado para las mujeres…y también para los hombres.

Aquellos en la derecha que se ven amenazados por la igualdad de las mujeres siempre han luchado ferozmente para volver a poner a las mujeres en su sitio. Lo que ha sido desalentador es que algunos en la izquierda marginal han sido igualmente desdeñosos, recurriendo a la intimidación, las amenazas de violencia, el escarnio público y otras tácticas para infundir miedo cuando las mujeres intentan reafirmar ese derecho. El efecto es restringir la discusión de los problemas de las mujeres en la esfera pública.

Pero las mujeres no son el enemigo. Piensa que en la vida real, la mayoría de la violencia contra hombres trans y mujeres es cometida por hombres, pero, en el mundo en línea y en la academia, la mayor parte de la ira contra aquellos que se oponen a esta nueva ideología de género parece estar dirigida a las mujeres.

Es desgarrador. Y es contraproducente.

La tolerancia hacia un grupo no tiene por qué significar intolerancia hacia otro. Podemos respetar a las mujeres transgénero sin castigar a las mujeres que señalan que las mujeres biológicas todavía constituyen una categoría propia, con sus propias necesidades y prerrogativas específicas.

Ojalá las voces de las mujeres fueran rutinariamente bienvenidas y respetadas en estos temas. Pero ya sean trumpistas o tradicionalistas, activistas de la izquierda marginal o ideólogos académicos, los misóginos de ambos extremos del espectro político disfrutan por igual del poder de hacer callar a las mujeres.

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