La historia de Tsevea: El hombre del espejo.

Debería haberme dado cuenta el primer Halloween.

Había visto las fotos de él de cuando estaba en la Marina. Tenía puesto un vestido rojo muy sexy que aún está en el armario con una peluca rubia de rockera de los 80, maquillaje bien puesto, engañando a todo el mundo hasta que se fijaban en las manos, que lo delataban al instante. Era solo en Halloween, dijo. Estaba tan orgulloso de que los hombres lo invitara a beber algo.

¡Pero yo era una chica de teatro! ¡Era divertido! Un hombre no era menos hombre porque diera el pego vestido de mujer. Lo hacíamos todo el tiempo con efectos escénicos. ¡Fue genial en Halloween! ¿Qué mejor día para hacerlo? ¿No?

Debería haberlo visto. Pero no lo vi.

Había otras señales de alarma y las ignoré todas. Todos los que están fuera de nuestro núcleo podían ser el enemigo si no pensaban de la misma forma que él. Incluso mis propios padres se convirtieron en el enemigo. Y mis amigos. Solo quedaron sus amigos y familiares. Lo amaba. Podía funcionar, ¿verdad?

Luego vino la autoginefilia.

Primero quería ropa interior de seda. Me cogió la mía. Luego empezó a afeitarse el vello púbico, las axilas y las piernas, lo mismo que yo. Luego vinieron las pedicuras. ¿Y por qué no podía ponerse uñas acrílicas también?

Tuvimos dos hijas preciosas. No podía irme porque ¿cómo se iban a sentir mis hijas? No importaba que su padre me menospreciara. Que era un alcohólico funcional que bebía una botella de vodka en dos días. Nuestra familia estaba intacta. Todo iba a salir bien. ¿No?

Se fue de viaje por trabajo. Noté que una de mis faldas bonitas había desaparecido. Pensé que estaría en algún lado del armario.

Cuando regresó, confesó. Era un travesti. Fue a un sitio donde vendían pelucas a Drag Queens. No compró una, solo habló de las opciones con la señora. Había llevado mi ropa y se la puso junto con la peluca. Le encantó.

Tenía miedo de que lo dejara. Sentí frío por dentro, pero le aseguré que todo estaba bien y que lo solucionaríamos. Sería una buena esposa. Dijo que me amaba. Todo iba a salir bien. ¿Verdad?

El proceso se aceleró.

Quería saber qué se sentía al tener senos. Le hice unos falsos, pero eso no fue suficiente. Necesitaba mi sujetador y senos reales. Conseguí una receta de píldoras anticonceptivas para que desarrollara sus pechos. Tenía que ser profesional en el trabajo, así que le compré sujetadores deportivos para el trabajo y que no se le notaran.

Los fines de semana quería maquillaje, pero yo tenía que aplicarlo. Me hizo cringe por dentro. Me sentí mal e hice todo lo posible para evitarlo.

No quería comprarse sus cosas. QUERÍA LAS MÍAS. Le gustaban MIS cosas. Quería parecerse a mí. Usar mi ropa. Usar mis zapatos. Obligarme a que lo maquillara. Me revolvía el estómago.

Me hundí. Nunca olvidaré esa noche. Quería usar mi lencería. Quería que me pusiera un arnés, ponerse encima de mí y montarme. Lo dejé hacer, me sentía paralizada. Nunca olvidaré su cara mientras montaba el consolador, a horcajadas encima de mí, con mi corsé rojo, lastimándome la pelvis con sus botes. Traté de no llorar cuando los últimos pedazos de mi corazón se rompieron.

Empecé a vivir maquinalmente mientras lo reprimía todo. Necesitaba hablar con alguien. No podía seguir casada con una mujer. ¡No era lesbiana! Pero nuestro código de silencio familiar iba a continuar. Ya eran 15 años obedeciéndolo. No había recursos para mí a principios de la década de 2000. No tenía dónde acudir.

Finalmente confié en una amiga de Internet que lo entendería. Se había casado con su marido sabiendo que era autoginéfilo y no le molestaba porque era bisexual.

Mi esposo se enteró. La discusión que siguió duró días. ¡Lo había traicionado! ¿Cómo podía hacerle esto? Lloré durante días. Después de arrastrarme lo suficiente como para que le «permitiera» seguir siendo mi esposo, lloré hasta quedarme dormida casi todas las noches cuando sabía que él ya estaba dormido. Lloré en el trabajo. Lloré en la ducha. Lloré en cualquier sitio donde él no me viera. Estaba completamente rota y desanimada.

Luego dijo que quería operarse los genitales. Estaba encantado porque sabía que no iba a tener ningún problema en el trabajo con la aceptación: alguien más ya había abierto el camino con Recursos Humanos. Pero tendríamos que ahorrar miles de dólares para la operación: las compañías de seguros aún no se habían vuelto posmolerdas. Nunca iba a pasar porque era malísimo con el dinero y sonreí un poco por dentro.

Estaba jugando un MMO (Massively Multiplayer Online, juego online con un montón de jugadores) como si fuera una mujer en la vida real, coqueteando con hombres. Me alivió la presión de formar parte de su fantasía, así que estaba feliz por ello. Cuando se le pidió pruebas de ser una chica, mandó fotos mías.

Entonces sucedió. Me enamoré.

No de mi marido, sino de alguien online que era el hombre que yo de verdad necesitaba. Nos descubrieron y comenzó un ciclo de un año en el que yo me escondía para hablar con mi amante online, mi esposo se enteraba y me machacaba hasta que me sometía y vuelta a empezar. Mi marido intentó pagarme con la misma moneda y comenzó a hablar con una chica online. No funcionó y corrí aún con más ganas hacia mi amante.

Me convenció de ir a un terapeuta «cristiano». Primero tuvimos una sesión conjunta, centrándonos en nuestras aventuras emocionales. Luego vinieron las citas separadas para evaluaciones más detalladas. Finalmente lo solté todo. El shock en la cara de la terapeuta cuando me escuchó me indicó que todo esto estaba fuera de su alcance. Demasiado lejos. Comencé a tener un mal presentimiento.

Cuando regresamos para la siguiente sesión conjunta, fue como si mi sesión individual nunca hubiera ocurrido. Acabamos repitiendo la primera sesión, con más enfoque en mi aventura emocional. Como necesitaba comenzar a tratar de amar a mi esposo otra vez porque esa era la forma de salvar nuestro matrimonio. Se trataba de llenarlo a él.

Pero, ¿qué hay de mí? ¿Qué pasa con el elefante en la habitación?

Empecé a contestarle a mi esposo de una manera que nunca antes había hecho: abiertamente desafiante, ya no tenía miedo de provocar una pelea en público. Estaba cada vez más furioso y bebía aún más. Al final, su enfado por perder el control convirtió el abuso emocional en físico: rompió la puerta de un puñetazo al lado de mi cabeza. Se lo conté a mi amante y comenzamos a planear en secreto mi escape. Sabíamos que era solo cuestión de tiempo.

Un día, unos meses después de nuestro 20 aniversario de bodas, dije que iba a ir a la ciudad a comprar algo. Cogí los $ 3000 en efectivo que había escondido y el coche donde ya estaba mi ropa y conduje tres horas hasta el aeropuerto para recoger a mi amante online y conducir a través del país para comenzar nuestra nueva vida juntos.

Si había pensado que el abuso verbal y emocional era malo antes de irme, ahora subió a la estratosfera. Yo era una puta. Lo lastimé mucho. Él lo había hecho todo por mí. No podía entender por qué me había ido. Puso a mis hijos en mi contra. Casi puso a mi madre en mi contra. Convirtió todos sus males -alcoholismo, abuso emocional, amenazas físicas, incompetencia financiera- en míos en sus historias acerca de cómo explotó todo.

El divorcio.

Testifiqué en un juicio público para nuestro divorcio. Comencé a contar mi historia y recuperar mi poder. Tuvo un ataque de pánico o un derrame cerebral leve cuando se dio cuenta de que iba a revelarlo todo. La audiencia terminó abruptamente y no impugnó nada después. Cuatro años después de dejarlo, conseguí el divorcio. Mi ex marido se casó con su nueva novia al día siguiente. Ella es bisexual, por lo que si alguna vez decide volver por el camino de la transición, es posible que no le importe.

Mis hijos volvieron a mí al final: la mayor a los seis meses de mi partida, la más joven tardó cinco años. Se dieron cuenta de las mentiras de su padre y ahora ya no tienen relación con él. Tienen sus propias cicatrices.

No recibí la terapia que necesitaba hasta que Bruce Jenner hizo su transformación. Comencé a tener todos los signos clásicos de TEPT después de leer los tabloides. Ataques de pánico, histeria por nada, pesadillas horribles. Vi a un terapeuta que me creyó, que validó mi angustia por todo y que me ayudó a hacer el trabajo duro para aprender a controlarme a mí misma y no dejar que mi ex me controle. Al final aprendí a no castigarme a mí misma por todos los que qué pasaría si…

El marzo pasado, a los 50 años, me casé con mi amante online. Estuvo a mi lado durante años de recuperación, con la esperanza de que saliera bien de esto. Lo hice y lo hicimos, y no podría estar más feliz. Mis hijas estaban a mi lado cuando nos casamos. Mi familia se convirtió en un nuevo círculo con un nuevo comienzo.

Sobreviví y triunfé. Tú también puedes.

La pesadilla puede terminar. No estás sola.

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