
Cuando el patriarcado quiere que seamos buenas, es hora de ser malas.
Una de las cosas que más odio de la socialización femenina es el «sé buena»: esta idea de que las mujeres deben ser buenas con todos los que las rodean por encima de todo. Educadas. Dóciles. Empáticas sobre todas las cosas. ¿Un hombre te está haciendo sentir incómoda en el tren? ¡Sé buena! No querrás ofenderlo, montar una escena. ¿Quieres expresar una opinión? ¡Sé buena! ¿Por qué tienes que decir lo que piensas cuando podrías no decir nada en absoluto? ¿Quieres decirle a un hombre que te hizo daño? ¡Sé buena! ¿Qué pasa si hieres sus sentimientos? ¡Piénsalo desde su perspectiva! Quieres… Entendéis por dónde voy.
La cosa es que la bondad está siendo usada como un arma por el patriarcado, utilizada para manipular a las mujeres para que se pongan en segundo lugar. Es la forma en la que el patriarcado nos tiene haciéndonos luz de gas a nosotras mismas.
A las mujeres se nos dice que seamos buenas porque eso nos vuelve dóciles. Se nos dice que seamos buenas porque nos vuelve más maleables, se nos puede doblar y guardar más fácilmente en el armario. La bondad nos hace más fáciles de manipular. Y eso es lo que quiere el patriarcado. Nos quiere mansas, pasivas, sumisas, fáciles de manejar y fáciles de abusar.
A tomar por culo todo eso.
Para mí, la lucha más importante en el feminismo en este momento es enseñar a las mujeres y las niñas que está bien ser malas.
Sí, las mujeres y las niñas deben ser más malas. Sed más claras, decid lo que pensáis, no dudéis, poneos a vosotras primero. No tengáis miedo de ser vistas como maleducadas, obstinadas, enfadadas, malas. Sed honestas acerca de vuestras emociones, especialmente la ira.
Y creo que es lo más importante que, como feministas, debemos hacer. Necesitamos enseñar a las mujeres y las niñas cómo ser constructivamente más malas. ¿Qué quiero decir con eso? No me refiero a vivir la vida como si fueras Regina George de Mean Girls. Y desde luego que no me refiero a hacer bullying a otras mujeres, o a avergonzarlas. Me refiero a ser malas al servicio del feminismo, al servicio de las mujeres, al servicio de nuestra propia persona, al servicio de la honestidad emocional.
Quiero decir que tenemos que abordar la socialización femenina de frente. Necesitamos mostrarles a las mujeres y a las niñas que está bien ponerse a sí mismas en primer lugar, que está bien ser directas, obstinadas, estridentes, apasionadas, contundentes, enojadas. Todas las cosas que a las mujeres se les dice que no sean. Voy a daros un ejemplo.
El otro día, vi un video de la icónica entrevista de Germaine Greer por primera vez. En él, después de que Greer hiciera una declaración controvertida, el entrevistador le pregunta: «¿Entiendes por qué algunas personas encuentran eso ofensivo?» Y Greer, incrédula, responde: «… ¡No me importa!»
No me importa. Tres palabras muy simples que hicieron que mi corazón se acelerara un poco. Porque no decimos eso lo suficiente. Como mujeres se nos enseña a que nos importe. Que nos importe todo menos nosotras mismas. Así que choca ver a una mujer decir eso, y decirlo en serio.
Permitidme daros otro ejemplo. Hay mujeres en el Twitter feminista radical que son las mujeres más malas, brutas y malhabladas que he visto nunca. También son las más honestas. La primera vez que vi sus tweets, no podía creerme que una mujer hablara así. Era increíble. Y recuerdo que mis defensas se volvieron locas. ¿Se les permite decir eso? ¿Eso no es contraproducente? ¿Están alienando a la gente con su discurso? ¡Si fueran más buenas a lo mejor la gente las escuchaba!
Ahí fue cuando me di cuenta de que era mi patriarcado internalizado entrando en modo de autodefensa. Estaba racionalizando mi camino de vuelta a la bondad.
¿Sabéis qué? Ser buenas no nos ha llevado a ninguna parte. Incluso ha empeorado las cosas para las feministas. En nombre de ser «buenas», hemos cedido todo nuestro espacio en el feminismo a otras causas, hemos creado una ilusión de feminismo que no es más que una operación de bandera falsa para el patriarcado. ¡El feminismo debería incluir a los hombres y su masculinidad tóxica! ¡El feminismo debería incluir todos los géneros! ¡El feminismo debería poner a las mujeres en último lugar en nombre de otras injusticias! Eso no es más que el patriarcado bloqueando nuestro progreso. (Más sobre eso aquí.)
Pero me voy por las ramas. Volvamos a esas maravillosas mujeres en Twitter. Verlas ser tan honestas, tan malas, fue liberador de una manera que nunca me había imaginado. Y no es tanto lo que dicen, aunque eso también es brillante, como cómo lo dicen. No les importa cómo suene lo que dicen. Simplemente dicen lo que piensan. Expresan su rabia sin ningún equívoco, y de esa manera, están luchando contra la socialización femenina, están liderando a las mujeres y enseñándoles el camino a otras mujeres. Y no creo ni que se den cuenta de lo inspirador que es eso. No creo que se den cuenta de lo mucho que verlas ser honestas consigo mismas hace que todas las mujeres a su alrededor sean más fuertes.
Al ver esto, pude acceder a una parte de mí que el patriarcado había cerrado.
Y me hizo pensar. Gran parte de mi viaje feminista ha consistido en sacudirme la socialización femenina. Y gran parte de ese proceso ha sido ver la ira de las mujeres. No tener miedo de decir verdades claras, de ser honesta acerca de mi ira y de salir y hablar con confianza.
Porque el ser mala es un músculo. Es algo en lo que tienes que trabajar, y que lucha activamente contra tu socialización femenina de una manera que no se puede comparar con nada. Se siente liberador porque lo es. Cuando eres constructivamente mala, te liberas de las expectativas patriarcales sobre las mujeres. Cuando eres constructivamente mala, estás siendo honesta acerca de tus emociones, es decir, tu ira, y expresándola sin disculpas. Recuerdo lo rápido que latía mi corazón cuando comencé a trabajar esos músculos. La primera vez le dije a un hombre que se metiera en sus asuntos, sin equívocos. La primera vez le dije a uno que su comportamiento era inaceptable y que no quería tener nada que ver con él. La primera vez que le dije a una fauxminista que no me iba a disculpar por ofenderla.
(Soy consciente de que en muchas situaciones no es posible ser honestas, por seguridad. No quiero decir que las mujeres deban sentirse inseguras, en absoluto, y ciertamente no quiero decir que debáis sentiros mal si no podéis trabajar esos músculos. Poned siempre vuestra seguridad en primer lugar).
Pero tuvieron que enseñarme el camino. Tuve que verlo en acción para entenderlo de verdad. ¿Y cuando estaba atrapada en el fauxminismo? Nadie me lo enseñó. Nunca lo vi. Todo lo que experimentaba era la socialización femenina llevada al extremo: las mujeres se volvían locas para incluir a cualquiera en su feminismo hasta que aquello ya no era feminismo, sino más bien un caballo de Troya para el patriarcado. Vi a mujeres que se esforzaban por ser cariñosas y dulces, que creaban espacios seguros para todos los demás, poniéndose a ellas mismas en último lugar.
No fue hasta que me encontré con mi primer espacio feminista radical que vi la maldad constructiva en acción. Y tengo que ser honesta. Me sonó fatal. Tenía miedo de esas feministas mayores y malvadas. ¿No se daban cuenta de lo malas que eran? ¿No se daban cuenta de que estaban ahuyentando a los hombres e incluso a otras minorías? ¿No se daban cuenta? Sí, que se daban. Y no les importaba.
Así que me quedé. Y cuando me enseñaron el camino de la maldad constructiva, comencé a entenderla. Comencé a darme cuenta de que lo que veía como malo era que las mujeres fueran honestas de una manera a la que no estaba acostumbrada. Pensadlo. La gente piensa que las feministas radicales son malas por no ser buenas todo el tiempo. Creo que eso es muy revelador de cómo se espera que las mujeres sean el equivalente de un agente de atención al cliente para todos, todo el tiempo. «Siento oír eso, señor, ¿qué puedo hacer por usted?» ¡El cliente siempre tiene la razón!
Es solo ahora que me doy cuenta de que el miedo a las feministas radicales era mi socialización femenina. Era mi patriarcado interiorizado en un furioso combate por su propia supervivencia.
Lo que quiero decir es esto: necesitamos estar en las trincheras de la vida cotidiana, enseñado el camino de la maldad constructiva a las mujeres y a las niñas. Necesitamos trabajar esos músculos de la maldad de una manera que inspire a otras mujeres. En nuestras vidas cotidianas, en nuestra vida personal, en Internet, a nuestras sobrinas e hijas, a las amigas que pueden estar luchando con su socialización femenina. En todas partes. Mostrar a las mujeres que está bien ser francas, mezquinas, estridentes. Ponernos a nosotras primero. Decir: «Yo soy lo más importante en este momento».
Porque aquí está lo importante. No creo que ninguna estrategia feminista pueda ser verdaderamente feminista mientras se preocupa de no «alienar» a nadie. Creo que para que un acto tenga un fin feminista, debe ser feminista en sí mismo. Es decir, para que un acto sea feminista, debe centrar a las mujeres. Y cualquier estrategia que centre a los hombres, el comportamiento masculino o la masculinidad (en los hombres), por definición no es feminista. Sí, por supuesto, los hombres deberían enseñar a los hombres a procesar sus emociones de una manera no violenta. Los hombres deben enseñar a los hombres a no abusar de las mujeres. Pero eso no es feminismo, y no es nuestro trabajo hacerlo. Es el listón más bajo posible del activismo masculino el proteger a las mujeres.
No podemos de una manera realista evitar que miles de millones de hombres dejen el patriarcado de repente. Pero podemos enseñarles a las mujeres y a las niñas cómo ponerse a sí mismas en primer lugar, para que puedan decir «no me toques», «vete de aquí» o «no me importa». Y al hacer que las niñas se preocupen menos por ser «buenas», al hacer que las mujeres entiendan que no hay nada de malo en ser malas si eso significa poner a las mujeres primero, creamos feministas, creamos mujeres más fuertes que pueden unirse a la batalla para derribar activamente nuestra opresión.
Así que os pido esto a las mujeres que me estáis leyendo: trabajad esos músculos hoy mismo. Ayudadle a otra mujer a trabajar esos músculos. Enseñad el camino de la maldad constructiva a las mujeres en vuestra vida. Tal vez una de ellas se sienta como yo, cuando me lo encontré por primera vez.
Inspirada.