Un Ensayo sobre el Teatro Medieval de la Logomaquia y la Negación de la Realidad Material
En el pasado año, uno se podía pensar que las personas «transgénero» eran el 51% de la población debido a la enorme concentración mediática dada a este tema. El enfoque en la identidad sobre la realidad material del cuerpo está en un nivel sin precedentes con organizaciones que instruyen a la gente sobre cómo ser un mejor «aliado trans» y publicaciones que, de manera regular, amonestan a las mujeres por hablar de sus cuerpos pidiéndoles que dejen de referirse al cuerpo femenino porque es un «detonante». Que se hable de la realidad de la disparidad salarial entre hombres y mujeres en el Reino Unido o de las tasas de violencia sexual perpetrada contra las mujeres a menudo provoca una reacción injuriosa de la derecha radical de los MRA (Men’s Rights Advocates, defensores de los derechos de los hombres). En los últimos años ha aparecido un grupo aún más conservador de individuos que arremeten específicamente contra las mujeres y las feministas autodeclaradas: activistas por los derechos «transgénero». Y su peso en la política mayoritaria no es despreciable ni es, creo, una coincidencia visto el declive de los derechos de las mujeres a acceder al aborto en los Estados Unidos o el aumento del abuso doméstico que sufren muchas mujeres en el Reino Unido, que incluye el asesinato de dos mujeres a la semana en Inglaterra y Gales a manos de su pareja actual o anterior. Mientras que las mujeres en algunas prisiones luchan por conseguir productos básicos de higiene, en otras las mujeres son enviadas a cincuenta millas de distancia para que puedan dar sesiones de «cambio de imagen» a los prisioneros transgénero masculinos, porque ya sabes, maquillarnos es algo endémico de la superficial condición femenina.
Y aquí es donde las cosas se ponen difíciles para los identitarios de hoy, porque simplemente no importa si una mujer se identifica como no binaria, de género queer, como un «hombre transgénero» o un otherkin (que no se identifican como humanos): la realidad es que el cuerpo femenino es la única razón por la que las mujeres necesitan acceso a abortos seguros, a la atención médica adecuada para el embarazo. y a espacios seguros en refugios y cárceles. Las cuestiones de seguridad personal son específicas de los cuerpos de las mujeres y están altamente politizadas debido a las diferencias somáticas en los cuerpos masculinos y femeninos, porque lo que le sucede al cuerpo de ellas es que los términos de violencia, violación y reproducción reflejan las estructuras sociales de género que son extremadamente y exclusivamente políticas. Que el salario disminuye cuando las mujeres se hacen cargo de trabajos dominados anteriormente por hombres, que las niñas en el Reino Unido están experimentando niveles récord de acoso y agresión sexual, que el feminicidio, para incluir el aborto específico por sexo, se comete a tasas alarmantes en todo el planeta, que los hombres en paro tienden a pasar su tiempo viendo la televisión o volviendo a la escuela, mientras que las mujeres en paro tienden a limpiar la casa y cuidar de los demás, o que los hackers pueden recibir sentencias más largas que los violadores son todos hechos sociales que hablan de la realidad de cómo funciona la discriminación sexual.
Lamentablemente, el Partido Verde del Reino Unido ha empezado a referirse a las mujeres como «no hombres» para aplacar a aquellos cuya política de identidad busca aplastar la realidad misma del cuerpo físico y sexuado. Y si te atreves a cuestionar que los hombres no pueden experimentar la menstruación, no solo serás etiquetada de «tránsfoba», sino que te vincularán a productos que simulan la verboten menstruación femenina «demostrando» que los hombres menstrúan. En el frente estadounidense, el proveedor de atención médica, Planned Parenthood, en respuesta a la presión del lobby trans, ha eliminado la especificidad del embarazo y la menstruación como algo que experimentan las mujeres. Ahora «persona embarazada» reemplaza a «mujer embarazada» y el término «menstruante» se usa en lugar de «mujer» para «incluir» a los «hombres transgénero» y a las personas «no binarias». El problema aquí es evidente ya que la forma en que nos vemos a nosotros mismos no define la realidad de nuestra opresión, ni la realidad del cuerpo. Las mujeres son las que se quedan embarazadas independientemente de cómo se identifiquen. Si ese no fuera el caso, las mujeres simplemente se identificarían fuera del embarazo, de la desigualdad salarial y de la violación. La realidad, sin embargo, no funciona de esa manera y la logomaquia no puede cambiar hechos sociales y físicos.
Cada vez más en las redes sociales y en las políticas públicas, la genuflexión a la política «transgénero» se ha convertido en la prueba de fuego para la autenticidad liberal, donde cada persona puede participar en la señalización de virtudes sobre la última salida «transgénero». Este proceso de aceptar el género sobre el sexo se paga con los derechos de las mujeres, con la capacidad de las mujeres para nombrar sus cuerpos, de tener sus propios espacios, de hablar libremente y de poder decir: «Un pene no es un órgano femenino», una opinión que ahora se considera transfóbica. Hoy en día, cuando las mujeres expresan sus pensamientos en las redes sociales sobre tales temas, se les lanza la palabra TERF (Feminista Radical Trans-Excluyente, en sus siglas en inglés), independientemente de sus alianzas políticas o del hecho de que un axioma biológico simplemente no es exclusivo (como que afirmar que Plutón no es necesariamente un planeta inhibe la inclusión de Plutón en otras categorías). Se les está llamando tránsfobas incluso a las lesbianas que no desean tener relaciones sexuales con «mujeres transgénero» y las feministas veganas porque reconocen a hombres y mujeres como categorías biológicas de sexo. Ya hemos estado aquí antes, amigos. O mejor dicho, Galileo ha estado aquí.
A medida que la política «transgénero» iba cambiado radicalmente del horizonte médico del cuerpo (disforia de género) a lo que hoy es un movimiento social emergente, hemos sido testigos de la adopción adyacente de la cultura del criticismo, del silenciamiento y las tácticas de intimidación casi en su totalidad dirigidas a las mujeres. No hay ningún intento de comprender los derechos en conflicto entre las autodeclaraciones de «identidad de género» y los derechos de privacidad y seguridad para las mujeres. En el corazón de la narrativa «transgénero» está el discurso fabricado del binarismo de género donde antes no existía, de modo que abundan las ficciones de «género asignado al nacer» y la biología se considera una ficción. Sin embargo, la historia nos muestra que ningún hombre es exclusivamente masculino, ninguna mujer es exclusivamente femenina (ni la masculinidad y la feminidad son conceptos universales). Y cualquiera que señale que los humanos son sexualmente dimórficos o que el borrado contemporáneo de las mujeres lingüística y socialmente está acompañado por el eclipse abrumador de los derechos de las mujeres, obtiene una respuesta que va desde estridente hasta violenta. Ciertamente, las únicas personas a las que se les permite hablar sobre los derechos de las mujeres hoy en día son aquellas que aceptan a la «mujer trans» como una mujer «mejor» o más auténtica que las mujeres, aquellas que desean tomar lecciones sobre cómo ser una mujer de un adolescente varón o de aquellos que son hombres que se identifican como mujeres.
Actualmente, estamos presenciando una especie de dialéctica negativa del auto de fe medieval de la España del siglo XV donde después de llegar a una ciudad, el Inquisidor emitía y luego leía un Edicto de Gracia después de la Misa dominical. Era entonces cuando se pedía a los habitantes de la ciudad que denunciaran a un blasfemo, un método que resultó ser ineficiente ya que se daba regularmente información falsa como un medio para matar al enemigo. A aquellos que confesaban durante el período de gracia (normalmente de treinta a cuarenta días) se les ofrecía la posibilidad de reconciliación con la Iglesia. Este edicto funcionaba para alentar la sumisión en un teatro de confesión pública que, cuando no se obtenía voluntariamente durante el período de gracia, era coaccionado durante el juicio, en el que la tortura a menudo se utilizaba como un medio para obtener la declaración deseada.
Después del juicio, la proclamación de culpabilidad se leía públicamente, generalmente con un mes de anticipación para dar tiempo suficiente para los preparativos para el auto de fe. Compuesto por una larga procesión pública, una misa, un juramento de obediencia a la Inquisición y un sermón, el auto de fe estaba precedido por la lectura de las sentencias, la parte de teatro público de la justicia que obligaba a los observadores a entrar en su campo de acción. La ceremonia de penitencia pública comenzaba con una procesión de prisioneros cuyas prendas llevaban elaborados símbolos visuales llamados sambenitos, similares a un escapulario, generalmente amarillo o negro decorado con símbolos específicos de los actos de traición del acusado. Sin saber el resultado de su juicio, los condenados, generalmente judíos, musulmanes o protestantes, eran llevados a la plaza del pueblo donde las autoridades seculares ejecutaban la lectura de sus sentencias.
El propósito de esta sentencia, sin embargo, no era solo castigar a los condenados, sino que este foro de auto de fe servía como un espacio de penitencia para el público ya que formaban parte de este proceso de reconciliación con una verdad impuesta. En virtud de la acusación original, ya se asumía que el acusado era culpable. Poco importaba la verdad. Después de todo, a quién le importaba de verdad si un individuo era realmente culpable de herejía cuando el resultado final era una catarsis social de tortura y confesión, marcando el comienzo de un teatro donde un acusado podría posiblemente volverse contra otro, mientras que la tortura extraía muchas confesiones falsas de fidelidad y aquellos que deseaban mantener el poder se aseguraban su puesto. Y cuando la acusada confesaba en el potro de tortura, su cuerpo roto, esto garantizaba el estrangulamiento de la súbdita antes de ser quemada. El cuerpo de la acusada se convertía en el medio y en la prueba contundente de su culpabilidad a través del espectáculo de su tortura que cimentaba su penitencia (aunque involuntaria). Cualquier grito, lágrima o sangre simplemente se interpretaba como una prueba más, una señal de que ella era culpable.
A través del auto de fe, la súbdita era azotada sumariamente, torturada y/o quemada en la hoguera, donde el cuerpo actúa como su propio testamento: en que al morir, la súbdita no solo pagaba por sus pecados, sino que a través de su sufrimiento, el acto de sufrir la tortura y el castigo, este espectáculo servía como prueba de que era verdaderamente culpable. Y este espectáculo servía además para recordar a los espectadores que presenciaban la tortura y las confesiones lo que podría sucederles fácilmente a ellos si se rebelaban. Es importante recordar que la práctica del auto de fe en los siglos XV y XVI reemplazó las formas anteriores de la Inquisición que permanecían estrictamente bajo el control papal. La inquisición en España desde finales del siglo XV, respondía específicamente a las preocupaciones de la reina Isabel y el rey Fernando de que judíos, musulmanes y protestantes amenazaban la ortodoxia católica de la región. Así se impuso una nueva verdad, se reconoció al nuevo enemigo, y el pueblo siguió su ejemplo, ya que esta práctica persistiría hasta el siglo XIX.
La política «transgénero» hoy en día funciona de manera muy similar al auto de fe, donde la súbdita no solo debe tener algo que confesar, sino que está obligada a tener una identidad (religión) como le impone la ortodoxia de género actual. Rechazar la política de identidad es ser una TERF, la versión del siglo XXI de «hereje». Cuando las críticas de género se oponen a la etiqueta de «cis» (la suposición de que el género es innato) son etiquetadas como TERF. Cuando las feministas señalan que la «identidad transgénero» supone que hay formas normativas de ser hombre o mujer y que nuestra tarea debe ser cuestionar la sociedad al tiempo que luchamos contra la normatividad tanto para hombres como para mujeres, se les llama «esencialistas biológicas». Cuando las mujeres señalan que el feminismo no se trata de decirles a los hombres a los que les gusta vestir de rosa que cambien su cuerpo para que coincida con el de una mujer, sino que el feminismo se trata de liberar la praxis social del género donde cada uno es libre de vestirse como desee, también las llaman intolerantes. Cada vez que alguien señala que la ideología «transgénero» respalda algunas nociones muy arcaicas de las mujeres por las cuales hay una suposición clara de que una mujer solo es valorada social y políticamente en términos de su follabilidad o su deseo de pasar la aspiradora a su antojo, la respuesta a menudo es desviar los problemas de la realidad de la desigualdad sexual. Y esta discusión sobre la desigualdad sexual está siendo descarrilada por la ideología «transgénero» de lacitos que presupone que uno solo puede encontrar su «yo auténtico» a través de la pose, la imitación de un ideal sexista, e incluso posiblemente a través de las hormonas y la cirugía. Lo que las feministas llevan diciendo más de un siglo es que la revolución de género ocurrirá cuando los hombres asuman tareas iguales en el hogar que incluyan la crianza de los hijos y cuando se unan a la lucha por la igualdad económica y la inclusión social de las mujeres. La revolución social nunca va a consistir en que los hombres usen pintalabios.
La confesión pública obtenida a través de las redes sociales avergonzando a aquellos que se niegan a unirse a la «transgenerización» de los niños en los últimos meses también es desalentadora. A muchos hombres y mujeres de izquierdas les resulta preocupante que a los niños pequeños se les enseñe que si quieren o no ponerse un vestido, esto es indicativo de que algo está «mal» con su cuerpo. Los padres ansiosos por posar para las cámaras en el papel de «padre progresista» orientan y moldean activamente el vocabulario de sus hijos con palabras imbuidas de complejidades adultas como por ejemplo Leo que, según informó Radio 4 en septiembre, se identificaba como un niño «transgénero» el año pasado, pero recientemente, después de haber oído hablar del concepto de «no binario», Leo ha decidido salir del armario como tal con la presión diaria de la madre para que se consiguiera una identidad. Leo habla de sentirse presionado por el enfoque en el género cuando la madre compara la «identidad transgénero» de Leo con su otro hijo que ahora es vegetariano. La BBC no se molestó en consultar a especialistas en ética médica o psicólogos que en realidad tienen mucho que decir en contra de la transición de los niños. Lo importante aquí es que los padres y el público de la BBC puedan sentirse progresistas juntos.
Hoy las masas apoyan esta política pública y altamente mediatizada del individuo en busca de su auténtico yo. La confesión pública del sujeto dispuesto y dócil también es parte del espectáculo público, esta salida del armario de la «verdad personal» del género. Tales confesiones sirven como una exhortación perversa de la vida espiritual interior del súbdito (el espíritu ahora es reemplazado por la «identidad de género») y al igual que los espectadores del auto de fe de años atrás, hoy el público sirve como ese cuerpo que participa en la salida del armario, la confesión del súbdito que revela que uno no es realmente lo que su cuerpo muestra, sino una combinación de sustantivos y adjetivos. Y si uno se atreve a criticar el fanatismo religioso de tal movimiento, no faltarán las acusaciones, principalmente hacia las mujeres que son mostradas como «intolerantes», «TERFs» e incluso acusadas de cometer «asesinatos» con palabras. Donde a uno se le pedía que viera a un dios invisible durante la Edad Media, hoy en día se le pide al súbdito que no note la diferencia sexual.
El género como religión está sobre nosotros. La realidad del cuerpo está ofuscada por el emergente discurso de la identidad de género mientras hace retroceder los derechos de las mujeres varias décadas. Los hombres que «se identifican como mujeres» ahora les dicen a las mujeres que son privilegiadas , mientras que las mujeres y las niñas se ven obligadas a ducharse y cambiarse de ropa delante de hombres que se identifican como «no binarios» o «transgénero«. El régimen actual de cultura de la queja, de la agresión en línea, de silenciar e intentar avergonzar a alguien por los privilegios percibidos por parte de los hombres hacia las mujeres, además del posicionamiento discursivo de las mujeres como opresoras de los hombres, son parte de un nuevo capítulo en el activismo por los derechos de los hombres.
Todo esto debería hacer que cualquier ser sensible, mujer y hombre por igual, esté extremadamente preocupado por las tácticas draconianas utilizadas para silenciar las críticas válidas de la identidad de género a través del verdadero auto de fe posmoderno de nuestro tiempo.