
Hay ciertas reglas en la vida pública británica que merece la pena observar. Como ésta: si alguien es asesinado por un yihadista o por alguien que de forma plausible pudiera estar relacionado de algún modo con la inmigración, la opinión pública británica no será informada del posible motivo, o al menos no hasta que ya no sea posible ocultarlo.
De ello se desprenden ciertas reglas. Una de ellas es que la gente «sabia» informará al que mencione un posible motivo de que tiene que andar con mucho cuidado para no perjudicar el juicio. Luego insistirá en que habrá un momento y un lugar para debatir estas cosas. Muy a menudo, ese momento y lugar nunca llegan.
Ya lo hemos visto bastantes veces, desde el asesinato del soldado Lee Rigby (artículo en español) hasta el de Sir David Amess (artículo en español); desde el atentado del concierto de Ariana Grande (artículo en español) hasta la masacre de la clase de baile de Taylor Swift (artículo en español). Este último ha vuelto a la palestra con una indicativa revelación esta semana. Los lectores recordarán que en julio un lunático entró en una clase de baile infantil en Southport y empezó a acuchillar a las participantes. Tres niñas -Bebe King, Elsie Dot Stancombe y Alice da Silva Aguiar (de seis, siete y nueve años)- murieron a consecuencia de las heridas. Muchas otras sufrieron heridas que les cambiaron la vida.
Por el momento, podemos decir que esta clase de horror es relativamente infrecuente en el Reino Unido. No sufrimos este tipo de atentados a diario, por lo que es inevitable que, además de sentirse enfadada, la opinión pública británica sienta curiosidad por saber cómo pudo producirse un ataque tan grotesco e inusual. Pero la policía parecía extrañamente poco dispuesta a facilitar información. Y aquí es cuando la gente puede conjeturar algo con bastante exactitud: si el agresor hubiera sido un extremista de extrema derecha del tipo que nos dicen que es tan común en nuestro país, y hubiera gritado «Esto va por Oswald Mosley» (artículo en español), ahí sí que hubiéramos oído hablar de ello. Si el agresor hubiera dicho «Hay que matar a todos los fans de Taylor Swift», también nos habríamos enterado. Pero se hizo el silencio.
Al final hubo una evasiva declaración que Sky News y otros eunucos de los medios de comunicación estuvieron encantados de compartir: que el sospechoso era de Cardiff. «Ah», podíamos decir todos, “el típico galés”. Excepto que nadie piensa eso. La gente sabía que tenía que haber algo más. Pronto se supo que el agresor era de ascendencia ruandesa, momento en el que todos los que estaban en contra de las especulaciones dijeron: ‘¿Ves?, no hay nada que ver aquí’. Después de buscar furiosamente en Google, esas mismas personas señalaron que Ruanda es un país mayoritariamente cristiano y que, en cualquier caso, el sospechoso era hijo de inmigrantes, y no alguien que acaba de llegar en cayuco. Lo que significa que la identidad del agresor no importaba, porque un dogma del Estado multicultural es que una vez que estás en Gran Bretaña te conviertes en tan británico como el roast beef, seas originario de aquí o no.
Cuando se dio a conocer el nombre de Axel Rudakubana, de 18 años, los medios de comunicación eunucos tenían otro truco, que consistía en publicar una foto del sospechoso de hace muchos años, cuando era un niño que iba a la escuela. No tan joven como sus víctimas, pero joven al fin y al cabo.
Para entonces, manifestantes enfadados ya habían salido a las calles de muchas ciudades. Algunos atacaron violentamente un coche de policía, una comisaría, una mezquita y un hotel que alojaba a inmigrantes ilegales. Fue vergonzoso y varias personas fueron rápidamente enviadas a prisión por ello. Pero otras fueron detenidas porque habían «especulado» en las redes sociales sobre el agresor o difundido «noticias falsas» dando a entender que el atacante podía ser musulmán.
Esta semana, después de un periodo de tiempo convenientemente largo, por fin salió a la luz algo más de información, incluido el hecho de que el sospechoso estaba en posesión de manuales de entrenamiento de Al Qaeda y había intentado fabricar la toxina mortal ricina. Se trata de detalles reveladores e importantes para el juicio de Rudakubana. Pero las autoridades debían saberlo desde hace meses -de hecho, a las pocas horas de entrar en la casa de Rudakubana-, lo que significa que personas que fueron duramente criticadas por difundir «bulos» sobre el posible móvil del agresor resulta ahora que habían dicho algo que parece probable que fuera cierto.
Siendo cínico por un momento, se podría decir que la policía y el gobierno sabían que la matanza de tres niñas menores de diez años en una escuela de baile de Southport es un asunto emocional para el gran público. Es el tipo de cosas que no nos gustan. Y así, como el público no va a saber gestionar los hechos, las autoridades parecen haber decidido una vez más que el público no debe conocer los hechos. El único problema es que el público no es tan estúpido como las autoridades parecen creer.
Como muchas otras personas, estoy deseando que llegue el día en que sepamos realmente cuál es la verdad. Mientras tanto, la cuestión de qué hacer con este problema subyacente más profundo se pospondrá sin duda una vez más hasta que otra persona esté a cargo del país y la situación sea peor.
Lo que me lleva a la carrera por el liderazgo de los Tories. Para cuando muchos lectores lleguen a este artículo, ya sabrán quién ha ganado. Pero aquí va una reflexión. Tanto Robert Jenrick como Kemi Badenoch han permitido que gran parte de la conversación sobre los niveles históricos e insostenibles de inmigración (legal e ilegal) en nuestro país se limite a si debemos abandonar o no el CEDH (Convenio Europeo de Derechos Humanos). Es extraño, porque muchos de nuestros homólogos europeos, entre ellos Francia e Italia, que también son signatarios, ignoran habitualmente el CEDH y deportan a la gente cuando quieren. También saben que, en cualquier caso, las leyes y convenciones actuales son inadecuadas para sociedades que se están desgastando gravemente bajo la presión.
Se necesitará algo más que unos retoques legales para abordar este problema. El gobierno de Starmer espera poder superarlo encerrando a quien se percate del problema. Quien espere formar el próximo gobierno conservador debería darse cuenta de que ya es demasiado tarde para eso. Y que «no se puede» son palabras que los gobiernos soberanos deberían ignorar.