Un registro de HOMBRES que han robado a MUJERES deportistas éxitos y oportunidades en el deporte y las organizaciones que les han ayudado a hacerlo.

Diferentes deportes. Idéntica historia.
Un niño se hace pasar por niña. Sus progenitores ocultan su sexo y mienten a sus compañeros de clase y sus padres y madres. Se apunta a un equipo de atletismo femenino y empieza a destacar, dominando la competición.
Su rendimiento levanta sospechas, o tal vez es obvio que es varón, pero sus oponentes y compañeras de equipo temen hablar por miedo a perder su puesto en el equipo. Los progenitores temen las repercusiones que podrían tener sus hijas si se oponen. Aunque haya competido anteriormente con otros niños, de repente ha declarado que ya no puede hacerlo.
Dice que es una niña. La realidad es irrelevante. La lógica es irrelevante. Su cuerpo físico y su sexo físico son irrelevantes. Su palabra es ley. Las autoridades dicen que hay que incluirlo por encima de todo. Incluirlo en el equipo de las niñas, no en el de los niños. La «inclusión» en los equipos de niños no cuenta. Sólo él decide con quién compite y contra quién. A las deportistas de sexo femenino no se les da otra opción.
Hay jugadoras que se quedan en el banquillo, o fuera de las competiciones. La inclusión de él es primordial, la de ellas queda en segundo plano.
A él se le permite el acceso a los vestuarios donde se cambian las niñas, en estado de desnudez y en una posición de vulnerabilidad. A ellas no se les avisa. No se les da autonomía sobre sus propios cuerpos. Ni intimidad ni espacios seguros. Se hacen todos los ajustes necesarios para él. Su comodidad es lo más importante. La de ellas no se tiene en cuenta.
A las deportistas de sexo femenino se les dice que esto es necesario. Él no puede jugar con los niños porque no encaja. Porque no quiere. Porque se siente incómodo entre sus compañeros masculinos. Porque competir con niñas es bueno para su salud mental. Los progenitores, las autoridades y el propio deportista las amenazan con su suicidio si no se le deja estar con ellas. La presencia de ellas es necesaria para tratar la «depresión» y la «baja autoestima» de él. No se tienen en cuenta los sentimientos de las niñas. A las niñas que se sienten incómodas rodeadas de varones se les dice que se callen y que aprendan a gestionarlo. La salud mental de las niñas no es una preocupación.
Un hombre adulto dice que es una mujer. Se apunta a un equipo femenino. Inmediatamente lo cubren de elogios, aparece en artículos de periódicos y revistas, sale en entrevistas y anuncios de televisión, lo tratan como un valiente «pionero» en el deporte a pesar de no haber hecho nada más que meterse en un equipo al que no pertenece, donde habría sido criticado y ridiculizado por esos mismos medios de comunicación y grupos de derechos civiles si no hubiera pronunciado las palabras mágicas: «soy mujer». Las objeciones se tachan de fanatismo, celos, odio, estrechez de miras, incluso de «misoginia». No permitirle participar perjudicaría a « las mujeres». Al fin y al cabo, los que saben lo que es mejor para las mujeres son los hombres.
Después de saltar todos los «obstáculos» y cumplir el conjunto de normas arbitrarias que a la asociación deportiva se le antoje, tras lo cual sigue siendo tan hombre como lo era antes, los organismos deportivos declaran ahora que no es diferente de las mujeres y que ahora ya puede invadir equipos femeninos y competiciones femeninas.
Por haber pronunciado esas palabras mágicas, de repente es una «minoría marginada», a pesar de contar con el respaldo de organizaciones gubernamentales, políticas y jurídicas, organismos deportivos e instituciones académicas, a pesar de obtener financiación de empresas para someterse a cirugías estéticas innecesarias, a pesar de haber tenido un trabajo de ingeniero bien remunerado o de directivo de empresa durante los últimos 30 años, a pesar de gastar cantidades exorbitantes de dinero en procedimientos cosméticos innecesarios y posiblemente los ahorros de su familia en lencería cara, un vestuario nuevo y maquillaje, a pesar de recibir atención y elogios y de contar con un grupo de «aliados» a su entera disposición para presentar demandas e indignarse en su nombre, a pesar de tener ahora más poder incluso sobre las mujeres que sus compañeros varones. Y sin embargo, sea cual sea la circunstancia, sea cual sea la situación, se le considera la víctima.
A sus compañeras de equipo se las ignora, se les dice que se aparten para hacerle sitio, para ponerlo a él en el centro. Él supera todos los resultados que tuvo en la competición masculina, ganando medallas, subiendo al podio, batiendo récords, ascendiendo a equipos profesionales y nacionales. Una vez más, se ignoran las críticas. «No gana todas las carreras». “No bate todos los récords”. «Su testosterona es inferior a la media». «No todos los atletas como él tienen éxito». Mujeres 20 años más jóvenes que él, con 10 años más de experiencia, consiguen ganarle a él y a otros como él, poco atléticos, sin talento y faltos de forma. Esto es, por supuesto, la prueba de que todo es justo y equitativo.
Se hace luz de gas a las mujeres para que digan que no hay nada malo en ello. Se obliga a las mujeres a obedecer. Se amenaza a las mujeres con expulsiones y castigos para que guarden silencio. Toda palabra que se diga en su contra se tacha de «intolerancia», «odio» e incluso «violencia». A él se le permite reivindicar el victimismo sea cual sea la situación.
Se ignoran los resultados de las mujeres. La mera participación de él recibe atención, aparece en películas, es objeto de documentales. Se le conceden premios femeninos a la valentía y al coraje, porque decidió ponerse pintalabios en las competiciones, porque decidió dejarse crecer el pelo y porque decidió llamarse a sí mismo «mujer» mientras competía, porque decidió que no había diferencia entre él y una mujer de verdad que posiblemente tuvo que aparcar su carrera deportiva para dar a luz a sus bebés cuando él andaba detrás de las chicas, consumía porno y hacía de las suyas con sus compañeros de equipo masculinos. Se lo ve como un modelo de «justicia social».
Suele tener entre 30 y 40 años, muy lejos de su máximo rendimiento deportivo. Puede que ya haya terminado una carrera exitosa o mediocre en la división masculina. Puede que nunca se haya interesado por el deporte, pero ahora de repente quiere competir contra mujeres. Es probable que se sienta atraído por las mujeres. Puede que sus redes sociales estén llenas de contenido fetichista sexualmente explícito. Todo esto se pasa por alto. Su pasado se barre bajo la alfombra. Esa «identidad» no existe. Se ha cambiado de nombre, ¡así que es una persona completamente nueva!
Pide a las ligas atléticas que le permitan acceder libremente a la liga femenina. Organismos y organizaciones deportivas consultan con él sobre las políticas del deporte femenino. Las políticas que se elaboraron para proteger a las mujeres deportistas se reescriben ahora para beneficiar a hombres como él.
Cientos de mujeres trabajan durante años para pedir mejoras salariales y librar a las ligas de normas injustas, como los reglamentos de uniformes cosificadores en el voleibol de playa y el tenis. Sin embargo, un solo atleta varón es capaz de modificar inmediatamente todo el principio fundamental del atletismo femenino.
Porque es más fácil para las organizaciones deportivas utilizar la inclusión de hombres que se autodenominan «mujeres» como ejemplos de justicia social y «diversidad» e «inclusión» para encubrir su propio mal trato a las verdaderas deportistas femeninas.
Porque es más cómodo para las autoridades deportivas luchar contra la «transfobia» y librar una batalla de palabras, presentar una fachada de rectitud y denunciar a los «intolerantes de derechas» que abordar el abuso sexual y el maltrato a las deportistas que proliferan en todos los niveles del deporte, que denunciar a los entrenadores y al personal masculino cuyos abusos de mujeres y criaturas se barren bajo la alfombra mientras produzcan equipos y atletas ganadores.
Porque es más fácil para los equipos insistir en que su jugador masculino es una mujer mientras aniquila a sus oponentes que ganar competiciones con una plantilla exclusivamente femenina.
Porque es más fácil cumplir los deseos de los hombres que se creen con derechos de macho que enfrentarse a largas y costosas demandas, violencia masculina y ataques de rabia narcisista cuando no consiguen lo que quieren.
Porque los llamados «aliados» prefieren ver triunfar a un hombre rico, blanco y heterosexual de unos 40 años que a una joven nativa que ha superado un pasado de pobreza y abusos.
Porque la participación masculina en los deportes es más importante que la femenina. Se valora más el éxito masculino que el femenino. Se da prioridad a los sentimientos masculinos sobre los femeninos. Se da más importancia a los deseos masculinos que a las necesidades femeninas, la seguridad femenina, la justicia para las mujeres y las niñas, mujeres y niñas que son hembras, por supuesto. Los sentimientos, el bienestar y la seguridad de las mujeres y las niñas sólo importan cuando esas «mujeres» y «niñas» son hombres.
El deporte femenino no es un plan de jubilación para atletas masculinos mayores.
El deporte femenino no es para varones cuyos progenitores les han dicho que son niñas.
El deporte femenino no es un círculo social para hombres que no encajan o no se llevan bien con otros hombres.
El deporte femenino no es una solución terapéutica para los hombres con depresión o problemas mentales.
El deporte femenino no es un grupo de apoyo para hombres que no se sienten cómodos consigo mismos o con su propia sexualidad.
El deporte femenino no es para hombres guapos o de aspecto femenino, hombres que se hacen pasar por mujeres u hombres homosexuales.
El deporte femenino no es para hombres débiles, poco atléticos o con bajos niveles de testosterona.
El deporte femenino no es para hombres castrados o con discapacidades físicas o desventajas frente a otros hombres.
El deporte femenino no es para hombres que se llaman a sí mismos «mujer», «niña», «intersexual», «no binario», «transfemenino» o cualquier otra palabra que prefieran para referirse a sí mismos.
El deporte femenino no es para los atletas masculinos que quieren el honor y los elogios que conlleva el atletismo de élite sin hacer los sacrificios necesarios para conseguirlo. Sacrificios que incluyen cuidar el cuerpo y priorizar la salud por encima de todo lo demás, incluida la estética y la apariencia.
El deporte femenino es para las deportistas de sexo femenino. Para dar a las mujeres y niñas: mayores, jóvenes, aficionadas, de élite, con discapacidades, no atléticas, homosexuales, heterosexuales, poco agraciadas, ricas, pobres, masculinas, femeninas -todas las personas de sexo femenino- oportunidades de participar, avanzar y tener éxito en el deporte en un entorno que las apoye, escuche sus preocupaciones, las proteja de cualquier daño, se centre en ellas y, por encima de todo, priorice las necesidades, la comodidad, el bienestar y la felicidad de los seres humanos de sexo femenino.
(Para acceder a la lista de deportes donde hombres han ganado en competiciones femeninas, ve a Results y haz click en «Choose sport»).