Si tuviese que definirla de alguna forma tendría que usar la palabra generosidad, o quizás paciencia, ternura… sería difícil elegir solo una. Marina entró en nuestras vidas hace más de un año y encajó en ellas desde el primer día. A pesar de los kilómetros que tiene que hacer entre domicilio y domicilio, las jornadas interminables y las demandas específicas de cada usuario, siempre mantiene su sonrisa y su calma. Viene a casa diariamente a ayudar a mi abuela con la ducha y, cuando estoy, solemos charlar. Sé que está divorciada y que vive con su hija única y exclusivamente de su sueldo, que complementa trabajando los fines de semana en hostelería. Añado estos detalles de su vida para resaltar lo importante que es para ella su trabajo y la necesidad que tiene de conservarlo.
Marina pertenece al feminizado y precarizado campo de las trabajadoras del Servicio de Ayuda a Domicilio, un sector cuyas condiciones de trabajo son penosas, con sueldos por debajo de los mil euros, enfermedades laborales no reconocidas (muchas causadas por los grandes esfuerzos físicos que requieren sus tareas), y jornadas a contrarreloj para poder cumplir sus, por otro lado, interminables horarios. Varias representantes acamparon hace meses delante del Ministerio de Trabajo e intentaron infructuosamente reunirse con Yolanda Díaz. La ministra que pide “ternura” no recibió a estas mujeres que la derrochan a diario con nuestros dependientes.
El trabajo de estas mujeres es imprescindible en muchísimos hogares, entre ellos el mío. Ahora ayudan a mi abuela, pero no es la primera vez que vivo de cerca su gran labor. Mi tía, divorciada y sin hijos, las necesitó durante varios años hasta que falleció de cáncer en 2017 y mantuvo con todas las que pasaron por su vida una relación de verdadero cariño. Nos ayudaron y enseñaron a cuidarla en dignidad en una etapa de total dependencia y vulnerabilidad y nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos. Aún hoy, cuando las veo por el pueblo, no puedo evitar emocionarme, y sé que a ellas les pasa lo mismo.
Estas profesionales tienen a veces que pasar por situaciones muy desagradables, en un entorno de privacidad que permite abusos. Hace unas semanas Marina comenzó a hablarme de lo que le ocurría con un usuario, un vecino muy respetado y querido por todos. Como notó que no dudaba de su palabra y que entendía como se sentía, ha ido dándome más detalles de lo que sucede durante las visitas, de dos horas diarias, a su domicilio. Dice que cuando no están sus hijas o nietos se transforma, deja de ser el anciano desvalido que todos creemos que es y disfruta narrándole sus correrías y los cuernos que le ponía a su mujer, ya fallecida. El señor no sufre demencia senil o alzhéimer: su cabeza funciona perfectamente y sabe lo que hace y lo que dice, y cómo debe comportarse según quién esté presente. Le encanta incomodarla y es difícil sacarlo de su tema favorito: el sexo. No cuenta más porque le avergüenza y me dice que lo afronta tratando de cambiar de tema o simulando que oye los pasos de su hija cuando no soporta más sus historias. “Seguro que me ponen a alguna gorda para sustituirte” le contestó, muy molesto, cuando ella le informó de que se quedaba de vacaciones. Creo la respuesta muestra claramente el tipo de persona que es.
En días de mucho calor, sus compañeras suelen quitarse la casaca del uniforme, de algodón bastante grueso, para trabajar en camiseta de manga corta, pero ella no puede. Le dan asco sus miradas. Aunque haga mucho calor, en su casa nunca se la quita y ha tenido que llamarle la atención varias veces por tocarle en el brazo o en la pierna. Cuando esto ocurre, él se ofende y le retira la palabra durante varios días, hasta que vuelve a las andadas. A pesar de todo, a ella no se le pasa por la cabeza quejarse a la empresa o contarlo a su familia porque teme que no la crean y no puede arriesgarse a perder el trabajo.
A sus precarias condiciones, por cuya mejora siguen luchando estas trabajadoras, sumémosle este tipo de abusos y sonrojémonos. Nuestros adorables abuelitos puede que no lo sean tanto cuando no estamos ahí. Yo nunca lo hubiese imaginado de mi entrañable vecino.
2 respuestas
Asquerosamente he conocido a más de un viejo así, entrañable y repulsivo según el ambiente pero a nadie sorprende si se le denuncia, alrededor saben cómo es sobradamente.
Yo creo que todas conocemos al abuelete verde, al que no podemos perder de vista, por si acaso.