Llevo 27 años trabajando en el NHS (Servicio de Salud británico). Fue fundado sobre los principios universales de igualdad y beneficencia. Sin embargo, se puso en contacto conmigo un informante cuya experiencia indica que nuestros principios ya no son fijos, sino que están siendo destruidos por la ideología de género, que estamos ante una nueva frontera de daño.
Esta lucha no es sólo por los derechos de las mujeres en la sanidad, sino por los derechos de todos los pacientes.
«Bill» trabajaba en una unidad renal, donde también se hacían trasplantes. Los pacientes que acaban de recibir un órgano van de la UCI a un cuarto de aislamiento sellado, para reducir el riesgo de infección. Estos pacientes están enfermos y corren un riesgo muy alto de infección, tienen vías y tubos que son puntos de entrada de bacterias, están en un hospital donde abundan las superbacterias y toman fármacos inmunosupresores para evitar el rechazo. No puede haber ninguna desviación del protocolo de infección, porque el paciente puede morir o perder el riñón.
Pero la unidad de Bill SÍ se desvía del protocolo, para beneficiar a aquellos hombres que dicen tener una identidad de género, a los que se les dan cuartos de aislamiento de inmediato, incluso sin necesidad clínica de aislamiento. Se admitieron dos hombres así, lo que hizo que dos pacientes postrasplante pasaran a la sala abierta.
Uno estaba bien, pero la otra contrajo infecciones y enfermó gravemente: el riñón le dejó de funcionar, se le hicieron biopsias, su marido y su hijo estaban muy angustiados. Bill dijo: «Cuando entré en la sala y la vi en una sala abierto, con morfina, con las visitas de todo el mundo entrando y saliendo, me quedé boquiabierto».
Cuando los profesionales de la salud del NHS se quedan boquiabiertos y horrorizados, es que algo va muy mal. El resto del equipo estaba muy descontento, incluidos el cirujano y el coordinador de trasplantes. La enorme inversión, un preciado riñón donado tras años de diálisis, la vida de esta mujer, casi tirada por la borda.
Creo que eligieron a estos pacientes inmunodeprimidos a propósito. No podían sacar a los pacientes infecciosos del aislamiento para hacer sitio a los hombres con identidades de género: el contagio sería seguro, una catástrofe. Pero el riesgo de los pacientes inmunodeprimidos se limitaba a ellos mismos, y su muerte se podía explicar por el sabido riesgo de infección, identificado erróneamente como inevitable: la paciente había firmado formularios de consentimiento aceptando el riesgo, y el daño que se le hizo no consta en ninguna parte, salvo en la memoria del personal. La familia no sabe que se asignó el cuarto de aislamiento a un hombre mucho más sano simplemente porque dijo que no era un hombre. No tenía nada que temer en la sala de hombres: era claramente un hombre.
Así pues, los ideólogos se suben incluso al carro del último grito en enfermedades extremas, arrebatando las decisiones clínicas de las manos del personal sanitario. Los responsables del Servicio de Salud, como los políticos, intentan apaciguar de la forma más conveniente posible, de la misma manera que regalaron los derechos a los espacios exclusivos para mujeres, sin imaginar que podrían perder con ello. De hecho, podría ser cualquiera de ellos quien se enfrente a complicaciones que pongan en peligro su vida porque quitaron las decisiones clínicas al personal sanitario.
Dicen que somos tóxicas por protestar: ¡tóxicas! Hablé de esto en Brighton, en Let Women Speak (Dejad Hablar a las Mujeres), mi voz ahogada por una turba que me abucheaba entre los ruidos de las sirenas y los megáfonos.
He denunciado a este hospital a la CQC (Comisión para la Calidad de la Atención). Ya se conocen de antes, y por nada bueno; pero son Campeones de la Diversidad de Stonewall. Dejemos que reflexionen sobre ello.
No debemos permitir que ninguna ideología se infiltre en nuestro Servicio de Salud: como un parásito, lo dañará y deformará para servir a su propio propósito, corromperá sus valores – esto ya ha sucedido.
Ha ido demasiado lejos: debemos poner fin a esta corrupción y sanar.