
Los activistas consentidos que dirigen nuestras instituciones no tienen ni idea de lo que están desatando contra las mujeres.
Crecí en la pobreza. Un hombre de nuestro barrio solía venir y echar a los ladrones -adictos a la heroína y gitanos- de nuestra casa con una tabla de madera en mitad de la noche. La tabla de madera tenía una punta. Mi madre lo llamaba a él en lugar de a la policía porque la policía nunca llegaba a tiempo.
La policía venía mucho más tarde. Me sentaba en la cocina en camisón a ver cómo buscaban huellas dactilares y trataban de ligar con mi madre mientras todos esperábamos a que hirviera la tetera, si no la habían robado. Si no, hervíamos el agua en la olla, si no nos la habían robado.
Tengo recuerdos de aquel hombre, nuestro salvador del barrio con el arma improvisada, dirigiéndose hacia nuestra casa con flores para mi madre. Iba cantando, borracho del pub. Siempre supuse que su mujer lo miraba con furia desde su ventana mientras llamaba a nuestra puerta. Apestando a alcohol, abrazaba, besaba y baboseaba sobre mi madre, porque ella se lo debía. Muchas gracias por ayudarnos. Sus hijos adultos se creían con el mismo derecho.
Lo que estoy tratando de decir es que, cuando eres pobre, te ves comprometida.
La policía no viene porque tienen demasiadas llamadas, o el barrio es demasiado peligroso. Hay demasiada gente, con demasiados problemas. La policía os deja que lo solucionéis entre vosotros.
No puedes mudarte si el pederasta del vecindario abusa de tu hija porque al ayuntamiento le ha llevado años darte tu casa. Dejas a tus hijos con gente que apenas conoces porque no puedes permitirte una niñera de confianza. Tienes que trabajar todo el verano porque no tienes vacaciones pagadas, así que tus hijos juegan en la calle de la mañana a la noche. Ven cosas. Les pasan cosas. A otros les pasan cosas, y ellos las ven.
Los hombres que te rodean no tienen trabajo, están deprimidos y beben demasiado, factores de riesgo para la violación infantil. Las enfermedades mentales no se tratan. Te meten mano de vez en cuando para alegrarse el día. Un pequeño estimulante. No dices nada porque los necesitas para evitar que los ladrones violen a tu madre cuando la encuentran sola en una casa sin hombre.
Con un poco de suerte tienes un hermano mayor que un día romperá las ventanas del pervertido en venganza. Su mujer pensará que fue algo aleatorio.
De adolescente trabajas en el pub del barrio porque no consigues unas prácticas en la empresa de tu padre. Porque no hay padre y no hay empresa. Solo hay un pub y una casa de apuestas en el barrio y miles de hombres aburridos y cachondos.
En momentos en los que escasea el trabajo, haces cualquier cosa para mantenerlo. Incluso cuando tu jefe tiene que perdona, pero tengo que pasar por detrás de ti y hay tan poco sitio detrás del mostrador, o en el cuarto de suministros de limpieza, o en la minúscula cantina… una y otra vez. Las mujeres que limpian casas, hoteles y oficinas tienen que agacharse mucho, y a veces… bueno, ya sabes.
Cuando eres pobre, no puedes decir nada. Lo único que puedes hacer es avisar a otras mujeres. Incluso si la policía te cree e incluso si les importa, hay asesinos, paquetes de heroína, bombas debajo de los coches, y su presupuesto no está para gastarse en perseguir a algunos manos largas inofensivos.
No tienes un abogado en la familia. Nadie tiene contactos en el partido político local (ni siquiera eres consciente de que eso se pueda hacer). Les pasa a todas las mujeres y niñas, tú no eres especial. No puedes hacer nada al respecto, porque cuando eres pobre, nadie viene a salvarte, excepto otros pobres.
Por qué las mujeres y las niñas necesitan espacio
El hacinamiento está relacionado con el abuso sexual. Cuantos menos metros cuadrados tenga tu apartamento, más probabilidades tendrás de que tu primo, hermano, padre o tío «se meta accidentalmente en la cama equivocada» en mitad de la noche. Cuantos más hombres tengan que compartir un baño con una niña, más probabilidades tiene esa niña de que abusen de ella. Es obvio.
Las jovencitas que llevan la cuenta de Twitter de las Naciones Unidas, o de la ministra de Igualdad (la que tiene pronombres en su biografía), no saben nada de esto. Ni tampoco la veinteañera asistente de investigación de políticas de género de la ministra.
#Trans women have the right to recognition of their self-identified gender – but in most countries, this is not available or subject to abusive restrictions.
This makes even everyday tasks difficult & potentially dangerous.Let’s demand change: https://t.co/9FUJoNVare#AllWomen pic.twitter.com/93dCCCLgEU
— UN Women (@UN_Women) January 10, 2023
Las mujeres #Trans tienen derecho a que se reconozca su identidad de género, pero en la mayoría de los países esto no es posible o está sujeto a restricciones abusivas.
Esto hace que incluso las tareas cotidianas sean difíciles y potencialmente peligrosas. Exijamos un cambio. #TodasLasMujeres
Que sí. Que una vez se fue de Erasmus a Pisa y un chico le tocó el culo en el museo. Escribió un post en Medium al respecto y ahora habla de la experiencia vivida como sobreviviente. Puede poner «informada sobre el trauma» en su biografía en su cuenta de Twitter cuando consiga el puesto de directora de comunicaciones en una ONG por los derechos de la mujer*.
Hay todo un universo ahí fuera que estas mujeres ni siquiera se han planteado nunca. Han visto películas sobre pobres, pero ningún director ha capturado esa sensación desesperada de estar en una situación comprometida por no tener dinero, ni recursos, ni autoridad, ni protección.
«¡A las mujeres con dinero también las acosan!», me dicen, y lo sé. Porque ahora soy una mujer con dinero. No hace falta que me lo digas. Y no estoy diciendo que los hombres pobres sean más propensos a ser pervertidos y pedófilos. Estoy diciendo que cualquier hombre, dado el conjunto adecuado de circunstancias, podría serlo. Es una cuestión de números.
Pero las chicas que hacen las reglas ahora, no ven ninguna razón por la que un par de «manzanas podridas» deban impedir que los pobres y sufridores hombres homosexuales puedan vivir su verdadera vida auténtica en el cuerpo que se merecen. No te creen cuando les dices que los hombres son oportunistas. O peor aún, creen saber a qué te refieres; piensan en aquella vez en el museo.
Vestuarios con huecos entre la cortina y la pared, pequeños baños de pub en los que tienes que hacerte sitio para pasar, duchas compartidas en la piscina: si estas mujeres no quieren que las miren de forma libidinosa, pueden coger el coche e irse a otro sitio mejor. Pueden vender sus casas e irse a vivir a un lugar que no esté lleno de hombres desesperados y de vigilantismo. Pueden ir a la piscina más cara, la que tiene puertas con cerrojos que funcionan. La que frecuentan hombres con mucho más que perder.
4 respuestas
Una perspectiva imprescindible. Ojalá tomase nota la Ministra de Igualdad y su equipo, a ver si se les ocurre incluirlo cono eje de su «Uni de otoño». «Uni», dicen…
Qué pena que no escuchen las voces feministas…
Magnífico análisis. Es muy necesaria esta explicación inicial, la de la realidad de la mayoría de mujeres, porque la mayoría somos pobres o de clase baja/trabajadora (la clase media no existe, son los padres) y tenemos que aguantar cosas que esas chicas tan chulis que mandan y ocupan puestos de responsabilidad jamás han imaginado. Ni ganas que tienen.
Exactamente. Y aún siendo la mayoría, casi no se habla del tema desde esta perspectiva.