Lo que me hizo cambiar de opinión sobre la inmigración masiva

La violencia sexual que sufren las mujeres ya no se puede ignorar.

Women's Safety Initiative, Blog de Salagre
Este artículo ha sido escrito por Paula, miembra de WSI, Iniciativa para la Seguridad de las Mujeres.

Políticamente, soy de centro-derecha. Creo firmemente en la libertad de expresión y de religión, en un Estado pequeño y en la responsabilidad individual. Para que la sociedad funcione de forma cohesionada, valoro por encima de todo la integridad moral, la ley y el orden.

He viajado mucho y he vivido y trabajado en Europa, Asia Oriental y Sudoriental. He recorrido continentes con mi mochila, absorbiendo de buen grado las extrañas y maravillosas experiencias y diferencias culturales.

Todavía me encanta ese aspecto de mi forma de ser. Abierta a nuevas experiencias y retos. Con una sed insaciable de conocimiento, siempre buscando, nunca desinformada. Me encanta la planificación, la investigación, la emoción de descubrir un lugar nuevo. Me inspiran las tradiciones culturales y/o las creencias que difieren de las mías.

Con esta perspectiva, cuando regresé a Londres hace unos 16 años, me creí a pies juntillas el discurso de que «el multiculturalismo nos beneficia a todos», repetido tanto por los medios de comunicación como por las autoridades gubernamentales.

Me gustaba pensar que era una persona culta, socialmente liberal y dispuesta a aceptar la diversidad cultural, como lo había sido en el extranjero. Sin embargo, en los últimos años, esta actitud se ha visto enormemente puesta a prueba por la evidente afluencia de inmigrantes de determinados grupos demográficos, de culturas muy diferentes a la mía, especialmente en lo que respecta a su visión de las mujeres y las niñas.

El acoso callejero, la atención no deseada, estar muy atenta a lo que te rodea, llevar las llaves de una determinada manera, etc., son cosas habituales para una mujer. Nuestros progenitores nos decían específicamente a las niñas que desconfiáramos de los hombres desconocidos, y nuestros padres nos enseñaban movimientos básicos de defensa personal. Aprendimos a confiar en nuestro instinto, a saber cuándo era el momento de defendernos o de ignorar por completo al hombre potencialmente peligroso (con la esperanza de que piense que una muda que se niega a establecer contacto visual, no es la mejor persona a la que acercarse y hablar). Y la mayoría de las veces, estas tácticas funcionaban. En su mayoría, los encuentros eran inofensivos, solo en muy raras ocasiones preocupantes.

En el transcurso de cinco años, he sentido y experimentado un cambio real en la dinámica y las actitudes con respecto al acoso. Los incidentes «ocasionalmente preocupantes» del pasado se han convertido ahora en la norma. Me persiguen, me increpan, me miran con lascivia y me acosan. Me han bloqueado el paso hombres o grupos de hombres de determinados grupos demográficos. Me han llamado racista o me han preguntado si lo soy por ignorar sus insinuaciones, me han gritado por caminar sin pararme ante los que intentan bloquearme el paso, han hecho chasquidos con la boca (¿qué es eso?, no me gusta), hinchado el pecho, si les digo directamente que se aparten de mi camino o si se acercan demasiado a mí. Los tengo pedaleando a mi lado en la acera sin decir nada. Es interminable. Y me temo que lo peor está por llegar.

Me niego a creer que esto tenga que ser la norma para las mujeres o las niñas. Me niego a aceptar al que me venga con que esto es una exageración o que, si está sucediendo, debo estar haciendo algo para fomentarlo. Quizás debería, de hecho, ignorar estas interacciones, quizás agachar la cabeza porque, ya sabes, es «racista», «xenófobo» o «de extrema derecha» resaltar estos asuntos.

Es agotador, enfurecedor, intolerable, y me niego a soportarlo sin hacer nada. Me niego rotundamente a aceptarlo. No, el multiculturalismo no ha funcionado.

No. La integración no ha tenido éxito.

No, la inmigración ilegal masiva y los refugiados de países que no están en guerra y con los que no compartimos cultura no son bienvenidos.

No, no acepto que me callen o que me acusen de «fascista» por expresar mi realidad.

Se acabó la era de la disidencia silenciosa. Las mujeres y las niñas están siendo deliberadamente expuestas a un peligro muy real a manos de hombres de culturas que apenas nos consideran seres humanos.

Me invade una rabia furiosa hacia todas y cada una de las personas con autoridad que han permitido sistemáticamente, y que siguen permitiendo, que se ponga en peligro a las mujeres y las niñas, que nuestros temores muy reales sean ignorados, desestimados y denigrados. Nos acusan falsamente de incitación, o de algún otro «ismo» o «fobia» ridículos, o de mi preferido, «fascismo de extrema derecha», en lugar de admitir su abyecto fracaso. Es una señal de su debilidad, de su culpabilidad, del desastre que han creado. Las mujeres y las niñas no son escudos humanos para sus vidas y su próspera catástrofe.

Por eso me uní y espero apoyar al movimiento WSI en su totalidad. Ya basta.

«Si yo no me ocupo de mí, ¿quién lo hará? Si sólo me ocupo de mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo?». Hillel el Sabio

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