El número de menores que se sospecha han sido víctimas de abusos en Inglaterra por creencias relacionadas con la brujería, la hechicería y la magia negra ha alcanzado el nivel más alto jamás registrado, según revela el Daily Mail.
Las cifras oficiales muestran que el año pasado se identificaron 2.180 criaturas como posibles víctimas de abusos relacionados con la fe o las creencias, lo que supone un aumento con respecto a los 2.140 de 2023 y los 1.960 de 2022.
Esta inquietante cifra representa un aumento del 49 % con respecto a 2017, cuando los servicios sociales identificaron a 1.460 presuntas víctimas.
Los expertos creen que la cifra real podría ser aún mayor debido a la falta de denuncias y al temor de que las autoridades tengan demasiado miedo de intervenir por miedo a ofender las creencias religiosas.
Megan Manson, de la Sociedad Secular Nacional, afirmó: «Es alarmante que miles de criaturas en Inglaterra sufran abusos relacionados con la religión o las creencias, y que estas cifras estén aumentando.
Sabemos que el miedo a criticar las creencias religiosas o culturales puede impedir que se aborden estas graves formas de abuso.
Las autoridades deben garantizar que la seguridad y el bienestar de la infancia siempre tengan prioridad sobre cualquier reticencia a criticar la religión o la cultura».
En los casos de abuso relacionados con la fe o las creencias, se ha acusado a criaturas de albergar demonios y se les ha sometido a exorcismos y «limpiezas» rituales para «liberarlos» del mal.
Otros han sufrido daños porque sus familiares creen que sus acciones han traído mala suerte, como marcar un número equivocado y supuestamente permitir que espíritus malévolos entren en la casa.
Entre los casos más notorios se encuentra el de Victoria Climbié, de ocho años, torturada hasta la muerte en 2000 por familiares que creían que estaba poseída.
Sus padres la habían mandado a Inglaterra con la esperanza de que recibiera una mejor educación que en su Costa de Marfil natal.
En cambio, su tía abuela Marie Therese Kouao y su pareja Carl Manning le hicieron pasar hambre y la sometieron a torturas, palizas con cadenas de bicicleta y la mantuvieron prisionera en un cuarto de baño helado.
Cuando finalmente murió de hipotermia y fallo multiorgánico en un sórdido piso de Haringey, al este de Londres, se descubrió que tenía 128 lesiones distintas en el cuerpo.
Kouao y Manning afirmaron que creían que Victoria, que murió pesando tan sólo 22 kg, estaba poseída por espíritus malignos, antes de ser condenados a cadena perpetua en 2001.
En 2002, Manning, que fue conductor de autobús, pidió perdón a los padres de Victoria por su participación en su «repugnante» muerte. El mes pasado se le denegó una solicitud para salir en libertad condicional.
Una década más tarde, Kristy Bamu, de 15 años, fue golpeado y finalmente ahogado el día de Navidad de 2010 por su hermana y el novio de ésta en el este de Londres, tras ser acusado de brujería.
Durante cuatro días, Kristy fue sometido a torturas con cuchillos, palos, barras de metal, un martillo y alicates.
Lo obligaron a rezar por su «liberación» y le negaron comida y agua. Sus hermanos también fueron golpeados junto a él, pero escaparon de nuevos ataques tras «confesar» que eran brujos.
Bikubi y Magalie fueron condenados a cadena perpetua, y el juez David Paget les dijo: «La creencia en la brujería, por muy genuina que sea, no puede excusar la agresión a otra persona, y mucho menos el asesinato de otro ser humano».
Apenas unos días antes de la muerte de Kristy, una madre de Hackney destripó a su hija de cuatro años durante un frenético intento de exorcizar «espíritus malignos».
Shayma Ali estranguló a la niña antes de apuñalarla 40 veces con un cuchillo de cocina.
Más tarde declaró a la policía que creía que su hija estaba poseída por un espíritu descrito en el Corán.
Ali, que le sacó los ojos a las muñecas de su hija para evitar que «vieran el mal», fue posteriormente internada indefinidamente en un hospital psiquiátrico.
Las autoridades afirman que el problema, asociado desde hace tiempo a algunas comunidades de la diáspora africana y asiática, pero que no se limita a una sola religión, nacionalidad o grupo étnico, se considera que no se denuncia lo suficiente.
Las criaturas discapacitadas, los gemelos y los que padecen epilepsia, autismo o incluso problemas de conducta leves han sido históricamente más vulnerables a las acusaciones de brujería.
Nimco Ali, directora ejecutiva de The Five Foundation, afirmó: «Ninguna comunidad es inmune a la triste realidad del maltrato infantil. Pero el aumento de la violencia contra la infancia bajo la etiqueta de brujería es profundamente inquietante».
«Se trata de una cuestión compleja. Muchos abusadores también tienen problemas de salud mental, pero la complejidad no puede ser una excusa para la inacción. La sensibilidad cultural, como vimos en la respuesta a la mutilación genital femenina (MGF), ha significado con demasiada frecuencia hacer la vista gorda.
Esto ha contribuido no sólo a la falta de enjuiciamientos, sino también a la ausencia de medidas de prevención.
Debemos hacer más para proteger a la infancia. Eso comienza por llamar a este abuso por su nombre y abordarlo de frente.
Los profesionales de la protección deben tener las ideas claras: esto no es cultura, es abuso.
No deben ver comunidades, sino niñas y niños vulnerables que necesitan protección».
Quizás el misterio más escalofriante siga siendo el caso de «Adam», un niño africano cuyo cuerpo mutilado fue sacado del río Támesis en Londres en 2001.
Un transeúnte vio su torso flotando cerca del puente de Tower Bridge.
Le habían cortado la cabeza, los brazos y las piernas con gran destreza, en lo que los detectives creen que fue un asesinato ritual «muti», una ceremonia en la que se cree que las partes del cuerpo producen potentes remedios mágicos.
El niño, de entre cuatro y siete años, fue encontrado vestido sólo con unos pantalones cortos naranjas muy característicos y había llegado recientemente de Nigeria.
Hasta el día de hoy, no se ha identificado ni su verdadero nombre ni a sus asesinos. Yace en una tumba sin nombre en el sur de Londres.
Mardoche Yembi, de 33 años, tenía solo 12 cuando fue tildado de brujo y sometido a dos meses de exorcismos.
Su familia lo mandó desde la República Democrática del Congo a vivir con su tía y su tío en el norte de Londres cuando su madre murió durante el parto.
Pero sus familiares lo acusaron de traer mala suerte a la familia y de ser el resultado del Kindoki, un término utilizado en ese país centroafricano para referirse a la brujería.
Sus traumáticas experiencias se convirtieron a principios de este año en una empresa llamada Kindoki Witch Boy.
La Asociación de Gobiernos Locales calificó las cifras de presuntos abusos por motivos religiosos como «profundamente preocupantes» y pidió que se financiaran mejor los servicios sociales municipales.
Un portavoz dijo: «Estas cifras son profundamente preocupantes, y los ayuntamientos están decididos a actuar ante cualquier indicio de abuso.
La realidad es que los ayuntamientos reciben alrededor de 1.700 derivaciones a los servicios sociales de atención a la infancia cada día y siguen enfrentándose a presiones cada vez mayores para prestar apoyo a criaturas y jóvenes.
Es fundamental que los servicios infantiles cuenten con la financiación adecuada en los presupuestos de otoño, de modo que los ayuntamientos dispongan de recursos para invertir en ayuda e intervención tempranas, con el fin de evitar que la infancia llegue a una situación de crisis».
La profesora Charlotte Baker, de la Universidad de Lancaster, afirmó: «El abuso relacionado con la fe o las creencias se da en todo el Reino Unido, a menudo dirigido a menores o personas vulnerables, y puede provocar daños físicos, emocionales o psicológicos.
Estos abusos incluyen estar poseído por un espíritu, la brujería, el abuso ritual y otras prácticas nocivas relacionadas, que se dan en muchas partes del mundo en la actualidad.
Este tipo de abusos son muy difíciles de detectar y abordar, y se han realizado esfuerzos para mejorar la comprensión entre quienes pueden encontrarse con víctimas de estos abusos en su trabajo».
Su colega Leethan Bartholemow, de la Red Internacional contra las Acusaciones de Brujería y los Ataques Rituales, añadió: «Es un problema mucho mayor de lo que creemos».
«Queda mucho trabajo por hacer».
