Pequeño experimento mental sobre la idea de que desestigmatizar ciertos comportamientos sexuales masculinos – «comprender mejor al pobre hombre que sufre» – es la mejor estrategia y que va a convertir algo que es antisocial en prosocial.
¿Qué pasa si sustituimos un impulso humano diferente que sea antisocial en vez de prosocial? Tomemos el robo. Algunas personas son codiciosas. Se angustian mucho si no pueden conseguir las cosas que quieren. Si no pueden comprarlas, las roban. Algunos se vuelven cleptómanos.
Eso es triste para el cleptómano, ¿no? Después de todo, vivimos en una sociedad materialista. Algunas personas son más vulnerables a ello. Algunas personas incluso nacen codiciosas. Recuerdan tener esos sentimientos de codicia desde los 3 o 4 años. Nacieron así, los pobres.
No deberíamos estigmatizarlos, sino ayudarlos. Los dueños de las tiendas deberían adaptarse, no prohibirles la entrada. Deberían incluso reservar una parte de las existencias para ellos. No deberíamos denunciarlos ni mandarlos a la cárcel. Eso sería intolerancia. No pueden evitarlo.
Os estáis riendo, verdad? Porque no hay nada prosocial en los cleptómanos que se dedican a robar a los demás. Es antisocial. Obviamente. Como muchas otras cosas. Por eso tenemos leyes y convenciones sociales. Para priorizar lo prosocial y minimizar lo antisocial.
Así que preguntaos: ¿por qué los comportamientos sexuales masculinos que causan daño o amenazan los derechos de otros, se tratan de manera diferente? Ya podéis parar de reíros. No tiene ninguna gracia. Los hombres pueden controlarse y, si no pueden, deberíamos obligarles.