Una triste historia de violaciones, agresiones, pederastia e incesto
Para las feministas estadounidenses es fácil evitar el tema del islam; en Estados Unidos no hay ni de lejos tantos hombres inmigrantes no asimilados procedentes de países de mayoría musulmana como en Europa. Pero las feministas europeas, influidas por el absolutismo racial de la izquierda estadounidense, también están fallando a las mujeres -musulmanas y no musulmanas- que sufren de forma horrible a manos del islam.
La autodenominada feminista y ex lideresa del Partido Verde del Reino Unido, Caroline Lucas, tiene un largo historial de censura a la «islamofobia», e instruyó a sus electores a «denunciar la islamofobia dondequiera que la veamos» en 2022. Al mismo tiempo, Lucas abrazó el movimiento #MeToo, y trabajó en un informe sobre acoso sexual en el Parlamento en 2018. La flagrante, pero típica, incoherencia aquí es que el acoso sexual está efectivamente en aumento en el Reino Unido y Europa, pero los culpables no son los Diputados. Inconvenientemente, para las feministas de izquierda, que piensan que la raza está por encima del sexo en la jerarquía del victimismo, existe un enorme problema de hombres jóvenes no asimilados de países musulmanes que consideran a las mujeres occidentales como meros objetos. ¿Cómo de disonante tiene que ser la mente para leer esto (ISIS: Esclavizar y mantener relaciones sexuales con mujeres y niñas «infieles» está bien) y seguir considerando que el islam es compatible con el feminismo?
Mientras la izquierda occidental defiende la validez absoluta de todos los solicitantes de asilo, más del 70% de los solicitantes de asilo en Europa son hombres y la mayoría son niños. ¿No se considera a las mujeres especialmente vulnerables en las zonas de guerra, de las que supuestamente huyen estos migrantes? Es curioso que todas las personas vulnerables que llegan a Occidente sean hombres jóvenes y sanos, ¿no?
En mi libro Prey: Immigration, Islam, and the Erosion of Women’s Rights (2021) (Presa: La inmigración, el islam y la erosión de los derechos de la mujer), muestro la conexión causal entre el aumento de la coacción sexual y las violaciones en países como Alemania (que experimentó un aumento del 41% sólo en 2017) y esta afluencia de jóvenes migrantes varones del norte de África y Oriente Medio. Las agresiones de la Nochevieja de 2015-16 (artículo en español), cuando un numeroso grupo de hombres norteafricanos agredió a unas 1.200 mujeres en una sola noche, revelaron claramente las formas en que los migrantes no asimilados tratan a las mujeres occidentales, que consideran que están ahí para ser usadas.
Pero los solicitantes de asilo y los inmigrantes indocumentados que han entrado en Europa en la última década no representan a todos los hombres musulmanes no asimilados. ¡Las poblaciones de sud asiáticos en Europa no son conocidas por su feminismo! Históricamente, las bandas sud asiáticas de captación de menores en el Reino Unido han tenido como objetivo a jóvenes británicas de entornos vulnerables: niñas consideradas objetos sexuales para uso y abuso de hombres que nunca se casarán con ellas.
Entre 2008 y 2010, la policía británica tuvo conocimiento de la existencia en Rochdale de una insaciable banda de captadores de menores compuesta por hombres británico-paquistaníes. La policía no puso freno a sus actividades, en gran parte por miedo a ser etiquetada de racista (lo que, sin duda, hubiera ocurrido). El resultado fue que cientos de chicas blancas de clase trabajadora, muchas de las cuales procedían de entornos vulnerables y carecían del apoyo de sus progenitores, se convirtieron en víctimas del tráfico sexual. Rochdale no era, ni mucho menos, la única banda de captación; recientemente se han descubierto bandas de captación en Rotherham (artículo en español), Huddersfield, Bradford, Oxford y otras zonas con importantes poblaciones y enclaves musulmanes del sur de Asia. En 2017, se descubrió que el 84% de los condenados por delitos de bandas de grooming en el Reino Unido eran sud asiáticos, a pesar de representar sólo el 7% de la población. Noah Carl, que goza de libertad para investigar la espinosa realidad de la demografía tras ser desterrado por la Universidad de Cambridge, analiza esta sobrerrepresentación aquí.
Como demuestra el desastre de Rochdale, los ideólogos de izquierda no son los únicos que hacen la vista gorda ante el problema: la policía y los medios de comunicación del establishment son cómplices. Los medios de comunicación «centristas» ignoran de forma rutinaria las tendencias inconvenientes que describo en Prey y, en cambio, presentan a los migrantes como víctimas de intolerancia islamofóbica cuando surge el tema. En 2016, la BBC produjo un efusivo documental sobre Omar Badreddin, un refugiado sirio que fue acusado de agresión sexual pero declarado inocente. Badreddin, presentado por la BBC como una víctima, fue recientemente declarado culpable de violar repetidamente a una niña de 13 años, junto con otros dos hombres. Los tres eran miembros de una banda de captación de menores de Newcastle.
Del mismo modo, en lugar de abordar desagradables estudios de casos o estadísticas que corren el riesgo de parecer críticas con el islam, el feminismo occidental condena paradójicamente la «islamofobia» y el sexismo al mismo tiempo. El Departamento de Estudios de Género de la LSE (London School of Economics) comparó recientemente al grupo feminista radical francés Femen con la «extrema derecha». ¿Por qué? Por criticar el patriarcado dentro del islam y el comportamiento sexualmente agresivo de los inmigrantes procedentes de países musulmanes.
Las mujeres y niñas occidentales que son víctimas de inmigrantes no asimilados no son las únicas que necesitan defensa. Las mujeres musulmanas de las diásporas europeas sufren el riesgo de mutilación genital femenina, crímenes de honor (un caso italiano reciente) y aislamiento de la sociedad mayoritaria. Hace sólo una década, 190.000 mujeres musulmanas (el 22% de su población en aquel momento), a pesar de llevar décadas viviendo en el Reino Unido en algunos casos, apenas hablaban inglés.
Más recientemente, las estadísticas muestran que más de la mitad de las parejas pakistaníes británicas están casadas entre primos. Los matrimonios entre primos aumentan la tasa de discapacidad congénita en la descendencia, y se espera que las madres cuiden de estos niños en casa, dejándolas efectivamente confinadas en el hogar. En los enclaves musulmanes (zonas urbanas densamente pobladas ocupadas por un solo grupo étnico o nacional) hay pocas esperanzas de asimilación: las mujeres están aisladas, mientras que los hombres no ven razón alguna para cambiar.
¿Por qué no les importa a los progresistas?
Los comentarios de Christopher Hitchens sobre la hipocresía de la izquierda respecto a los musulmanes no asimilados siguen siendo pertinentes. No es de extrañar que estos jóvenes no consideren su deber moral asimilarse a la condena normativa de las agresiones sexuales en Occidente: como señaló Hitchens en un artículo de 2007, «Londonistan Calling«: «La ley islámica tradicional dice que los musulmanes que viven en sociedades no musulmanas deben obedecer la ley de la mayoría. Pero esto no frena a quienes ahora creen que pueden hacer proselitismo islámico por la fuerza, y no necesitan obedecer la ley kaffir (artículo en español) mientras tanto».
Para las feministas occidentales, el islam es el elefante en la habitación. Mientras que muchas feministas se niegan a abordar las formas en que las mujeres musulmanas sufren en todo el mundo, evitan con aún más ansiedad el tema de los abusos sexuales cometidos por hombres inmigrantes de países musulmanes en su propio territorio. Señalar los datos sobre agresiones sexuales por parte de hombres inmigrantes en Europa, como hice en Prey, me valió el desconcertante calificativo de «absolutista» en el New York Times. Otra crítica en The Standard condenó mi libro por insinuar que el «sexismo» está en el «ADN» de los hombres inmigrantes que maltratan a las mujeres. En ninguna parte hago una afirmación tan esencialista. Las normas culturales, no corregidas por la asimilación, impulsan el fenómeno de las agresiones sexuales perpetradas por inmigrantes. La izquierda tiene un grave problema para comprender las implicaciones de los cálculos per cápita: para mis críticos, observar las tendencias demográficas significa meter a todos y cada uno de los miembros de ese grupo en el mismo saco.
Un feminismo constructivo no se enfadaría por el contenido de mi libro Prey; se enfrentaría al problema, presionaría a favor de soluciones pragmáticas y endurecimiento de las fronteras en respuesta al inmanejable número de solicitantes de asilo que entran en Europa con fines económicos. Sobre todo, exigiría que todos los hombres de Europa, sin importar su credo o color, se asimilaran a las normas culturales que permiten a las mujeres caminar por las calles con seguridad.
Artículo adicional interesante, en inglés: A refugee from Western Europe – The New York Times (archive.is)
4 respuestas
Tampoco me parece complejo ni difícil en ningún grado: los moros piensan que violar mujeres y niñas (a veces también niños) es normalísimo porque para eso están mujeres y niñas. Ignorar eso voluntariamente es suicida, y no acaba de empezar esta guerra de civilizaciones donde Occidente tendrá que decidir cuáles son sus valores. Me temo que con esta basura de políticos actuales, las mujeres y las niñas van perdiendo.
Espero que despierten las buenistas, por el bien de todas.
Es un tema muy complicado a la hora de hacer una crítica feminista por el miedo de ser tachadas de racismo. Se puede discutir que es lo primero para las mujeres: defenderse del machismo por encima de la raza, y ser acusadas de racistas, o poner por encima el respeto a la diferencia racial e ignorar o mirar para otro lado cuando se trata de acciones machistas por parte de colectivos emigrantes que desprecian a las mujeres occidentales. Un machismo que llega hasta ser insoportable por tener graves consecuencias como trata, violaciones, mutilaciones, etc. Salvando las distancias, es lo que sucedió en las primeras décadas de la segunda ola feminista: se discutió que era primero la lucha de clases o la liberación de las mujeres. En ambas situaciones es la izquierda la que quiere imponernos su ideario y posiciones, con la diferencia que en lo que se refiere al machismo de colectivos masculinos emigrantes violadores, tiene consecuencias muy dolorosas, criminales…
A mí de verdad que no me parece tan complicado: si una religión o una cultura es machista, se dice. Pretender que no lo es, por ser de otro país, sí que me parece racista y/o xenófobo. Y las consecuencias para todas las mujeres, nosotras y las que comparten país, religión o cultura con esos machistas, son las que todas sabemos. ¿Qué pasa, que ellas no importan? ¿Importan más los hombres que ejercen violencia que sus compatriotas que la sufren?
Es lo que dices: lo nuestro siempre al final y si no queda más remedio. Primero la lucha de clases, primero los derechos de los hombres a violentarnos, primero los derechos «trans»… ¿Lo nuestro para cuándo?