Otro zorro en el gallinero.

Veo estupefacta a compañeras alabar, dar oxígeno e “incluir en el feminismo” a un hombre que hace de nuestra biología una performance. Hasta hace poco, esto me venía mucho de refilón, una mención de vez en cuando y nada más, porque no lo sigo en las redes y mi cuenta de Instagram debe de tener dos semanas de inactividad. Pero oía de vez en cuando el nombre “Sandrita” y un día una compañera me preguntó si lo conocía, admití que no y me mandó un video de YouTube. Los dos minutos que duré, lo que vi fue a un hombre afeminado disfrazado de mi sexo e intentando pasar como mujer. Ah, no, que me dice la compañera que él admite ser un hombre con disforia, pero que tiene los pies en el suelo y es encantador.

Yo ya vi esa película y ya sé cómo acaba. Y os la voy a contar, sabiendo que a algunas os voy a hacer daño y otras me bloquearéis.

La película va de un grupo de mujeres, cada vez más numeroso, hartas del patriarcado. Todas ellas deciden, consciente o inconscientemente, luchar contra él. Unas se reúnen con sus amigas para hablarlo, otras están en sus casas leyendo a compañeras, aprendiendo y preparándose. Muchas son muy activas en las redes sociales y extienden la rebelión a otras mujeres. Otras forman asociaciones y partidos políticos. Todas, pero todas y a su manera, luchan por la misma causa.

Y aparece un hombre. Un hombre afeminado que se disfraza de ellas. Y algunas lo incluyen en su feminismo porque “es honesto” por admitir que es un hombre y decir las cosas que ellas quieren oír (y es encantador). No reconocen su propia socialización femenina y sienten el impulso de ponerlo bajo su ala protectora y defenderlo con uñas y dientes de las que ven el tema de una forma más objetiva y fría. Porque “el feminismo es cuidados”, como se les repite una y otra vez.

Al hombre en cuestión se le da, desde el feminismo, una voz y una plataforma desde la que hablar. Él habla y ellas no escuchan, solo oyen lo que quieren oír, es como si sufrieran un encantamiento colectivo. (Ahondo en su discurso más adelante).

Este hombre acaba abriendo una brecha entre las que lo acogen como “una más” porque también es una víctima del patriarcado (y porque es encantador) y las que se mantienen firmes y saben que si dejan entrar a uno, tienen que, por coherencia, dejarlos entrar a todos. 

Las últimas van capeando el temporal como buenamente pueden, observando el accidente de coche a cámara lenta en que se ha convertido “el movimiento”, pero sin poder pararlo, porque son una minoría y porque ninguna quiere parecer cruel.

Y las otras, las que lo defienden, que suelen ser el peso pesado del feminismo, las académicas, escritoras y filósofas, acaban poniendo su reputación en entredicho por defender el derecho de un hombre que se disfraza de ellas a tener una voz en su “movimiento”.

La película acaba como lo están nuestras vidas: las mujeres divididas por el patriarcado.

Sabéis que mi activismo se concentra en haceros llegar lo que pasa en otros países para intentar que no cometamos los mismos errores. Que la distopía que están viviendo otras mujeres nos sirva como ejemplo para saber lo que tenemos que evitar. Y veo con horror que estamos siguiendo paso por paso el desastre británico, donde las feministas de renombre acogieron con gusto y orgullo a varios hombres en su movimiento, hombres en womanface que hablaban en actos feministas, en los que decían que sabían perfectamente que eran hombres y que la biología no podía cambiarse, que tenemos que luchar «juntas» contra el patriarcado. Esos hombres, además de robarles la voz a sus mujeres, que no podían hablar de lo que habían pasado porque sus maridos estaban en un pedestal feminista y porque nadie las escuchaba a ellas, se excitaban con la atención y la adoración de las mismas a las que estaban usurpando. Podéis leer aquí algo al respecto.

Pero volvamos al caso patrio. Ya os he dicho que no lo conocía más que de oídas, no lo sigo en las redes y no lo he conseguido ver más de dos minutos. Aún así, me formé una opinión: me pareció un narcisista que busca vivir de sus elecciones vitales y de nosotras.

A mí las buenas palabras y las promesas y la purpurina y el don de gentes no me convencen. A mí dadme hechos y substancia. Y si quitamos todo lo primero y lo dejamos en los huesos, lo que queda es un hombre gay con homofobia interiorizada y mucha misoginia que decidió que, como no podía ser un hombre varonil, se convertiría en el premio de consolación: una mujer. 

Eso es lo que pensaba sin saber mucho de él, porque el caso no es original y lo he visto ya mil veces.

Y entonces salió la entrevista en el Mundo, que no hizo sino confirmar mis sospechas: es un hombre que culpa a su entorno de su disforia, que se empezó a hormonar antes de los 18 y que, a los 29 decidió operarse, cortesía de la Seguridad Social, supongo. Durante la entrevista se refiere a sí mismo y a sus amigos que se dicen trans, en femenino. En un momento dado, el entrevistador le dice que no sabe si referirse a él en masculino o en femenino, y él contesta: “Ni yo. Me dan igual los pronombres, la verdad. Yo sé que soy hombre, aunque parezca una mujer, que es el aspecto que quiero tener”. Le dan igual los pronombres, pero escoge los femeninos. Sabe que es un hombre, pero se viste “de mujer” a propósito. Éste es el hombre al que describen de “detransicionador”. O incluso “detransicionadora”. Dónde está esa “detransición”? 

Yo veo a un hombre misógino que usa su don de la palabra y sus decisiones vitales adultas para hacerse una carrera sobre los hombros de las mujeres. Le eché una ojeada rápida a su cuenta de Twitter y su muro es un altar a sí mismo. Sólo tuitea sobre él y su libro, solo retuitea a compañeras que hablan de él y de su libro. Ni un agradecimiento, ni un gesto de solidaridad con nadie, ni un apoyo a otros que están pasando por la misma situación, ni una mención a las que hicieron posible su libro. Solo él y su narcisismo.

En el Reino Unido existen las delegadas de clase, las que dirigen el cotarro feminista desde las universidades, periódicos, libros y asociaciones. Estas delegadas tienen mascotas trans, que son esos hombres, a menudo con autoginefilia, que dicen lo que quieren oír y a los que escuchan embelesadas y aplauden con entusiasmo. Uno de esos hombres es el responsable directo, aunque no único, de que los baños de colegios e institutos del Reino Unido sean unisex.

Hechos, no palabras.

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4 respuestas

  1. Supongo que lo que dices de su perfil en Twitter sea tal cual porque por algo no lo sigo (carita picarona), lo único que quiero añadir es que cuando yo supe de él, que fue por Youtube, entendí una serie de cosas que ya no encuentro en sus vídeos y que el feminismo le había ayudado a entender que es un hombre homosexual etc. (la historia de cómo se le embaucó para caer en la ideología transgénero en ambiente nocturno siendo inmaduro aún), No sabía que está siendo incluído en ninguna parte, me gustaría saber más sobre eso porque lo que yo he visto ha sido invitarlo como destransicionado o arrepentido del tratamiento hormonal y sobretodo quirúrgico pero en el último vídeo que me obligué a ver por contrastar información parecía no defender exactamente que fuese un error (aunque lo pasó muy mal y da todo tipo de detalles tanto positivos como negativos) ya que habla de multiorgasmia tras su mutilación y redistribución genital/intestinal. A mi me dio la sensación de querer "reconciliarse" con su pareja o vida sexual (tenía pareja estable durante aquellos vídeos que ya no encuentro en los que todo era horrible y el sexo era entre 2 varones homosexuales…), espero no tener que explicar las diferencias porque ya me extendí mucho ^_^

  2. Pues muy de acuerdo con tu análisis. Yo también necesito hechos y no palabras. No me fío de ningún zorro dentro del gallinero por muy manso que parezca .

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