«Te pago para que no digas que no.»

Quiero hablar un poco sobre los hombres que compran sexo, y cómo esto pone de relieve lo que es la prostitución. El modelo nórdico es el único marco legal propuesto que he visto hasta ahora que reconoce estas realidades, por lo que estas son algunas de mis razones, como sobreviviente de la prostitución, para apoyarlo.

La conversación en torno a la prostitución ha estado estancada durante algún tiempo en torno a si «el trabajo sexual es trabajo» o no. Bueno, desde el punto de vista de alguien que ha sido traficada bajo el disfraz de una agencia de acompañantes de alta gama y ha «elegido» la prostitución debido a la adicción y la violencia doméstica, mi respuesta es un rotundo no. La prostitución es, tanto como sistema como para la mayoría de las personas atrapadas en él, explotación sexual y opresión.

Inicialmente fui traficada a un área de la industria del sexo que a menudo se asume que es de «alta gama». Más aceptable. Menos peligrosa. Mis experiencias me enseñaron que esas suposiciones son erróneas. Trabajé junto a mujeres que habían sido víctimas de la trata cuando eran menores de edad. Trabajé junto a mujeres que sufrían horribles abusos y explotación a diario. Nunca, ni dentro de la industria ni fuera de ella, he conocido a una mujer involucrada en la prostitución que quisiera estar allí.

Y, sin embargo, si me hubieras hecho esa pregunta en aquel momento, te hubiera mentido. Te hubiera dicho que era mi decisión y hubiera hecho todo lo posible para ocultar la realidad de mi pareja abusiva, mi adicción a las drogas y la profundidad del trauma que estaba experimentando. Mentir a los demás me ayudó a mentirme a mí misma.

Por supuesto, no puedo afirmar que eso sea igual para otras mujeres prostituidas (u hombres, aunque estamos hablando mayoritariamente de mujeres) Sin embargo, es interesante cuántas sobrevivientes del comercio sexual hablan de la necesidad de negar lo que realmente estaban sufriendo, cuando lo estaban sufriendo. Una vez más, esta es otra táctica que es similar a la de alguien que sufre abuso. Una cierta cantidad de negación y disociación a menudo es necesaria solo para sobrevivir.

Las leyes del Reino Unido sobre el consentimiento sexual son claras. No se puede dar el consentimiento si la persona está intoxicada, si su libertad o capacidad de elección se ve comprometida, o si se ha producido violencia, grooming, explotación o coerción, incluido un desequilibrio obvio de poder.

Es evidente que la prostitución no se ajusta a estas definiciones. La mayor parte de los estudios sobre prostitución en todo el mundo han demostrado que la gran mayoría de las personas que ejercen la prostitución sufren grooming, son explotadas, coaccionadas y, a menudo, son adictas a las drogas o al alcohol. Esto es aparte de las cifras invisibles de aquellas que son directamente traficadas y explotadas siendo menores de edad. Nuestras leyes tampoco reconocen el dinero en ninguna otra situación como sustituto del libre consentimiento. Ofrecer una vivienda a cambio de sexo es ilegal, pero ofrecer dinero a una mujer pobre para pagar su alquiler, a cambio de sexo, ¿no lo es?

La mercantilización del consentimiento sexual debe ser la última ideología neoliberal de libre mercado. El comercio de la carne es el capitalismo en su forma más oscura. Cuando blanqueamos esto, le ponemos ropa interior de Victoria’s Secret y lo promovemos en la cultura popular, la sociedad misma se convierte en el groomer.

Disfrazar la prostitución como un trabajo fue y siempre ha sido utilizado como una forma de encubrir el abuso. Lo he hecho yo misma. Al formular lo que había sucedido como «parte del trabajo», encontré un mecanismo de adaptación que me permitió no desmoronarme y me ofreció una forma de distanciarme de lo que había sucedido. El lenguaje del «trabajo sexual» tiene algunas ventajas para aquellas atrapadas en él, puramente como una táctica de supervivencia. No podemos enfrentarnos a lo que no nombramos.

«Trabajo sexual» también se ha convertido en un término abarcador que incluye no solo a aquellas en prostitución, sino también a strippers, proveedoras de cámaras web, operadoras de sexo telefónico y similares. Una vez más, esto borra los peores abusos del comercio sexual y quiere decir que los autodefinidos como «colectivos de trabajadoras sexuales» que abogan por los «derechos de las trabajadoras sexuales» rara vez representan a aquellas que necesitan desesperadamente, no los derechos como trabajadoras, sino el reconocimiento de sus derechos humanos básicos.

Hubo poco reconocimiento de mis derechos humanos cuando estaba en la industria del sexo. Es casi como si los colgaran a la puerta. Nunca olvidaré lo que me dijo un cliente: ‘Te estoy pagando para que no digas que no’.

Aquí es donde la lógica de «el trabajo sexual es trabajo» conduce invariablemente. Un trabajador en cualquier otro oficio (fontanería, por ejemplo) debe cobrar menos que la competencia y ofrecer menos por más si espera salir adelante. Si aplicamos esto a la prostitución, rápidamente terminamos en una situación en la que el «trabajo» es cada vez más abusivo. Cuando permitimos que los hombres que pagan para explotar a las mujeres se vean a sí mismos como «clientes» o «usuarios de servicios», también les permitimos minimizar lo que están haciendo y el daño que pueden causar. Lo que es más, les damos derechos de consumidor. Esto nunca va a funcionar.

Como cualquier buen empresario sabe, el cliente siempre tiene la razón. Si no está satisfecho con el servicio, tiene derecho a quejarse. Puede pedir que le devuelvan el dinero. Puede ir, y lo hará, a otro sitio a alguien que le proporcione un «servicio» más barato y completo.

Pensemos en lo que sucede cuando se aplica esto a la prostitución. Si la mujer tiene un «manager» o proxeneta y el putero se queja, por ejemplo, porque no hace sexo anal, la mujer se enfrenta por lo menos a una advertencia y, en el peor de los casos, a una paliza. Se le dirá sin duda que sea más complaciente, es decir, que brinde el servicio que no deseaba hacer. Las comparaciones con otras industrias comienzan a desmoronarse aquí. Que te digan que les des vueltas a las hamburguesas más rápido es significativamente menos traumático que que te violen analmente.

Si pide que se le devuelva el dinero, ¿qué quiere decir eso? Si el dinero substituye al consentimiento, ¿qué sucede cuando quitamos el dinero? ¿Cómo pretendemos entonces que este «trabajo» no es en realidad abuso?

¿Qué pasa cuando busca un servicio más barato? ¿O una más complaciente? Ahora está en el ámbito de las áreas más obviamente explotadoras de la industria. Tal vez recoge a una trabajadora de la calle que está claramente intoxicada o visita un burdel y hace la vista gorda ante el abuso que ve, porque al menos por fin está amortizando bien su dinero.

Estos no son escenarios hipotéticos. Visita cualquier foro de comentarios de puteros en línea, hay docenas de ellos, y verás la forma en que hablan a sabiendas sobre haber usado menores, mujeres que claramente estaban siendo prostituidas o luchando contra la adicción. No con un ápice de empatía por las mujeres, sino más bien indignación porque no consiguieron aquello por lo que pagaron. Puedo dar fe del hecho de que los puteros también hablan y se comportan así en la vida real.

Nadie tiene derecho a comprar acceso sexual. El consentimiento nunca debe estar a la venta. No existe el derecho humano al sexo. Ningún hombre ha muerto por tener que masturbarse en lugar de explotar a alguien para tener relaciones sexuales.

Entonces, ¿qué tipo de hombre compra sexo? La sobreviviente Amelia Tiganus describe tres tipos de puteros: los amables, los machotes y los sádicos. Reconozco esto en mis propias experiencias. El ‘frecuente’ que quería hablar durante horas sobre sus problemas matrimoniales antes de tener un masaje y sexo muy corrientito. Me daba asco y tenía que esconder como me repelía cada vez que me tocaba.

Los tipos machotes eran aquellos que estaban en despedidas de soltero, o en sus cumpleaños, o de vacaciones con amigotes. O aquellos que simplemente creían en su propia supremacía masculina.

Los sádicos, por supuesto, eran los peores. Esos fueron los que dejaron cicatrices físicas y psicológicas.

Hablando desde la experiencia vivida, por supuesto que no son exactamente lo mismo. Sin embargo, creo que las diferencias entre ellos existen en un espectro. De la misma manera que ser forzada a tener relaciones sexuales por tu pareja, ser violada en una cita y violada mientras se es torturada físicamente no son lo mismo, pero todos son violación. No ‘elegí’ el sexo con ninguno de esos hombres.

Pero lo único que todos esos hombres tenían en común era el creerse con derecho sexual. La idea de que el intercambio de dinero les daba el derecho a tener relaciones sexuales con mujeres y gente que de otra manera dirían que no.

Un estudio de 2015 de España demostró que los compradores de sexo son cada vez más jóvenes. Que los jóvenes están viendo la prostitución como una especie de rito de iniciación masculina. El putero ‘machote’ está en ascenso. Cuando los entrevistaron, esos jóvenes dijeron que estaba bien comprar sexo porque esas mujeres eran putas extranjeras que no eran «como nosotros». En el momento del estudio, España tenía un modelo que se inclinaba fuertemente hacia la despenalización. Ahora, en gran parte en respuesta a la violencia y expansión de la industria sexual española, España se está moviendo hacia la adopción del Modelo Nórdico.

Cuando despenalizamos la compra de sexo y el proxenetismo, creamos simultáneamente una subclase de mujeres cuyo trabajo es satisfacer esta demanda masculina de sexo, independientemente del costo para las propias mujeres. Este derecho de macho es la fuente del estigma contra las mujeres y otras personas en el comercio sexual, no la criminalización de los compradores y burdeles o la falta de «derechos de las trabajadoras». No hay menos estigma en los países que han legalizado o despenalizado la compra de sexo.

Esto deshumaniza a las mujeres en la industria del sexo. Esto dice que nuestra agencia sexual y bienestar es irrelevante. Que nuestro derecho humano a no ser explotadas sexualmente o a ser coaccionadas no importa.

La relación en la prostitución es de sujeto-objeto. El primero utiliza el dinero como una herramienta de coerción sexual, que como he descrito es ilegal en cualquier otra situación. Entonces, ¿por qué los de izquierdas, las feministas, los que dicen ser antirracistas y anti «patriarcado cishetero» respaldan esto? Hay pocos sistemas más sexistas que el de la prostitución.

También hay pocos que sean más racistas que la prostitución. Soy de ascendencia gitana. Las mujeres gitanas, especialmente las romaníes europeas, corren un riesgo increíblemente alto de ser traficadas. Los partidarios del trabajo sexual no tienen nada que decir al respecto, excepto cambiarle el nombre y llamarlo «trabajo sexual migrante».

Las mujeres de color corren un mayor riesgo, al igual que las mujeres indígenas y nativas. En Nueva Zelanda, cuna del modelo de despenalización por el que los partidarios del «trabajo sexual» hacen campaña en el Reino Unido, algunas de las voces más claras contra la prostitución son las mujeres indígenas maoríes que son o han sido prostituidas. Sin embargo, el Colectivo de Trabajadoras Sexuales de Nueva Zelanda, que parece incluir a los propietarios de burdeles entre sus miembros, ignora sus voces.

En cuanto al patriarcado y la heteronormatividad… ¿Hay algo más patriarcal y heteronormativo que un hombre privilegiado que paga por el acceso sexual a una mujer menos privilegiada? Sin embargo, recientemente ha habido un impulso en el mundo académico para ajustar los derechos de los compradores de sexo a la teoría queer. Un artículo de Ummni Khan de la Universidad de Carleton habla sobre el «cuirismo de los puteros». El documento se queja del lenguaje estigmatizante utilizado con los compradores de sexo y tiene como objetivo cambiar la narrativa en torno a esto, y curiosamente, hace referencia directa al «movimiento por los derechos de las trabajadoras sexuales» como un desafío a este estigma contra los clientes.

Durante mucho tiempo el movimiento por los derechos de las trabajadoras sexuales ha estado yendo a caballo de las causas LGBTQ, y esto me preocupa y debería preocuparnos a todos, porque las personas LGBTQ también corren un alto riesgo de coerción y explotación sexual, especialmente los jóvenes. Sin embargo, la teoría queer, que no es lo mismo que las personas queer, impulsa la narrativa del trabajo sexual.

La lectura de este artículo me recordó a un artículo en Feminist Current de 2016. Parafraseando: «Cada vez que se critica a un putero, un académico pro-prostitución estará allí para defenderlo. Hace que la prostitución parezca queer,  pro LGBT, moderna, de comercio justo y socialista. Y cuando habla, olvidamos que el putero existe… Se queda en las sombras’.

Si queremos abordar el sistema opresivo de la prostitución, necesitamos sacar al putero de las sombras y llevarlo a un primer plano. Porque sin él, ese sistema no podría existir.

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