Las consecuencias inesperadas de las perversiones de los hombres.

 

Intento caminar todos los días. No siempre lo consigo, por pereza o por falta de tiempo, pero la intención está ahí y es una constante en mi vida. Hasta hace poco incluso corría de vez en cuando, ahora casi nunca por problemas en los tendones de Aquiles, pero cuando salgo, me preparo por si me veo con ganas y fuerzas: zapatillas de correr, ropa cómoda, llaves y iPod. Nunca llevo el móvil porque no estoy para el mundo y porque pesa en el bolsillo, y no quiero llevar nada atado a la cintura o al brazo.

Se puede decir que salgo a caminar con la esperanza de correr.

El miércoles de la semana pasada salí más tarde que de costumbre. Suelo ir entre 9 y 10 de la mañana a un bosque que hay a 10 minutos de mi casa y normalmente me encuentro con poca gente, pero siempre la misma, así que nos saludamos y a veces incluso nos paramos a hablar. Esto es Suiza, las interacciones sociales son escasas y cortas, pero a fuerza de vernos casi todos los días, una establece una especie de conexión con sus compañeros de paseo y sus perros.

Ese día era casi la hora de comer cuando por fin me aparté del ordenador. Era un día de principios de otoño con una luz increíble, y el aire olía a algo que queman siempre por las mismas fechas, que me recuerda que el invierno, con su estufa de leña, su libro y su mantita, está a la vuelta de la esquina. No me encontré con nadie hasta pasada la mitad de mi trayecto, cuando llego a una intersección y veo por el rabillo del ojo a un hombre parado en el camino que sube a mi izquierda, de cara a los matorrales. Pienso, está meando, el muy cerdo, sin molestarse siquiera en esconderse entre los árboles. Pero algo me hizo volver sobre mis pasos y mirar con detenimiento (ahora él estaba medio de espaldas a mí). Estaba masturbándose en un camino público, a la vista de cualquiera que pasara por allí, con menores haciendo una barbacoa a 200 metros.

No volví al bosque hasta esta mañana. Me puse las zapatillas de correr, ropa cómoda, cogí las llaves, el iPod y el móvil y puse todo en una riñonera que até a la cintura.

Esa riñonera es el fin de mi esperanza de volver a correr.


Me mudé a Suiza con mi marido hace ya 20 años, después de 7 en Inglaterra. Sabía por experiencia que el primer paso para la integración es aprender la lengua, así que me matriculé inmediatamente en una escuela de alemán. Iba a clase todas las mañanas, empeñada en valerme por mí misma tan pronto como humanamente posible. Tres meses más tarde, un hombre mayor, suizo, al que tenía como figura paterna, me propuso relaciones sexuales.

Pasé por incontables escuelas a lo largo de los años, profesoras de diferentes estilos hicieron lo que pudieron, pero nunca fui capaz de escuchar suizo alemán sin asco. No conseguí que me gustara su sonido, no conseguí interesarme por lo que pasa en el país, no conseguí sentirme en casa.

Nunca aprendí alemán.


Las consecuencias inesperadas de las perversiones de los hombres pueden ser tan insignificantes como no volver a correr nunca. Sé que no es el fin del mundo, al fin y al cabo voy a cumplir los 55 y a mi edad es quizá más sano para mis articulaciones un paseo largo y rápido.

Pero no poder hablar bien la lengua de mi país de acogida, sí que me trajo consecuencias laborales y económicas. Por no mencionar las emocionales.


Una de las consecuencias inesperadas de las consecuencias inesperadas de las perversiones de los hombres fue que acabé usando todo el tiempo libre que tengo debido a mi escasa vida laboral, al feminismo.

La otra fue este artículo, que dicté a mi móvil esta mañana cuando daba un paseo por el bosque.

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14 respuestas

  1. Muchas gracias por tus palabras Nuria…Está claro que no terminaríamos jamás de recopilar todas las veces que nos han violentado a las mujeres en éste planeta.
    Todas absolutamente todas tenemos una historia y las que creen que no, es que no han visionado su vida con perspectiva feminista.
    Creo que hemos llegado a un punto en el que debemos empezar a no sentir miedo o al menos pensar en herramientas para que eso no quede impune.
    Ayer les regalaba a mis sobrinas de 10 y 13 años un silbato para que lo pusieran en el llavero, tenemos que empezar a enfrentarnos…a mi pareja se lo digo, un día llego con la cara reventada o me meten en la cárcel, pero hay cosas por las que ya no estoy dispuesta a pasar…que se me entienda el nivel del que hablo.
    Un abrazo enorme compañera
    anaB

    1. Estoy segurísima de que todas, pero todas, tenemos historias así. Las que no se dan cuenta van a sufrir mucho el día que abran los ojos, porque saber lo que nos desprecian y odian no es fácil.
      Me encanta lo del silbato de tus sobrinas, pero no es lo único que les has regalado: no me cabe la menor duda de que has hablado con ellas, de que te ven y de que aprenden de ti, y serán más fuertes por tenerte en sus vidas.
      Un abrazo de vuelta, Ana, uno enorme.

  2. Gracias por compartir tus experiencias. Haríamos un «me too» infinito de consecuencias no imprevistas (es en esto en lo único que discrepo), no sólo de experiencias pasadas, sino recientes, cotidianas. Asumir la severa limitación que supone no adquirir el dominio de una lengua extranjera en el país de acogida, como consecuencia de un trauma, no es un asunto menor en cuanto implica de limitación del plan de vida, repercutiendo en la autonomía económica. Deberíamos pensar en la forma de denunciar judicialmente. Es una agresión sexual, indirecta, y la reacción de mente y cuerpo, previsible. En positivo, lo que ganaste fortaleciendo tu feminismo y lo que ganamos todas con tus aportaciones. Gran abrazo.

    1. No sabes qué alivio leer tus palabras, lo entendiste perfectamente. Los 20 años pasados hubieran sido completamente diferentes, mi vida hubiera sido diferente. Él hasta me amenazó si lo contaba y, por supuesto, no sufrió más consecuencia que no verme más.
      Pero os encontré a vosotras, y eso no tiene precio. Un abrazo enorme, Sol.

  3. zai y yo, en roma, un señor en la acera, apoyado en un coche, nos pregunta la hora, y la vuelve a preguntar varias veces, haciendo ver que no entiende lo que decimos para prolongar el momento, y la pobre de zaira pensando que era porque hablábamos mal italiano y esforzándose por explicarse mejor hasta que yo me di cuenta de que el perturbado ese se estaba pajeando. creo que es de las cosas más surrealistas que me pasaron en mi vida.

    1. Me pasó parecido. Un tipo para su coche a mí lado y me pregunta una dirección, yo se lo explico pero no me acerco a la ventanilla, insiste dice que no me oye. Finalmente me acerco y el tío se estaba masturbando en su asiento. Muchas otras veces me ha ocurrido algo similar, muchos machistas puercos se han cruzado.

  4. Qué mal cuerpo el artículo y los comentarios. Y qué triste que todas tenemos nuestros recuerdos desagradables de cerdos (con perdón a estos dignos animales) que no saben mantenerse la chorra dentro de los pantalones.

    Aparte de «lo típico», un tío meando entre las plantas de un parque, mi experiencia más desagradable y que me traumó fue con unos 14 años o así. Iba a casa de una amiga, una furgoneta se me paró al lado, me pedía una dirección. Al principio no me di cuenta, pero luego lo vi. El miserable insistía en que no me entendía y que me subiese para indicarle mejor. Le veía ya abriendo la puerta del copiloto y agarrándome. Y yo bloqueada del miedo. Por suerte, llegó otro coche por detrás y le obligó a arrancar. Más de 20 años después y aún se me pone mal cuerpo con la duda de «qué habría pasado si ese otro coche no llega a aparecer».

    No volví a ir a casa de esa amiga andando, ya dependí de mi padre para cada salida hasta que me saqué el carnet. Así que sí, otra consecuencia imprevista, como lo has llamado.

    Un abrazo.

    1. Qué escalofrío me dio tu historia por la espalda, de la que te libraste, pobre. Estoy segura de que todas tenemos alguna, es muy deprimente saberlo.
      Un abrazo, cielo.

  5. A los dos segundos de sorprenderme por la tristeza que me han provocado tus (magníficamente engarzadas) palabras, me ha dado un ataque de rabia que casi le meto una piña a un señor. En mi defensa, y para que no pienses que soy una psicópata, diré que el señor estaba pidiéndome que sonriera. Usaré esta rabia, me viene muy bien ahora mismo. Gracias, Nuria.

    1. Nunca pensaría que eres una psicópata por andar repartiendo a los hombres los premios que se merecen, lo de sonreír se lo pueden meter por donde ya tú sabes, qué cansinos son. Hermanas en rabia, Carol, a aser la rebolusion

  6. Ahora incluso en ciudad los hombres mean contra la farola, hace dos días paseando por la C/Barcelona en Coruña un señor se arrimo a un árbol sacó de «chorra» y se puso a mear habiendo cafeterías con terraza y madres con niños. Esto está ya demasiado asimilado por una parte de la sociedad y las que protestamos somos unas puritanas, en fin. Un placer leerte Nuria. Bicos

    1. Es asqueroso,son asquerosos. Hace unos veranos tuvimos visita de España y lo llevamos a una montaña a ver un evento típico suizo, como lucha. Habían puesto un urinal al lado de la carretera, abierto. Un señor, con la polla en la mano, saludando a una familia que estaba aparcando el coche. No doy crédito, son como de otra especie.
      Un abrazo, Rosa, y gracias. Bicos de volta.

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