
La infancia figura curiosamente en la política y la religión, desempeñado el papel de lienzos en blanco para los deseos de los demás, en lugar de hacerlo para su autodeterminación. Un niño o una niña aprenden que no pueden existir sin existir para otra persona, y se encuentran a sí mismos siendo negados de una manera fundamental. En su libro de 2012 Childism: Confronting Prejudice Against Children, Elisabeth Young-Bruehl observa que los adultos exponen a la infancia a la fantasía y a la ficción. «En la infantilidad narcisista», escribe, «las criaturas son trozos de papel en blanco en los que se escribe la historia de un adulto». Se vuelven más muñecos que humanos, más artificiales que auténticos en la búsqueda del «verdadero yo» a través de la estética. La criatura se convierte en alguien que busca desesperadamente la validación de la identidad de quienes lo rodean, al carecer de un sentido de sí mismo. El cuerpo y la mente se acostumbran a «ser» en el no ser, y el niño se siente perdido, con la infancia robada.
El concepto de «trascendencia» por transición social y médica ciertamente parece bien comercializado en un grado extremo, y cada vez más seductor para la infancia. Jennifer Bilek observa que la comercialización en torno a la práctica de la transición equivale a «la glamorización de la disociación corporal». El aumento de los jóvenes que realmente se quedan incapacitados y que se quitan partes sanas del cuerpo coincide con la industria y su tecnología. Pero es una canción que ya se ha tocado mucho antes. Podemos pensar en el poema de Robert Browning de 1842 «The Pied Piper of Hamelin, a Child’s Story» (El Flautista de Hamelin en español), en el que dramatiza el cuento popular del flautista. Como resumen, los niños de Hamelin se convierten en el pago al flautista y siguen fascinados su canción «con gritos y risas».
En su reciente trabajo (artículo en español) de investigación para Reduxx, Genevieve Gluck ha escrito sobre cómo la Asociación Profesional Mundial de Salud Transgénero (WPATH) ha incluido la categoría de «eunuco» entre las posibles «identidades de género». Gluck ha explorado los antecedentes históricos relacionados con la castración de niños para los adultos, una práctica cultural que sirve principalmente a la sexualidad masculina. Gluck analiza el libro de Laura Engelstein de 1999 Castración y el Reino Celestial en el que Engelstein escribe sobre los Skoptsy. Surgidos en la década de 1760 de los flagelantes, los Skoptsy se inspiraron en la Biblia, particularmente Mateo 19:12, que dice:
Porque hay algunos eunucos, que nacieron así del vientre de su madre: y hay algunos eunucos, que fueron hechos eunucos de hombres: y hay eunucos, que se han hecho eunucos para el reino de los cielos. El que es capaz de recibirlo, que lo reciba.
Dirigido por hombres considerados como «sagrados» y servido por sus mujeres más devotas, este culto religioso sometió a seres humanos a «bautismos de fuego», que implicaban la mutilación de los genitales a los hombres y, a las mujeres, la extirpación de senos. El impulso de ser desmembrado se origina en un odio fundamental hacia el sexo y la sexualidad del cuerpo, subordinado a la identidad religiosa. Se convirtió en ilustrativo del triunfo sobre la carne, permitiendo así la «trascendencia» sobre la naturaleza, o la imperfección, hacia la «santidad»: la perfección. Anteriormente, Bilek había trazado sorprendentes paralelismos entre Kondratiy Ivanovich Selivanov, fundador de la secta Skoptsy, y Martine Rothblatt, una figura instrumental en la institucionalización legal de la «identidad de género».
Un momento del ensayo de Engelstein de 1997 «De la herejía al daño: autocastradores en el discurso cívico de la Rusia zarista tardía» parece especialmente aplicable a la dinámica del flautista. Sobre los niños relacionados con los Skoptsy, Engelstein escribe:
También hay muchos ejemplos de niños que son mutilados, a veces por parientes que adoptaron la fe. Los niños también entraron en contacto con los Skoptsy después de ser contratados, con el permiso de sus padres, para trabajar como aprendices y sirvientes. Una vez en la secta, los niños fueron criados en el espíritu del credo y supuestamente mantuvieron el contacto con sus familias. Cuando fueron interrogados en el juicio, casi todos dijeron que se habían castrado por su propia voluntad, como el camino hacia la salvación.
La razón de la separación de los niños de sus familias ha sido para controlarlos eficazmente. Así sigue siendo hoy en día. Una diferencia entre antes y ahora, sin embargo, es la industrialización, que ha dado un mayor poder a lo que originalmente había sido una práctica de culto aislada. Las redes sociales han sido otro desarrollo crítico en la incorporación de la ideología de castración más tecnológica de hoy. Con rentabilidad y propaganda, la vieja dinámica se ha magnificado radicalmente en nuevas formas. La tecno-idolatría, de la que he hablado anteriormente, ha reemplazado, en una forma secular, la justificación religiosa original.
Cuando Stella Perrett me envió la ilustración para acompañar este ensayo, indicó de forma brillante que, en el cuento popular tradicional, los niños no se enfrentan a un destino cruel. No son mutilados ni asesinados. En cambio, como escribió Perrett, «terminaron resurgiendo en un país vecino y fundan una nueva aldea, pero sin recuerdos de dónde vinieron». Sin embargo, agregó, «en nuestra distopía», como bien podemos verla, esa misma buena fortuna no será la nuestra. «Muy pocos», escribió Perrett, «resurgirán, y ninguno sin daños».
Mucho más que la infancia habrá sido cruelmente robada, porque el daño hecho al cuerpo permanecerá mucho después de que la canción de la trascendencia se haya vuelto hueca y, al final, haya terminado en silencio. Las víctimas pronto se convertirán en sobrevivientes, abogando por una mejor atención, exigiendo un tratamiento más ético, no solo para ellos mismos, sino también para los demás. Pero, para muchos, será demasiado tarde, eso ya lo sé. Recordemos una línea del poema de Blake de 1794 «A Little Boy Lost«: «Los padres que lloraban, lloraban en vano».
«En la guerra, los niños son robados», escribe Hawthorne en su libro de 2020 Vortex: The Crisis of Patriarchy. «La colonización resulta en el robo de niños y su aculturación para la cultura colonizadora». Esta ideología, argumenta, parece estar presente en el tipo de tecnología deificada que se apodera de los niños a través del transgenerismo. Hawthorne escribe:
Los niños atrapados en esta revolución cultural neoliberal respaldada por la teoría queer, pierden no solo su pasado (interrumpido por un gran número de citas médicas y psicológicas que los hacen médicamente dependientes de por vida) sino también su futuro.
Y, no, el nuevo robo de niños no tiene nada que ver con los adolescentes que crecen hasta alcanzar la edad adulta y se declaran lesbianas y gays, generalmente después de años de sentirse diferentes de sus compañeros. En primer lugar, la homosexualidad no implica convertirse en un paciente médico de por vida. La analogía entre ser homosexual y ser medicalizado por la llamada «disforia de género» siempre ha sido falsa. El hecho de que la diferencia clara y presente no haya sido obvia, ilustra el poder de la asociación forzosa (artículo en español).
De hecho, el primer movimiento de liberación gay se opuso precisamente a este tipo de régimen pseudo-religioso y pseudo-científico que, bajo la apariencia de psiquiatría, tenía como objetivo en gran medida la inconformidad homosexual y los estereotipos de roles sexuales. Sin embargo, la violencia médica se ha generalizado cada vez más, con grandes ganancias, ahora vendida a las masas como «atención de salud mental» y «prevención del suicidio». Pero debemos oponernos a comprar la mentira directa que convierte a nuestros cuerpos en mercancías. La industria simplemente quiere hacer capital de nuestra propia carne y descartarnos cuando no queda nada que aprovechar.
Habrá quienes perpetremos, colaboremos, presenciemos y, lo más importante, protestemos contra esta violencia médica. A diferencia del cuento popular, donde todos los niños olvidaron, el recuerdo será algo inquietante para el nuevo niño de esta sociedad, y para todos nosotros.