Cientos de delirantes transactivistas se reunieron frente a Downing Street esta semana para menear banderas y exigir «derechos trans».
Asistían a una manifestación organizada por un grupo llamado Trans Activism UK. Seguro que fue un día estupendo, una oportunidad para que los activistas se tomaran un descanso del troleo a JK Rowling y salieran de detrás de sus avatares de gaming. Pero aunque se lo pasaron genial cantando «Boris Johnson es un fascista«, los manifestantes no fueron capaces de articular qué derechos les faltaban. Podría decirse que esto se debe a que Gran Bretaña sigue siendo una democracia liberal donde todos los ciudadanos disfrutan de los mismos derechos, independientemente de si se identifican como mujeres o como canguros.
La manifestación fue convocada para coincidir con lo que habría sido el inicio de la conferencia internacional LGBT+ ‘Safe To Be Me’ del gobierno. Este evento emblemático fue cancelado tras la decisión del gobierno de excluir el transgenerismo de su propuesta de prohibición de la terapia de conversión. En respuesta, los grupos de presión trans retiraron el apoyo a la conferencia, lo que llevó al gobierno a abandonarla y dar por perdidas las 600,000 £.
Antes de la manifestación, Trans Activism UK enumeró los cargos contra el gobierno, incluida la decisión sobre la terapia de conversión, la eliminación de los planes de autoidentificación de género y un aparente fracaso en «despatologizar la atención médica trans». Los activistas también se quejaban de un «ambiente anti-trans negativo y violento fomentado por altos funcionarios del gobierno».
Pero la razón por la que el gobierno abandonó estas polémicas políticas no fue porque se oponga a los llamados derechos trans. Fue porque estas políticas chocan con los derechos de la sociedad en general. Tomemos, por ejemplo, la demanda de los activistas trans al derecho a la autoidentificación de género: esto socavaría los derechos de las mujeres, incluido su derecho a espacios de un solo sexo, que es vital para su seguridad y privacidad.
Hay un dicho dentro de los círculos de justicia social que dice que «para aquellos que están acostumbrados a los privilegios, la igualdad puede sentirse como opresión». Podría decirse que esto es lo que los propios activistas trans están experimentando ahora. En 2021, después de casi una década de que grupos de presión LGBT+ como Stonewall hayan estado disfrutando de acceso privilegiado al gobierno y Whitehall (la administración pública), la ministra de igualdad Liz Truss revocó sus privilegios, e incluso instó a los departamentos gubernamentales a retirarse del esquema de diversidad de Stonewall. A esto se refiere Trans Activism UK cuando habla de un «entorno anti-trans negativo y violento». Los activistas están furiosos porque ahora están al otro lado de la verja de Downing Street.
En última instancia, lloriquear por la malgenerización y exigir acceso a hormonas por la Seguridad Social no son las acciones de una minoría oprimida. ¿Quién tiene tiempo para contemplarse la identidad de género? Nunca son las madres de mediana edad las que descubren su ‘Manolo’ interior después de probarse los calzoncillos de sus maridos. Pretender ser del sexo opuesto es una ocupación de los privilegiados: una fantasía de programadores informáticos de mediana edad y una identidad que se pueden probar los estudiantes confusos.
Reconocer el hecho de que, independientemente de cómo nos identifiquemos, todos tenemos los mismos derechos, privaría a los grupos transactivistas de objetivo y de dinero. Así que estos grupos se inventan quejas, cultivan el victimismo y avivan el miedo en un intento de justificar sus demandas de «derechos trans». Sin embargo, las «personas trans» no son más victimizadas que nadie. Esta verdad incómoda ha dejado a los grupos de presión trans por ahí buscando pruebas de la victimización especial de las personas trans. Por ejemplo, Stonewall, incapaz de encontrar ninguna prueba de que las personas trans sean discriminadas sistemáticamente, ha comenzado a compartir historias de personas sin nombre que aseguran haber sido atacadas. A falta de hechos, ahora está intentando vender miedo y anécdota en su lugar.
Los activistas trans en línea habitan un mundo de «juego suave» de advertencias de contenido sensible y espacios seguros, envueltos en el azul clarito y el rosa chicle de la bandera trans. De hecho, Felix Fern, de Trans Activism UK, recordó a los asistentes a la protesta de Downing Street del miércoles que «vengan comidos, traigan la merienda» y «se mantengan hidratados». Fern sonaba más a maestro de primaria que a activista político.
Pero mientras que los activistas trans esperan ser consentidos, están encantados de comportarse de manera odiosa y agresiva hacia aquellos que desafían su visión del mundo. Piensa en la directora de Stonewall, Nancy Kelley, comparando los puntos de vista críticos de género con el antisemitismo, o las amenazas de muerte y violación repartidas por los activistas a cualquiera que disienta.
Hay muchas razones por las que aquellos que se identifican como trans deberían ser optimistas hoy en día. No corren ningún riesgo particular de violencia, están protegidos de discriminación ilegal y gozan de los mismos derechos que todos los demás. Así que seamos honestos: los activistas trans no exigen «derechos». Exigen privilegios y obediencia.