La presión de la Casa Blanca por una política exterior woke será contraproducente con nuestros aliados socialmente conservadores

El coordinador del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, afirmó que los derechos LGBTQ+ son una «parte fundamental» de la política exterior del país.        Foto de Anna Moneymaker/Getty Images

El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, ha hecho últimamente declaraciones curiosas desde el podio de la Casa Blanca.

«Los derechos LGBTQ+ son… una parte fundamental de nuestra política exterior», dijo Kirby la semana pasada.

¿Qué significa eso exactamente?

¿Hormonas sexuales cruzadas y cirugía de género para tus hijos o no recibirás ayuda exterior?

Eso va a conquistar los corazones y las mentes de todo el mundo.

Un par de días después, Kirby advirtió que Estados Unidos «va a tener que estudiar» la posibilidad de imponer sanciones económicas a la predominantemente cristiana Uganda si se promulga una ley contra la identidad LGBTQ que acaba de aprobar su parlamento.

Esto sería «realmente lamentable», admitió Kirby, ya que la mayor parte de la ayuda estadounidense a Uganda se destina a la atención sanitaria, especialmente contra el sida.

Mientras tanto, Samantha Power anda rondando por la socialmente conservadora Hungría, creando problemas con activistas intersexuales por culpa de una ley que prohíbe los estudios de género y la presentación de contenidos LGBTQ a menores.

Una cosa es ondear la bandera del arco iris en nuestras embajadas en Kabul y la Santa Sede.

Otra muy distinta es imponer las costumbres sociales estadounidenses a países tradicionalmente cristianos o islámicos.

Ya sabemos que este tipo de imperialismo woke en nuestro nombre no va a acabar bien para nadie.

Valores estadounidenses

Por ejemplo, este año en Ecuador, el Departamento de Estado ha estado financiando «actuaciones de teatro drag», lo que denomina un «programa de diplomacia pública… para promover la diversidad y la inclusión».

En la reseña de la subvención se puede leer que el objetivo es apoyar «las metas y objetivos de la política exterior estadounidense, promover los intereses nacionales y mejorar la seguridad nacional».

No está claro cómo mejora nuestra seguridad nacional el exportar Drag Queen Story Hour (nota de la traductora: más información en español sobre el tema aquí) a un país predominantemente cristiano cuando ya es un tema que divide el nuestro.

En Hungría, Power también se jactó durante su viaje el mes pasado de que la agencia que dirige, USAID, está gastando dinero de los contribuyentes para «ayudar a los medios de comunicación independientes a prosperar y llegar a nuevas audiencias».

La administración Biden está reñida con el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán. AFP vía Getty Images

Puedes apostar a que todos esos «medios independientes» tienen algo en común: ir en contra del Primer Ministro conservador Viktor Orbán, a quien el Presidente Biden ha llamado «matón» totalitario, a pesar de que Orbán ganó sus cuartas elecciones consecutivas el año pasado con el mayor número de votos de la historia de Hungría.

Hungría es una república parlamentaria, miembro de la OTAN y de la UE, tiene una sólida prensa libre y una Constitución que protege explícitamente los derechos humanos.

Lo que pasa es que los húngaros no son muy fans del wokismo estadounidense ni de la ideología de género.

Por ese delito de pensamiento, Biden decidió insultarlos el año pasado con un provocativo nombramiento como embajador húngaro: David Pressman, un abogado gay de derechos humanos del bufete Boies Schiller Flexner que ayudó a dirigir la estrategia internacional de derechos LGBT de la administración Obama, que ahora nuestro presidente ha convertido en arma.

El New York Times describió así su llegada: «Un embajador estadounidense se encuentra en terreno hostil… Pressman llegó a Hungría con su marido y sus dos hijos para asumir en septiembre su nuevo cargo como embajador de Estados Unidos en la autoproclamada ciudadela europea de los valores cristianos tradicionales y amiga del Kremlin».

Politico elogió a Pressman por «su voluntad de llamar la atención -e incluso de trollear- al gobierno de Orbán.

Por ejemplo, en octubre, la cuenta de Twitter de su embajada publicó un juego de preguntas en vídeo con citas anónimas en el que se pedía adivinar «¿Quién lo dijo?».

¿Fue un alto cargo del gobierno húngaro o Vladimir Putin?

Ninguna de las citas era de Putin, lo que implicaba que el gobierno de Orban es igual de enemigo.

No es diplomático ni prudente alienar innecesariamente a un aliado de Estados Unidos, especialmente en un momento de peligro mundial.

La administradora de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), Samantha Power, afirmó que su agencia está trabajando para «ayudar a los medios de comunicación independientes a prosperar y llegar a nuevas audiencias» en Hungría. Foto de ATTILA KISBENEDEK/AFP vía Getty Images

John Ratcliffe, ex director de inteligencia nacional, advirtió el año pasado que las implicaciones en política exterior de intentar obligar a los países a adoptar la agenda social liberal extrema de la administración Biden podrían ser «catastróficas».

Pero Biden, como dijo Ratcliffe, está empeñado en «hacer proselitismo de la ideología woke».

A las dos semanas de convertirse en presidente, Biden firmó una orden ejecutiva que ordenaba a toda «la diplomacia y la ayuda exterior promover y proteger los derechos humanos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgénero en todas partes [y combatir] la intolerancia».

Lugares conservadores

Por muy loable que sea nuestra tolerancia hacia los derechos de las minorías, no se trataba de una simple afable afirmación de los valores estadounidenses.

Era una amenaza: Todo gobierno extranjero que cree un «clima de intolerancia», como quiera que lo definan los funcionarios ultraliberales del Departamento de Estado, será castigado con «toda la gama de herramientas diplomáticas y de asistencia y, según proceda, sanciones financieras, restricciones de visados y otras acciones».

Puede ser difícil de entender para los ególatras moradores de La Ciénaga (nota de la traductora: La Ciénaga es Washington DC), pero el wokismo es impopular en muchas sociedades extranjeras, incluyendo gran parte de África, China, Rusia, el Sudeste Asiático y Oriente Medio.

Consideran la ideología de género y la agenda LGBT como imperialismo cultural que socava sus valores religiosos y familiares, ¿y quiénes somos nosotros para decirles lo contrario?

Según el ex secretario de Estado Mike Pompeo, John Kerry, enviado de la administración Biden para asuntos climáticos, ha antepuesto la política de cambio climático a la seguridad estadounidense. REUTERS/Callaghan O’Hare

Si a esto le añadimos las intrigas climáticas entre bastidores de John Kerry, el zar trotamundos del clima de Biden, las tácticas de matón de Estados Unidos resultan cada vez más contraproducentes.

El ex secretario de Estado Mike Pompeo declaró el domingo a Fox News que «Kerry dirige gran parte de la política exterior» de modo que el cambio climático ha pasado a ser más importante que la seguridad estadounidense cuando se trata del Partido Comunista Chino.

No está saliendo bien

Lejos de proteger nuestra seguridad nacional, una política exterior que prioriza tales preocupaciones elitistas es probable que tenga el efecto perverso de crear una reacción en contra de los mismos valores que quiere difundir.

Por ejemplo, el intento de imponer cuotas de género en el gobierno y el ejército de Afganistán no salió demasiado bien, escribe Christopher Mott en un documento para el think tank no partidista Institute for Peace & Diplomacy del año pasado titulado «Woke Imperium».

La política «causó dificultades con los reclutas afganos y costó a Estados Unidos al menos 110 millones de dólares antes de que se decidiera abandonar el aspecto inclusivo del programa».

En el mismo momento en que Afganistán caía en manos de los talibanes en 2021, la embajada estadounidense en Kabul celebraba el Mes del Orgullo enarbolando la bandera del arco iris. El simbolismo del derrotado imperio del arco iris era ineludible.

Mott dice que la diplomacia ha sido olvidada «en las prisas por convertir la política exterior en una extensión de las guerras culturales domésticas».

«Los intentos de rehacer las culturas extranjeras según las costumbres del cosmopolitanismo de la alta burguesía estadounidense (y, en menor medida, europea) del siglo XXI » son una forma de «eugenesia cultural», afirma.

«La nueva venida wokista del imperio [exige] una sumisión cultural total, lo que, con el tiempo, podría radicalizar aún más a los países del Sur Global contra nosotros», dijo.

Todo lo que estamos haciendo con esta vacía señalización de virtudes es avivar la antipatía hacia Estados Unidos en partes del mundo donde China ya se está haciendo paso.

A China no le importan las costumbres sexuales de los países que está asimilando. A nosotros tampoco debería importarnos.

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2 respuestas

  1. Mientras tendriamos que estar enfrentandonos ante esto, nuestros partidos llamados de izquiera/progresistas nos llevan a un pozo sin fondo para la mayoria de su poblacion. Las personas se presentan ante esta situación indiferentes, ni tienen información ni la van a tener. No hay poder de critica alguna, están adormecid@s y nos estan llevando por delante. Siento absoluto terror ante las situaciones que estamos viviendo y aun queda lo peor. Gracias Nuria 💜

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