Esta es la traducción de un hilo de X escrito por Diana Alastair:
(Fair warning: this is a long one, even for me.)
For anyone who doesn’t know, I’m a law enforcement officer with experience investigating both homicides and sex crimes.
When I was a rookie in 2007, there was a clear understanding that crossdressing men in women’s spaces were…
— Diana Alastair💚🤍💜 ⚢ ✡️ (@sappholives83) July 25, 2024
Para quien no lo sepa, soy agente del orden público con experiencia en la investigación tanto de homicidios como de delitos sexuales.
Cuando era novata, en 2007, estaba claro que los hombres travestidos que entraban en espacios reservados a mujeres solían estar allí por motivos sexuales, y que si nos llamaban para ocuparnos de uno de ellos, había que echarlo del local si el propietario/gerente lo solicitaba (lo que significaba que se presentarían cargos penales si volvía), y se interrogaría a las mujeres que estuvieran en el baño con él para asegurarse de que no habían sido acosadas o agredidas. Después de eso, suponiendo que nadie hubiera sido agredido y quisiera presentar cargos, sería puesto en libertad con una advertencia verbal de que se mantuviera alejado de los baños de mujeres.
Cuando empecé a trabajar en delitos sexuales en 2015, todavía se entendía que los hombres se travestían por razones sexuales, y todo el mundo sabía que el fetichismo travesti se da a menudo en hombres que muestran otros comportamientos sexuales depredadores. (Así mismo estimaría que aproximadamente el 50% de los discos duros que contenían material de abuso sexual infantil que tuve que revisar en el tiempo que estuve allí también contenían imágenes o vídeos del propietario (varón) del disco duro vestido con ropa de mujer o de bebé/infante de tamaño adulto de algún tipo).
Para cuando llegué a Homicidios en 2017, podías oír los primeros rumores de la inminente erupción de narcisismo y delirio, si prestabas mucha atención. Yo no lo hice, pero ya sabes lo que dicen, que en retrospectiva, todos somos linces.
Entre 2016 y 2018, fui a un montón de seminarios de aplicación de la ley y de eventos de capacitación relacionados con el homicidio sexualmente motivado, y de 2018 a 2020, tomé clases de psicología anormal a través de un programa que mi departamento ha establecido con una universidad local.
En los seminarios y eventos de capacitación, si los oradores o instructores analizaban asesinos como BTK (artículo en español) o el coronel Russell Williams (artículo en español) (ambos travestis), hablaban del resto de la psicología del sujeto y el expediente del caso en profundidad, pero eludían el tema de su FT (fetichismo travesti) con un comentario deliberadamente casual y deliberadamente breve que no invitaba más preguntas.

Cuando aun así intenté hacer preguntas sobre la relación entre el FT de un asesino y sus crímenes (todavía no era una terfa en ese momento, no sabía nada en absoluto sobre las tácticas o los objetivos del movimiento por los derechos trans; sólo me interesaba por curiosidad profesional) o bien me ignoraron o me dieron el principio de una respuesta que a veces empezaba con fuerza, pero al final se había ido inevitablemente por las ramas. Ninguna de las respuestas que recibí guardaba relación real con mis preguntas.
Había una reticencia muy obvia a ir más allá de relatar lo más básico de esta parte de esos casos particulares, y muy poco debate sobre el papel que jugaba el FT en el motivo o la psicología de los asesinos, una reticencia que era especialmente obvia cuando se discutían delitos con un claro aspecto sexual. Desde luego, ningún instructor trató nunca de establecer un vínculo entre el FT de un sospechoso y los elementos del crimen.
Era frustrante, pero lo achacaba a sentimientos personales de los ponentes e instructores, que claramente se sentían incómodos tratando el tema, algo que entonces no entendía y que me desconcertaba. La relación entre el FT y el comportamiento sexual inapropiado y/o depredador nunca ha sido un secreto en los círculos policiales, y parecía extraño que se mostraran tan reacios a discutir lo que básicamente era de dominio público.
Fue peor en mi primera clase de psicología sexual anormal. Cada vez que salía el tema, el profesor decía algo así como «esto es lo que solíamos pensar, pero estudios recientes han demostrado que las MT («mujeres trans») no son una amenaza para otras mujeres y que el FT/la AGP (autoginefilia) no existe/afecta también a las mujeres biológicas». (Sobre lo último, no se aclaraba).
La primera vez que oí «otras mujeres» en ese contexto fue increíblemente desconcertante, pero supuse que el profesor era un radical… hasta que miré a mis compañeros de clase (en su mayoría bastante más jóvenes) y no vi más que aceptación. Ahí se me abrieron los ojos.
Hacia el final del semestre, me di cuenta de que nunca iba a hablar del fetichismo travesti en absoluto, y mucho menos de la relación entre el FT y el comportamiento sexual depredador y/o inapropiado, así que le pregunté directamente. Recibí una reprimenda por «transfobia» y una respuesta tan tortuosa que, cuando terminabas de traducirla al inglés normal, no tenía ningún significado real.
Cuando intenté aclarar lo que quería decir, hizo una mueca de asco y dijo «no me extraña que optaras por las fuerzas del orden; el mundo académico parece ser demasiado para ti».
Estaba claro que pretendía que el comentario tuviera un efecto aplastante, pero incluso el más amable de los tres sargentos instructores bajo cuyo mando nuestro pelotón terminó la instrucción básica, se habría reído de él (y luego le habría hecho hacer flexiones hasta que no sintiera los brazos) por inventarse un insulto tan débil como ese, así que me limité a decirle educadamente que probablemente tenía razón, ya que me importaban más los hechos que lo que pensaran los demás, y me fui.
Me inscribí para repetir la clase al semestre siguiente con un profesor diferente, y me encontré con lo mismo: una fachada de «esto es lo que solíamos pensar y estaba mal» construida para ocultar una clara reticencia a discutir hechos que las comunidades psicológica y policial conocen desde hace décadas.
Este profesor no era un imbécil, pero sus respuestas a mis preguntas sobre el tema eran tan tortuosas y retorcidas como las del otro. Fue entonces cuando comprendí realmente que esto no se estaba ignorando por culpa de unos cuantos profesores radicales, sino que la propia escuela estaba casi con toda seguridad diciéndoles a estos hombres lo que podían y no podían enseñar.
Se trataba de un aula llena de estudiantes que necesitarían estos conocimientos en el futuro: aspirantes a psicólogos y psiquiatras, aspirantes a agentes federales, estudiantes como yo y otros dos que ya trabajaban en las fuerzas del orden, personas que querían trabajar en libertad condicional… la lista es interminable. Para casi todo el mundo allí presente, la naturaleza sexualmente depredadora de la mayoría de los transicionadores MTF (Male To Female, hombre que se dice mujer) era una información crucial, vital, que debe desempeñar un papel clave en la forma en que realizamos algunos aspectos de nuestro trabajo, y se nos estaba desinformando deliberadamente.
Volví y me quejé a mi teniente, que prometió ocuparse del asunto, pero dos semanas después se pusieron en marcha iniciativas DEI (Diversidad, Igualdad e Inclusión), con «formación en sensibilidad LGBTQIA+» obligatoria para todos los miembros del departamento. Yo llevaba años saliendo abiertamente con otra mujer, pero eso no me libró de ello, más bien al contrario, para mi desgracia.
En lugar de eso, nuestro teniente juntó a toda la unidad de Homicidios y nos ordenó rotundamente que no habláramos de «mujeres trans» depredadoras o asesinas ni de travestis bajo ninguna circunstancia. Se nos dijo que Víctimas Especiales recibiría la misma advertencia, y que cualquiera de las dos unidades que desobedeciera la orden con tan sólo mencionar a uno de esos hombres pasaría el año siguiente haciendo papeleo, y luego lo echarían de Homicidios o Víctimas Especiales para siempre. Como todos habíamos pasado años trabajando para llegar donde estábamos, le dijimos a coro «no, señor, sí, señor», y cuando llegó el momento de la instrucción, nos callamos como ratas.
No voy a atormentaros con todos los detalles de la formación DEI, pero era mala. Sinceramente, parecía una secta. Los formadores DEI que habían contratado nos llamaban de uno en uno y nos hacían preguntas sobre lo que pensábamos acerca de la raza, el género y la sexualidad. Si decíamos algo que no les gustaba, se abalanzaban sobre ello y lo hacían trizas por cualquier prejuicio imaginario que pudiera transmitir con las palabras. Me recordaba a las «sesiones de lucha» de la Revolución Cultural china.
El generismo es una ideología peligrosa que interfiere en la capacidad de llevar a cabo una investigación criminal adecuada.